La ya inminente crisis económica de 2020 tiene algo tan novedoso que hace prácticamente imposible predecir su curso por la falta de precedentes con los que compararla. La extrema novedad consiste en que se haya desatado una pandemia como no se veía desde la gripe de 1918-1919 (lo que sería suficiente para provocar el pánico sanitario, político y económico) combinada con una acción inesperada por parte de Arabia Saudí que, en un momento extremadamente delicado, provocó el pánico en los mercados financieros.

La irrupción de Arabia Saudí en la “Historia Económica Mundial” de los últimos cincuenta años no es algo que sorprenda a nadie que ya tuviera uso de razón en 1973-1974 (o que le guste la Historia) cuando, con motivo de la Guerra del Yom Kippur entre Israel y Egipto-Siria, los países productores de petróleo de Oriente Medio decidieron el embargo a quienes apoyaran a Israel.

Como consecuencia, la economía de los países desarrollados, que ya había dado sus primeros pasos hacia una recesión, se vio arrastrada en un torbellino que produjo la mayor caída del PIB desde la II Guerra Mundial.

Se dijo entonces machaconamente que la subida del precio del crudo había provocado la recesión, algo que estaba lejos de ser verdad de manera estricta, aunque sí había agravado la que finalmente se produjo.

¿Por qué está tan claro que fue así? Porque si la “Guerra del Yom-Kippur” tuvo lugar en octubre de 1973 (y los países árabes decretaron el embargo a EEUU y sus aliados a continuación) los síntomas de que se acercaba una recesión estaban a la vista desde 10 meses antes: en enero de 1973 habían empezado a caer las Bolsas y para septiembre (antes de iniciarse la guerra) acumulaban un -14%.

Esa caída de las Bolsas se correspondía con una desaceleración, primero, y una fuerte disminución, después, de los beneficios empresariales que venían desde 1971 en EEUU. Es decir, para 1974 se preparaba una recesión de libro, de modo que la irrupción de la OPEP, que hizo subir el precio del barril de Brent de 4,5 a 15,5 dólares (+250%) no hizo más que darle la puntilla a una economía que todavía no se llamaba global, pero que ya lo era.

Las siguientes tres recesiones mundiales (1980-1982, 1990 y 2001-2002) se vieron también más o menos agravadas por la subida del precio del crudo, siempre teniendo detrás como explicación de esa subida, los problemas en Oriente Próximo: Revolución Iraní, invasión de Kuwait por el ejército de Saddam Hussein, y ataque de EEUU a Iraq, respectivamente.

Todos los casos mencionados coinciden en mayor o menor medida, pues, con problemas en Oriente Medio. Sin embargo, en la crisis financiera de 2008 el precio del petróleo jugó un papel importante pero no más que el de los demás activos, que habían subido de precio extraordinariamente también, pues no hubo ningún elemento perturbador especial que procediera del Oriente Próximo.

Ahora, de nuevo, una decisión de Arabia Saudí viene a dar el descabello a la economía global. También ahora los beneficios empresariales venían desacelerándose o cayendo desde el primer trimestre de 2018 y las bolsas, aunque en trayectoria al alza, tenían grandes oscilaciones desde ese mismo trimestre. Todo se preparaba para una recesión no demasiado lejana. Y en esto llegaron el COVID-19 y la decisión de Arabia Saudí, que han sido la puntilla y el descabello,  respectivamente, del último período expansivo.

Lo que ahora tiene de nuevo la irrupción en escena de Arabia Saudí es que lo ha hecho para provocar el descenso del precio del petróleo, por lo que buscarle precedente a esto, combinado con una recesión, es casi imposible. Por lo nuevo de la combinación.

Si embargo, un período hay que nos puede dar una pista: 2014-2016. También entonces el mundo llegó a estar al borde la recesión (“mi” fallida recesión de 2017) y también estuvo todo combinado con una intervención extra de Arabia Saudí en el mercado del crudo, haciendo bajar los precios desde 115 a 27 dólares a lo largo de año y medio (ahora ha provocado el descenso súbito en una noche desde 45 a 25 dólares).

