¿Cómo vamos con las buenas intenciones de Año Nuevo? Con los buenos propósitos entiendo que siempre estamos pensando en lo mismo: me voy a poner en forma, voy a comer mejor, voy a aprender un idioma… y, actualmente, deberíamos añadir cosas tipo voy a intentar aportar más granitos de arena a mejorar la sostenibilidad y a todo lo que tenga que ver con el medio ambiente.

La verdad es que pensaba escribir esta columna sobre la “paradoja ESG”,  un tema que me parece muy interesante, pero lo voy a dejar para una de las próximas columnas y me voy a centrar en algo que, por las fechas en las que estamos, se acerca ya a su caducidad.

Los buenos propósitos se consiguen si se cogen hábitos, si se ponen en práctica una serie de rutinas en nuestro día a día. ¿Sabéis de quién podemos aprender mucho sobre el poder de las rutinas?, de los astronautas. Las misiones espaciales suelen implicar largos períodos de tiempo en un entorno físico confinado, en el que los ritmos vitales se alteran sustancialmente.

Cuando están en el espacio, los astronautas ven múltiples amaneceres y atardeceres al día, hasta dieciséis amaneceres cada veinticuatro horas en la Estación Espacial Internacional mientras orbita la Tierra. La experiencia les ha enseñado que la manera de gestionar estas situaciones es marcarse una serie de rutinas para adaptarse a las alteraciones de lo conocido como su zeitgeber (temporizador) natural: interacciones sociales físicas restringidas, ritmos de trabajo que incluyen picos de actividad intensa, cambios en los patrones de alimentación y una reducción en el rango de emociones que experimentan a diario. 

Últimamente he leído en algunos foros que la justicia climática y la sostenibilidad deben abordarse de la manera correcta para que corrijamos las causas subyacentes, de lo contrario no conseguiremos soluciones duraderas. Sí, nos da algo tangible e inmediato y eso es una sensación agradable, pero insuficiente. Del mismo modo, veo a gente que frivoliza con las pequeñas victorias, las pequeñas acciones; dando a entender que para hacer cosas que no tengan un impacto real gigantesco e inmediato, mejor no hagas nada.

Personalmente, creo que tenemos que nadar y guardar la ropa, asumiendo que no siempre es fácil cambiar las cosas, ni las actitudes. No podemos desdeñar el poder de la suma de varias fuerzas que están convergiendo: la buena voluntad de la gente, la creciente presión normativa que ejercen los gobiernos y la mayúscula fuerza de la financiación sostenible, son algunas de ellas.

Me apunto a celebrar todas las pequeñas victorias que estamos consiguiendo por el camino. Por eso ver que la inversión responsable que tantos titulares ha copado (cada vez más inversores que desean alinear sus activos con sus creencias personales), tiene un impacto visible. Me alegra ver que empresas de la importancia de Telefónica, vinculan la refinanciación de su deuda a objetivos de sostenibilidad, entre los que figuran la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero y el incremento de mujeres en puestos ejecutivos. 

Del mismo modo, me alegran acciones menos noticiables, como la Green Web Foundation, que nos ayuda a saber si una web está alojada en verde; y que desarrolla herramientas para acelerar la transición verde con el objetivo de que un día internet funcione completamente con energía renovable. O la Green Software Foundation, creada para promover que la codificación use menos energía y que alienta que se tomen una o varias de estas tres acciones con el objetivo de  reducir las emisiones de carbono del software: usar menos recursos físicos, usar menos energía y/o usar la energía de forma más inteligente.

A lo mejor os parecen iniciativas modestas, pero son muy relevantes, más si cabe si tenemos en cuenta que entre sus miembros están Microsoft, Globant, Accenture, VMware, NTT DATA o Boston Consulting Group (BCG), por citar algunas de las empresas con impacto que están detrás.