De todas las crónicas del reciente CES de Las Vegas, es difícil no volver una y otra vez a la que firma Brian Heater en TechCrunch titulada “Los metaversos metaversan el metaverso”. Si no sabíamos qué era un metaverso antes del CES, “el evento no hizo un buen trabajo de aclaración”, afirma. Se habla de “emojis de aspecto tonto y algunos equipos de realidad virtual”, añade, y “probablemente sea una descripción del metaverso tan buena como cualquier otra”.

Genial la forma en que relata Heater la incapacidad del sector del automóvil para encontrar una explicación al término en el CES y sus intentos para disimularlo. No eran los únicos: “Samsung ofreció una especie de metaverso provisional (¿betaverso?) mientras nos sentamos y esperamos a que se sacuda el verdadero”.

Quizás necesite leer a Rabindra Ratan y Dar Meshi, que se presentan como investigadores de la Universidad Estatal de Michigan especializados en el estudio de redes sociales y media tech. Han publicado el artículo “El metaverso es dinero y la criptografía es el rey: por qué estarás en una cadena de bloques cuando saltes al mundo virtual”, y en él lo aclaran todo.

Según explican, la Web 3.0 será la base para el metaverso. “Consistirá en aplicaciones descentralizadas habilitadas para blockchain que respaldarán una economía de criptoactivos y datos propiedad del usuario”. Correcto, pero ¿qué hará la gente con sus billeteras criptográficas y sus stickers?

Podrá comprar productos digitales tradicionales como música, películas, juegos y aplicaciones, también artículos del mundo físico, y podrá ver y mantener modelos en 3D de lo que está comprando, “lo que podría ayudarlo a tomar decisiones más informadas”. Así lo habrían visto marcas como Dolce & Gabbana, Coca-Cola, Adidas y Nike. ¿Eso es todo? Para ese viaje no hacían falta alforjas.

El problema surge, en efecto, cuando tratamos de aterrizar las ideas a la realidad. “En el futuro, cuando compre un elemento del mundo físico de una empresa, también podrá obtener la propiedad de un NFT vinculado en el metaverso”, dicen Ratan y Meshi. Por ejemplo, “cuando compra esa codiciada prenda de marca para usar en el club de baile del mundo real, también podrá convertirse en el propietario de la versión criptográfica del atuendo que su avatar puede usar para el concierto virtual de Ariana Grande”. Y de las cascarujas llegado el caso.

El inasible programa del evento Davos Agenda, con el que el World Economic Forum ha buscado compensar esta semana el aplazamiento del Foro de Davos auténtico, nos ha brindado una versión análoga a la del CES. Y es que si Las Vegas sembraba desconcierto con el metaverso, Davos lo hacía programando un surtido de referencias y mesas de debate en torno a lo que podría etiquetarse como la estrategia GRID (Green, Resilient and Incusive Development), convertida ya en el santo grial del progreso de base tecnológica.

Las bases de esta nueva religión aparecen en un documento del World Bank Group con el mismo nombre, GRID, recién salido del horno, que incluye en su apartado de conclusiones frases como esta: “La estrategia GRID exige una acción global excepcional y urgente para ayudar a los países a lograr una inversión rápida para impulsar el crecimiento, un cambio tecnológico para garantizar que el crecimiento sea sostenible y una transformación económica liderada por las nuevas tecnologías digitales y el sector privado para generar empleos, construir capital humano y promover la inclusión económica”. Pues eso.

¿Más detalles? “Los desafíos de la pobreza, la desigualdad, el COVID-19 y el cambio climático están interrelacionados y deben abordarse de manera simultánea y sistemática”, porque “los enfoques fragmentarios y descoordinados serán menos efectivos”. Todo cabe en el universo GRID, sólo hay que seguir el rastro del dinero.

El autor del concepto Web 2.0, Tim O’Reilly, ha dado ya su opinión acerca de las posibilidades que abre esa Web 3.0 que Ratan y Meshi vinculan a los criptoactivos y el blockchain. Y en el texto que dedica al asunto, titulado “Por qué es demasiado pronto para sentirse entusiasmado con la Web 3.0”, curiosamente dedica un espacio a la carrera por las energías verdes situadas en el mismo centro de la estrategia GRID.

