No hemos tenido ni una semana de tregua para comprobar de primera mano los riesgos, de los que ya advertí en esta misma columna, que tendría sobre los mercados un repunte pandémico. La reacción del viernes, siendo justo algo exagerada, ha puesto de manifiesto que hay una latente corrección en curso.

No se trata ahora de lanzar el mensaje agorero del “lo dije”, pues la situación no ha cambiado de forma tan radical. La situación económica de corto plazo, que no la salud de la economía, tampoco invitaba a pensar en un brusco giro de las expectativas. Pero ya sabemos que cuando se trata de mercados financieros las reacciones son a veces tan violentas como inesperadas.

Es cierto que las bolsas registraron su peor día del año. Unos pocos pensarán que ya era hora después de un ejercicio en el que no pocos índices han encadenado máximos. El S&P500 sin ir más lejos ha registrado 66 roturas en el año, lo cual significa que prácticamente ha batido sus niveles históricos cada tres días. Una barbaridad.

Esta corrección puede quedar en nada o tener continuidad pero lo que no se puede ocultar es que hay tensión visible por deshacer posiciones al primer síntoma de nerviosismo. Fuera de los elementos habituales de volatilidad de la renta variable (el índice de volatilidad VIX de la bolsa americana subió el viernes pasado un +54%), hay algunos activos de cuya reacción podemos sacar conclusiones.

El petróleo ha mantenido una tendencia imparable que le ha llevado a subir casi un 70% en un año hasta la sesión previa al viernes, cuando registró un destacado castigo del 13%. Podríamos pensar que esto sería incluso bueno porque una caída de esta magnitud en solo dos sesiones podría ser un evidente alivio para las presiones inflacionistas. Pero esto no va a suceder. Primero porque no podemos aislar un activo dentro de un mercado y pensar que sea representativo de lo que ocurra en el mismo.

El gas natural, cuya tendencia e impacto es igual que la que tiene el crudo, experimentó un comportamiento inverso pues mientras el barril de petróleo se desplomaba, el gas subió un 8%. Sigue por tanto imparable y, a pesar de que se ha venido alejando de los máximos anuales (donde más que dobló su precio a un año vista), lo cierto es que en los últimos tres meses ha subido un 30%.

Tampoco le fue mal al carbón o a otras materias primas como las agrícolas. Pero antes de entrar en una miscelánea de ganadores y perdedores, la sensación es que mientras los mercados exponen sus nervios, los precios no aflojan. Ni siquiera ante la amenaza de una variante de la pandemia.

El índice de transporte (Baltic Dry Index) que muestra la evolución del transporte marítimo, repuntó con fuerza con la mejor sesión desde que el 7 de octubre hiciese su valor más alto de los últimos diez años. Es decir, que los costes no aflojan. Ni los de transporte ni los de combustible ni los de la mayoría de las materias primas. Por tanto, la presión sobre los cuellos de botella no se va aliviar.

La deuda vivió una jornada de tensión trasladada a los rendimientos de los bonos más socorridos en momentos de tensión e incertidumbre, ya veremos si suficientes para contradecir el amago de normalización monetaria en el que se intenta entrar.

Las bolsas nos han dado un mensaje desde la economía financiera. Hay nervios porque quien más quien menos, incluso los que no lo reconocen abiertamente, todos sabemos que estamos en máximos de todo. De precio y de valoraciones. Y que hay muchos activos donde la especulación es enorme. Y a pesar de todo, personalmente no me sorprendería ver una semana de fuertes subidas en las bolsas. Precisamente porque la especulación no se va a ir de un plumazo por mucho miedo que se instale en el corto plazo. Al final, los castigos en bolsa hoy se “venden” como una oportunidad para esta corriente de nuevos especuladores, perdón, inversores, que han llegado a las bolsas para quedarse.

No veo ni pánico ni capitulación a corto plazo. Y esto se debe a que las bolsas hoy en día están muy sistematizadas para analizar lo que ocurra con algunos sectores o compañías específicas. Sin un desplome de las gigacaps norteamericanas, los Amazon o Alphabet de turno, es imposible que las bolsas puedan entrar en modo correctivo.

La economía real es otra cosa. No hay base para argumentar un cambio radical en el crecimiento básicamente porque es demasiado pronto para dramatizar con una vuelta a confinamientos masivos que colapsen las economías mundiales. Pero resulta que son un hecho, como estamos viendo en Europa.

Ahora mismo todo se ha enmarañado y si, como contaba la semana pasada, el riesgo es de estanflación (crecimiento bajo y elevada inflación), los acontecimientos de corto plazo ahondan en esa idea elevando las apuestas de cara al próximo año. Y eso es lo que me preocupa realmente mucho más allá de lo que puedan hacer los activos de riesgo.

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