Vaya por delante lo espinoso del tema que ocupa La Serendipia de esta semana. Cualquier reflexión que ponga en tela de juicio las vías que nos lleven a la -por supuesto, imprescindible e irrenunciable- igualdad de género es caldo de cultivo de debates sin solución a la vista. Máxime si el análisis atañe a arrojar dudas sobre uno de los factores esenciales para lograr esa equiparación en el mundo laboral: la innovación.

No es ninguna novedad que ha habido y hay economistas por doquier que han estudiado la relación entre igualdad de género, mercado laboral y crecimiento económico. Un estudio prolífico que ha tenido como principales marcos de estudio las sucesivas revoluciones técnicas y cómo éstas han ido contribuyendo a mejorar la posición de la mujer en su carrera profesional.

Esa es, al menos, la premisa que se mantiene de forma generalizada. No parecía haber demasiados elementos de discusión al respecto: conforme los avances tecnológicos reducían la necesidad de esfuerzos físicos en que los hombres tenían ventaja, la brecha laboral dejaba de tener sentido en un plano objetivo. Con la llegada de la actual sociedad del conocimiento, en la que los cerebros y no la fuerza son los que marcan la diferencia, la igualdad se presume plena en estas lides. Sólo quedaría, fácil de decir, vencer las barreras culturales, políticas e ideológicas para alcanzar esta meta.

Sin embargo, ojalá todo fuera tan sencillo como establecer un silogismo en algo tan complejo como las ciencias sociales o la propia configuración de las sociedades y economías modernas. La realidad es mucho más compleja, con matices sin fin e, incluso, con contradicciones de peso. En este caso, con una disonancia de manual que nos puede llevar a la conclusión opuesta: los avances técnicos también pueden ser un lastre considerable para la igualdad en el ámbito laboral.

Como ya estarán acostumbrados los lectores habituales de este espacio, les pido que me acompañen a un particular viaje en el tiempo. La industria textil era, tras la agricultura, el principal destino laboral en las economías preindustriales. Y aunque tejer era un coto privado de los hombres, las mujeres (y los niños) eran fundamentales para suministrar el hilo necesario para mantener funcionando los telares. Era un trabajo manual, realizado con ruedas giratorias, no precisamente digno, que empleaba a alrededor del 20% de las mujeres y niños de Gran Bretaña allá por 1750.

Y, en estas, llegó la Revolución Industrial. De la noche a la mañana, se mecanizaron muchas de las tareas asociadas a la industria textil, tanto en los telares como en el hilado. Un hecho aparentemente positivo, que trajo consigo un aumento exponencial de la capacidad de producción y de la economía en general, pero que expulsó a cientos de miles de mujeres del mercado laboral. E incluso más.

"Aunque los efectos de este cambio dramático persisten, sus orígenes casi se olvidan", reza un paper publicado por Jane Humpries y Benjamin Schneider en la revista Economic History of Developing Regions."Esta tecnología disruptiva fue catastrófica para la participación de la mujer en el mercado laboral, para los ingresos familiares y para la condición de la mujer en el hogar".

En este contexto, sólo una pequeña parte de esas mujeres pudo encontrar un trabajo sustitutivo en nuevas fábricas. Por el contrario, los hombres de los telares pudieron reubicarse con cierta facilidad en otros empleos, con mayor o menor carga física. Los gobiernos occidentales, en especial de la predominante Reino Unido, hicieron la vista gorda con la situación, sin dar cabida a ningún apoyo público a la reinserción o formación de estas trabajadoras. ¿El resultado? El desempleo masivo de las mujeres del que hablábamos.

"Aunque los hombres habían sido durante mucho tiempo los principales sostenedores de la mayoría de las familias, esta pérdida de oportunidades de las mujeres para complementar los ingresos consolidó a la familia masculina como sostén de la familia como estándar [...] que persistió hasta bien entrado el siglo XX. Críticamente, esta estructura familiar afianzó la responsabilidad principal de las mujeres en el trabajo doméstico y de cuidado no remunerado", concluyen los investigadores.