¿Cuál es el nexo entre éstas y el metaverso? En el caso de las nuevas energías, dice O’Reilly, “es completamente obvio que las valoraciones de burbuja están financiando ya el desarrollo de infraestructuras”. La única diferencia con el mundo cripto, es que, en este segundo caso, todavía está por ver si estamos al principio o al final de la burbuja.

Como es habitual en él, O’Reilly deja un reguero de frases contundentes para cuestionar la visión de Garvin Wood, uno de los creadores de Ethereum e introductor del concepto de la Web3, que profetiza un nuevo modelo económico sustentado sobre el principio de “menos confianza, más verdad” (“Less trust, more truth”).

A juicio de O’Reilly, “para que la Web 3.0 se convierta en un sistema financiero de propósito general, o en un sistema general de confianza descentralizada, necesita desarrollar interfaces sólidas con el mundo real, sus sistemas legales y la economía operativa”, algo que hoy en día no sucede. Y a los que se dejan atrapar por los cantos de sirena de la rápida revalorización les dice esto: “Repita después de mí: ni la inversión de capital de riesgo ni el fácil acceso a activos altamente inflados predicen el éxito duradero y el impacto para una empresa o tecnología en particular”. Cualquiera que conozca la crisis de las puntocom puede acreditarlo.

Coincide con algunos de los planteamientos de Matt Stoller, director de investigación de American Economic Liberties Project, la entidad que persiguió las prácticas monopolísticas de Facebook, con el respaldo de la muy seria Omidyar Network. Su artículo “Criptomonedas: ¿una estafa necesaria?” no responde a la agresividad del título.

En realidad, Stoller propone una vía de entendimiento entre la democracia imperfecta y un mundo cripto que promete la transferencia de poder del Estado a los individuos, con tendencia a ignorar que “las sociedades y los contratos sociales se construyen sobre mecanismos cooperativos, pero también sobre barreras y reglas aplicables”.

Stoller es contundente al afirmar que “las criptomonedas son un movimiento social basado en la creencia de que los asientos en un libro de contabilidad en Internet tienen un valor intrínseco”. Pero “no hay magia. No es dinero, aunque tiene propiedades similares al dinero. No es nada más que un conjunto de anotaciones. Claro, la tecnología detrás de los libros de contabilidad y cómo crear más asientos es genial. Pero el cripto es un movimiento basado en narradores enérgicos que tejen fábulas sobre el futuro utópico por venir”.

Basta ver las sacudidas tectónicas que se sienten ya en los mercados bursátiles ante la subida de los tipos de interés de los bonos del Tesoro de EEUU y Alemania, combinada con la incertidumbre geopolítica y las dudas sobre la evolución de la pandemia y la recuperación económica. La ruptura del cable sumbarino por la erupción en la isla Tonga es una bella y terrible analogía. Sí, 2022 va a ser un año de enorme volatilidad, propenso a las burbujas.

De modo que busquemos bases sólidas para un crecimiento sano en dos vectores de cambio de enorme potencial transformador si se abordan adecuadamente: la estrategia GRID y el metaverso. No dejemos que sucumban a la inversión cortoplacista, a la falta de visión transformadora a largo plazo, al afán de enriquecimiento fácil basado en la especulación. Ni el CES ni la Agenda Davos nos han ofrecido una guía convincente, pero van en la dirección correcta.

“Cuando veas que las empresas recurren una y otra vez a los inversores en busca de financiación sin obtener beneficios, es posible que en realidad no sean negocios; es mejor considerarlos como instrumentos financieros”, dice O’Reilly. “Centrémonos en las partes de la visión de Web3 que no tratan de la riqueza fácil, sino de resolver problemas difíciles como la confianza, la identidad y las finanzas descentralizadas”.

Promovamos en España una alianza entre ciencia y empresa sostenible económicamente a largo plazo, sin modas (cuántas slides pudimos ver en eventos públicos en los 2000 de empresas energéticas españolas cargando contra la fotovoltaica y la eólica y defendiendo el ciclo combinado, cuántas), para contribuir a un mundo medioambientalmente sostenible. No olvidemos nunca las tres E de la innovación: Excelencia, Entusiasmo y Esfuerzo.