La crisis del coronavirus ha dejado al descubierto muchas de las carencias que España viene arrastrando desde hace décadas. Hablo de aspectos tan diversos y críticos como la excesiva deslocalización de industrias clave para afrontar una epidemia como la que nos ocupa, de la falta de tejido productivo capaz de sobrevivir al colapso del turismo o las sempiternas luchas de poder entre el gobierno central y los autonómicos en vez de la necesaria unidad en un contexto tan delicado como el actual. Pero también ha dejado, si cabe, una nota positiva en el corcho de post-its: la extraordinaria capacidad de innovación y la agilidad con que somos capaces de responder a un desafío semejante.

Tirando de estereotipos, siempre se ha presumido del español que se crece ante la adversidad, que saca fuerzas cuando los rivales nos ven hundidos en el fango. Y la crisis del coronavirus quizás aporte un ejemplo más para consolidar esa premisa. Hemos visto que, en apenas días tras el estallido de la crisis sanitaria, la comunidad ‘maker’ se había afanado por construir respiradores y protectores con impresión 3D. Incluso grandes marcas como SEAT dieron un giro de 360º para echarse el reto a hombros y producir estas máquinas a gran escala en sus fábricas.

También hemos asistido a la colaboración entre la comunidad emprendedora para sacar adelante, en tiempo récord, aplicaciones móviles que ayudaran al diagnóstico doméstico del COVID-19 y evitar, de este modo, que se sobresaturaran los servicios de atención telefónica. Desde Valencia hay investigadores trabajando en el reconocimiento visual de radiografías con inteligencia artificial que sean capaces de diferenciar entre los pulmones de un paciente sano y de uno afectado por este fastidioso virus. En el norte, los vascos de Sherpa han predecido con siete días de ventaja las necesidades de cama en las UCI de la región. Y un conglomerado de universidades y entes públicos ha hecho simulaciones extraordinariamente precisas del número de infectados en nuestra tierra gracias a la supercomputación.

Ahora tenemos por delante nuestra entrada de lleno en el universo de las apps de «contact-tracing», siguiendo los postulados europeos de descentralización y respeto a la privacidad, pero si algo es indudable es que en cada paso de este desgraciado tiempo que nos ha tocado vivir hemos ido caminando a hombros de los gigantes (humildes a infrafinanciados) que conforman nuestro panorama científico, emprendedor y tecnológico. Su labor ha sido encomiable, pero más lo va a ser en los meses venideros y la ya temida recuperación económica en el marco de la horrendamente llamada «nueva normalidad».