En la cumbre de Davos de 2018 se produjo un hecho muy significativo. Fue la primera vez que la cabeza de una organización científica copresidía la reunión. Y ello concedió a Fabiola Gianotti, directora general del CERN, la organización europea para la energía nuclear, la oportunidad única de reivindicar ante personas de indudable poder en el mundo el papel de la ciencia a la hora de afrontar los mayores retos de la sociedad actual.

Aquella cumbre llevaba por lema 'Un futuro compartido para un mundo fracturado' y una de las ideas que lanzó Gianotti es que la ciencia es universal y unificadora. Universal porque se apoya en hechos y no en opiniones. Y es unificadora, según su visión, la de una mujer experta en física de partículas, porque el ansia de conocimiento y la pasión por aprender son valores y aspiraciones compartidos por toda la humanidad.

Muy probablemente Gianotti tenía razón si entendemos que el conocimiento científico no ostenta pasaporte, género, raza, ni partido político. En aquella misma edición, Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo, otra de las banderas del capitalismo, abrió su discurso con una cita del compositor y cantante Leonard Cohen que abrochaba brillantemente las palabras de Gianotti:

"Hay una grieta en todo, así es como entra la luz. Pasamos una hora discutiendo las grietas y la luz y la ciencia surgió como uno de los componentes principales de la luz”.

El presidente y fundador de Davos es un economista de Harvard, el profesor Klaus Schwab. Y el peso de las reflexiones del Foro Económico Mundial tiene un sentido fuertemente económico y financiero. No es casual que en el exterior de cada cumbre resuenen los altavoces de múltiples grupos 'anti-casi-todo'. Lo volverán a hacer a finales de mayo, cuando se convoque el Davos2022. Pero ya desde el principio, allá por 1971, la cumbre completaba sus paneles con intelectuales de enorme talla, incluidos algunos científicos de mirada humanista, tratando de dar respuesta a las corrientes de pensamientos coetáneas.

En 2017, por ejemplo, Davos giró la mirada hacia la neurociencia y la antropología para tratar de explicar las razones psicológicas del populismo. Era enero de 2017. Desde el segundo martes de noviembre del año anterior, el mundo se frotaba los ojos por la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca y se atisbaban ya algunos desastres en el orden mundial. Seis años después, Europa cruza los dedos ante la posibilidad nada descartable de que el ultraderechismo gobierne Francia.

Aquel año 2017 asistieron a Davos más científicos que nunca. La tecnología ocupaba el centro de la discusión mundial. Y sin embargo, el populismo y la mentira habían ido ganando terreno sin que se escucharan en los foros de la opinión pública mundial las grandes voces de la ciencia y del humanismo que le dieran réplica al fanatismo de la manera en que lo hicieron en su tiempo científicos como Primo Levi, nuestro mentor en este NanoClub, o Marie Curie, doble premio Nobel y una de las primeras feministas de la historia.

Entre ese tipo de voces de la ciencia cuya autoridad vendría bien en este tiempo yo destacaría la figura pacificadora del profesor Andrei Sajárov. Él encarnó la dualidad de una mente brillante con un corazón inmenso. También esas grandes paradojas que en ocasiones plantea la ciencia, puesto que él fue quien logró para los soviéticos la Sloika, la bomba nuclear de hidrógeno (Bomba H) que fue un factor decisivo para el nacimiento de la Guerra Fría como sistema de equilibrios de poder. La URSS ya tenía con qué amenazar a EEUU.

Sajárov se abrió paso como ciudadano disidente, pero no por ello dejó de pertenecer a la Academia de Ciencias soviética, a la que no se podía ingresar sin la militancia en el Partido Comunista. Sajárov nunca militó en el comunismo. Al contrario, en su particular contradicción personal, desarrolló una muy particular ética a favor de la energía nuclear con garantías de seguridad, pero en contra del desarrollo de las armas de destrucción masiva.           

Sajárov lanzó la alarma de una guerra global cuando vio que las pruebas nucleares, en manos de un régimen sin escrúpulos, estaban fuera de control. Corría 1955, año de la muerte de Albert Einstein, cuya estela siguió Sajárov, no sólo a nivel científico, sino también humanístico. De hecho, fue él quien advirtió del peligro nuclear en un ensayo muy recomendable titulado 'Reflexiones sobre el progreso, la coexistencia pacífica y la libertad intelectual', un texto que circuló en forma de samizdat (literatura clandestina en la URSS) antes de ser publicado tras el Telón de Acero, en The New York Times.

En aquel ensayo, el físico soviético escribió:Toda acción que tienda a aumentar la división de la humanidad, toda tesis que tenga por objeto subrayar la incompatibilidad entre las ideologías mundiales o entre las naciones es una locura o un crimen”.

La ausencia de gigantes intelectuales provenientes de la ciencia como Sajárov nos debería hacer pensar sobre nuestra respuesta a la complejidad y variedad de todos los fenómenos de la vida moderna, las grandes posibilidades y los grandes peligros que se derivan de la revolución científico-técnica y muchas tendencias que se observan en la sociedad, que requieren análisis y opiniones libres.

En la resaca del 'Wake Up, Spain!', bautizado felizmente como el ‘Davos español’, animaría a los organizadores de EL ESPAÑOL, Invertia y D+I y especialmente a su mentor, Pedro J. Ramírez, a volver a reservar -como hicieron en su primera edición- espacios de libertad de expresión y pensamiento a hombres y mujeres de la ciencia, el humanismo y la tecnología que den mayor sentido a muchas de las reflexiones que las decenas y decenas de ponentes del ámbito económico fueron dejando en la Casa de América los primeros días de abril.

Incluso sería útil pensar en conectar ambos mundos, el científico-tecnológico con el empresarial tratando de ganar naturalidad y de eliminar barreras burocráticas que, como ya advirtió el profesor Sajárov, fueron uno de los peores males del marxismo. Igual no estamos tan lejos de aquello como creemos.