Diría que el punto de inflexión se produce en Davos 2019, cuando la entonces CEO de IBM, Ginni Rometty, proclama que el sector tecnológico ha dejado atrás a la sociedad, ha avanzado demasiado rápido y empiezan a ser perceptibles los signos de desigualdad. Poco después el CEO de Apple, Tim Cook, asegura que la privacidad, y no conceptos más 'stevejobsianos' como la inteligencia artificial o la economía de plataformas, va a ser el gran asunto del siglo XXI.

Es curioso, le comenté ambas declaraciones a Nicholas Negroponte, fundador de MIT Media Lab (quien acabaría emborronando su formidable carrera con unas insensatas declaraciones sobre Berlusconi y Jeffrey Epstein), y se despojó de ellas como si le molestaran. Nada es comparable, en su opinión, al debate que abrirá la biología sintética. En realidad, el gran asunto de nuestro tiempo es el fin de la diferencia entre lo natural y lo artificial, añadió, haremos cosas que venía haciendo la naturaleza, y probablemente mejor. Lo cual le llevó a exponerme su metáfora sobre la revolución tecnológica en la que estamos inmersos: el mundo ya no será por más tiempo un huevo frito, se ha convertido en una tortilla.

En Davos 2020 era evidente que la sociedad había arrebatado al sector tecnológico el concepto de progreso. Ya no se trataba de aprovechar las nuevas herramientas digitales sólo para aumentar la eficiencia y la competitividad, para revisar el modelo de negocio, sino que además había que combatir el cambio climático, reducir las cuatro grandes brechas de desigualdad (social, económica, digital y de género) y salvar a la democracia. En el pasado CES 2021, pudimos ver al presidente de Microsoft, Brad Smith, dirigirse a nosotros desde una de sus monumentales granjas de servidores y hablarnos sobre el hidrógeno verde.

Los empresarios son conscientes de que, pese a ser mucho menos mediático que los fondos del Plan de Recuperación de la UE y los verticales del programa Horizon Europe, el Pacto Verde Europeo, con su enorme carga regulatoria asociada, va a impactar en su actividad tanto o más que aquellos. Lo estamos viendo en el ámbito de la energía o en el de las materias, con el sobrecalentamiento de precios de los materiales reciclados que la industria atribuye al tsunami normativo. De modo que, con su visión del mundo tortilla, Negroponte estaba probablemente más cerca de los líderes tecnológicos de lo que él mismo probablemente pretendía.

El mercado laboral no es ajeno a estas dinámicas. El presidente del MIT, Rafael Reif, encargó en 2018 a investigadores de la Sloan School of Management y el Media Lab que estudiaran la cuestión de la desigualdad en el empleo provocada por la revolución digital y su epítome, la automatización. Tenía todo el sentido, especialmente después del fiasco que supuso aquel estudio de la Oxford Martin School de 2013 sobre la sustitución de profesionales por robots que alarmó de forma tan improductiva como gratuita. La última versión del informe del MIT, actualizada este mismo año, se titula 'Task Force on the Work of the Future: Building Better Jobs in an Age of Intelligent Machines', y hace aportaciones muy interesantes para nuestra vicepresidenta tercera del Gobierno y ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz.

Contra lo que muchos prejuiciosos podrían esperar, el estudio no es condescendiente con el desregulado mercado laboral estadounidense, donde los salarios reales han aumentado para los graduados universitarios y han disminuido para los trabajadores con título de secundaria o menos desde 1980. Los autores usan el término “gran divergencia” para describir el fenómeno según el cual la productividad agregada aumentó en EE.UU. más del 66%, entre 1978 y 2016, mientras que la producción lo hizo sólo un 10% y los salarios medios un 9%.

No obstante, y aquí viene la primera sorpresa, según el informe “estos resultados no fueron una consecuencia inevitable del cambio tecnológico, ni de la globalización, ni de las fuerzas del mercado”, porque presiones similares afectaron a la mayoría de los países industrializados y a otros mercados laborales les ha ido mejor. El problema se produce cuando implementas tecnologías de hoy sobre la base de instituciones diseñadas para el siglo pasado. Es entonces cuando se genera un entorno de “oportunidades estancadas para la mayoría de los trabajadores, acompañadas de grandes recompensas para una minoría afortunada”.

Para convertir el aumento de la productividad en ganancias ampliamente compartidas, añade el informe del MIT, “la innovación institucional debe complementar al cambio tecnológico”. Y eso incluye a la normativa, la educación y la formación profesional, los sistemas de cobertura, las regulaciones laborales, los sindicatos y a la infraestructura de I+D que fomenta y da forma a la innovación.

“Toda sociedad desarrolla y apoya a su fuerza laboral a través de una red de instituciones que reflejan el contrato social”, dicen en otro momento los autores. Ponen como ejemplo de buenas prácticas la situación de muchos países europeos, acostumbrados a promover la colaboración entre las empresas, los gobiernos y las instituciones académicas para capacitar a los trabajadores, a dar entrada a los representantes sindicales en los consejos de administración y a proteger por ley de forma contundente el trabajo

“Cualquier propuesta para fortalecer las instituciones del mercado laboral suscita la legítima preocupación de que estas instituciones impondrán costosas restricciones y mandatos que obstaculizarán el desempeño empresarial”, afirman haciendo un guiño a los reticentes de su país. “Las instituciones mal diseñadas pueden minar la productividad, inhibir la innovación y dañar al público”, en efecto, pero si están bien elegidas, “vale la pena pagar sus costos”.

Tanto la concepción dialéctica de las relaciones laborales, que ha inspirado desde el siglo XIX los movimientos sociales y forma parte del humus ideológico de la izquierda política (y de la modernidad artística: «la palabra rosa es la ausencia de toda rosa», escribió Mallarmé); como el liberalismo económico, esa demanda de exclusión del Estado, que ha conducido a la “gran divergencia” del mercado laboral, deben tener presente este análisis. ¡Si hasta la geometría euclidiana que sirvió su andamiaje al pensamiento contemporáneo entra en crisis con la computación cuántica! Esta tortilla en la que se ha convertido el mundo tras el estallido digital sólo se come con los cubiertos de la innovación.