Con la covid-19 en fase de remisión, comienzan a recuperarse algunos de los grandes eventos internacionales y la presencialidad que tantas serendipias nos ofrece en los distintos puntos del planeta. Y, en mi caso particular y por caprichos del destino, pasaré en apenas una semana de estar en el desierto de los Emiratos Árabes Unidos a los fiordos de Noruega.

Ambos son lugares que comparten muchas similitudes, pese a la enorme distancia que los separa. Se trata de países relativamente jóvenes (Emiratos celebra ahora sus 50 años de existencia mientras que Noruega se independizó totalmente en 1905). Ninguno de los dos era un territorio especialmente rico -más allá del comercio regional y ciertas actividades marítimas-. Y, en ambos casos, fueron el petróleo y los recursos energéticos los que sirvieron de catalizador para convertirse en las potencias económicas que hoy conocemos.

Sin embargo, que nadie se lleve al engaño: ni Emiratos ni Noruega son ya países que viven en exclusiva del crudo. Cuando se fundaron los Emiratos Árabes Unidos, el petróleo suponía el 90% del PIB nacional. Ahora es inferior a un tercio de su economía, dominada principalmente por los servicios (turismo y finanzas) y la construcción. En el caso de los nórdicos, el gas y el petróleo apenas representan el 17% de su PIB (datos de 2017), con un creciente peso de los servicios, el comercio y las industrias relacionadas con el mar.

Y hay una similitud más a destacar en estos dos países: los dos emplearon sustanciosas cantidades del dinero extraído del petróleo para lavar la cara de sus principales ciudades (desde el proyecto Fjord City de Oslo hasta la enorme colección de rascacielos y extravagancias que es Dubái). Pero los dos gobiernos tomaron también una decisión fundamental: usar ese dinero con visión de futuro, invirtiendo en sectores productivos que pudieran mantener ese nivel de vida incluso cuando el crudo dejara de tener sentido.

Así nos encontramos con los mil 'family offices' en Emiratos o con el Fondo de Pensiones noruego, el mayor fondo soberano del mundo. Ambos pilares financieros que sirven como sustento para lo que se les avecina en ambos casos: una reconversión productiva que abandone la explotación de recursos naturales en favor de un tejido innovador y científico que les mantenga en el reinado económico global.

Tanto Noruega como Emiratos están encomendados a esta materia... aunque con notorias diferencias. Mientras desde Oslo -que celebra ahora su Innovation Week, que cubriremos desde D+I- se apuesta por fomentar el ecosistema de startups con visión social, ecológica y que aúne los valores europeos con la rentabilidad, en el golfo Pérsico la prioridad parece estar ligada a los activos financieros, a usar la innovación y la digitalización como soporte de sectores tan variopintos (y, de nuevo, casi cayendo en tópicos) como el cine, la moda o la movilidad.

Ejemplo de ello lo encontramos en la plataforma de 'blockchain' que esta semana ha lanzado Dubái para tokenizar cualquier activo físico. ¿Por dónde han empezado? Oro, diamantes, jets privados, obras de arte y propiedades inmobiliarias.

Dos modelos muy distintos en este sentido, por mucho que compartan un objetivo común. Y solo el tiempo dirá cuál de los dos demuestra una mayor capacidad de innovación, sostenible a largo plazo...