Si la intervención de 2014-2016 estuvo provocada, supuestamente, por el deseo oculto de llevar a la quiebra a las empresas de fracking de EEUU, esta vez el motivo prácticamente confesado es intentar torcerle el brazo a Putin para que acepte un recorte de la producción que haga subir el precio.

O sea que, si Rusia y Arabia no se hubieran peleado, podríamos habernos encontrado con una pandemia de las que se producen una vez en un siglo combinada con una subida del precio del petróleo de grandes dimensiones y una recesión del tipo de las de 1973-1974. En cambio, lo que tenemos es esa pandemia emparejada con una caída de precio del crudo que recuerda la de 2014-2016, un período en el que los índices generales de las bolsas de EEUU cayeron un 12%.

Recordando, pues: a) que en 1918-1919 la caída del índice Dow Jones Industrial fue del 12%, b) que en China, hasta la irrupción de Arabia, también había caído su Bolsa ese mismo 12% y c) que el Dow Jones Industrial, antes de la irrupción de Arabia también había caído un 12%, podríamos intentar separar la incertidumbre actual en sus diversos componentes y decir que, del casi 36% de caída de las bolsas de EEUU acumulado hasta ahora:

1) el 12% se debe, como en China, como en 1918-1919 y como en EEUU hasta el 8M, al probable impacto de la pandemia sobre la economía mundial; 2) otro 12%, como en 2014-2016, al posterior hundimiento súbito del precio del petróleo entre idénticos temores de recesión global, y 3) el 12% restante, a un plus de incertidumbre acumulada por las dudas sobre cual será el efecto del re-contagio, mientras no haya cerrado sus países todo el mundo, y a los datos hinchados que siempre acompañan a una economía globalizada que hace que muchos datos vayan a resultar engañosamente negativos (ocurrió con el hundimiento excesivo del comercio mundial en 2009 que la mayoría de los economistas no supieron interpretar adecuadamente).

Ya sé que en 2014-2016 la caída de los beneficios empresariales iba estrechamente ligada a la bajada del precio del petróleo y a los consiguientes temores de recesión, por lo que la atribución de toda la caída de Bolsa de entonces solo al precio del crudo puede parecer arbitrario. Pero es que eran precisamente las empresas de fracking las que hacían caer el Índice de Producción Industrial, lastraban los beneficios empresariales y aumentaban el temor a la recesión.

Resumiendo, entonces, este juego de manos de “atribución de rentabilidades” (o “anti-rentabilidades”) dejaría la caída total de las bolsas repartido por tercios entre la pandemia y el temor a la recesión concomitante, el choque externo provocado por Arabia Saudí la noche del 8M al 9M y la “prima de riesgo bursátil extra”.

¿Quiere decir todo esto que podría haber un resquicio por el que atisbar que las bolsas ya no van a seguir cayendo? Sí y no. Sí, porque con lo dicho más arriba hay algo a lo que agarrarse cuando se chapotea en medio de la incertidumbre total.

Y no, porque el apalancamiento (endeudamiento) de empresas y agentes financieros para invertir “por encima de sus posibilidades” aprovechando los bajos tipos de interés de estos últimos años, está ahora en medio del proceso inverso, acelerado por el pánico. De ahí que se venda todo, hasta el oro que debería estar actuando como refugio

La primera expectativa para las bolsas debería ser, por tanto, la de recuperar, cuando se despeje algo el panorama, ese 12% de incertidumbre extra que se debe a que ahora estamos en mitad del caos. Aunque, como no estamos seguros en medio de la tempestad de que el caos no pueda incrementarse más, no hay ninguna garantía de que esa “prima de riesgo” no vaya a seguir abultándose.

Las referencias históricas son las que son y proporcionan estas pistas. A falta de algo mejor, bienvenidas sean.