Preparando una clase para directivos de una gran empresa logística, me he dado cuenta de que no prestamos suficiente atención a algunos temas o que, por culpa de los sesgos, obviamos otras caras de la misma moneda: no vemos toda la foto porque miramos las cosas desde un determinado ángulo y nos perdemos el resto.

Por ejemplo, la integración de la tecnología en la toma de decisiones relacionadas con los criterios ambientales, sociales y de gobernanza (ESG) ya no es sólo una opción estratégica, es una condición imprescindible para la credibilidad y la supervivencia de las organizaciones.

He vuelto a ver la "estelar" intervención de Donald Trump en Naciones Unidas, aquella en la que decía que la sostenibilidad es la mayor estafa de la historia, aquella en la que felicitaba a Europa por haber conseguido reducir las emisiones de CO2 un tercio, cuando las del mundo en su conjunto habían subido más de un 50%, aquella en la que decía que lo único que conseguimos es que las empresas fabriquen en otros países con normativas más relajadas, empobrecernos nosotros y enriquecer al resto…

Está claro que el greenwashing también ha servido de combustible para alimentar a los negacionistas, a los radicales anti ESG, anti DEI, anti sostenibilidad. Pero también está claro que la evolución normativa y las expectativas del mercado están sirviendo para que las métricas utilizadas sean más fiables, más reales.

Esto está contribuyendo a mejorar la manera de monitorizar la evolución de las empresas, a controlar cómo van acercándose o alejándose de los objetivos que ellas mismas se han marcado.

Con datos más fiables pueden ir adaptando los objetivos a la realidad de un mundo cambiante, en el que la geopolítica y las palabras cada vez pesan más. Está muy bien definir objetivos ambiciosos a 15, 20 o más años, pero también hay que ir viendo su evolución y hacer los ajustes que sean necesarios.

En este contexto la tecnología se convierte en la palanca que transforma el cumplimiento en creación de valor. Por ejemplo, la Directiva CSRD (Corporate Sustainability Reporting Directive) obliga a reportes más frecuentes y estructurados.

Si bien es cierto que esta normativa se adoptó formalmente a finales de 2022 y entró en vigor el 5 de enero de 2023; no es menos cierto que las cosas de palacio van despacio, que las empresas necesitan tiempo para prepararse y que las primeras obligaciones prácticas de reporte comenzaron con los primeros informes obligatorios para los grandes grupos a partir de este año, 2025. Es ahora cuando se irán viendo los efectos de la mayor rigurosidad y la tecnología juega un papel muy importante en ello.

Tanto es así que podemos decir que la tecnología cambia la naturaleza de las decisiones ESG. Al fin y al cabo, hasta no hace tanto tiempo las decisiones ESG se basaban en estimaciones, auditorías periódicas y declaraciones cualitativas.

Y a partir de ahora, el hecho de tener que reportar con mayor detalle y la necesidad de que los datos se puedan verificar implican que se necesiten datos continuos, trazables y analizables. La tecnología permite transformar procesos dispares en flujos de información, los datos ESG dejan de ser un fin en sí mismo y se convierten en un pilar de la planificación estratégica.