Esta semana pensé que mi visita a Bilbao para cubrir el congreso Food 4 Future tendría un efecto secundario muy apetecible: descansar del intenso calor madrileño. Error de cálculo mayúsculo: la ola de calor y tormentas que azotó España durante esta semana no hizo de la ciudad vasca una excepción.

Y lo que siguió en días posteriores en todo el país, también tuvo una réplica semejante en la urbe del sinuoso y metálico Guggenheim: de los 30 grados exponencialmente aumentados por la humedad a una lluvia torrencial que hizo temblar el ruidoso techo del Bilbao Exhibition Centre, seguida por un breve instante de granizada absoluta. Y, al día siguiente, un sol magistral que apenas duró unas horas hasta que le siguió el orballo (esa lluvia fina, apenas imperceptible, pero terriblemente molesta).

Si el clima fuera una relación, hablaríamos de un auténtico tobogán emocional. En este caso, de una sucesión de eventos climáticos en un período de tiempo tan concentrado que hacía imposible decidir un outfit acorde a lo que podría pasar en apenas unos minutos.

Lo más extraño de todo es comprobar que esos tres estados en que se presentó la lluvia durante mi estancia en Bilbao -orballo, lluvia torrencial y granizada- se corresponden a la perfección con los tres estados en que también hace su aparición la materia innovadora.

Está, en primer lugar, la innovación incremental, aquella que se va gestando poco a poco hasta que acaba por empapar de lleno. Un proceso que quizás no sea el más divertido, pero sí que es el que más impacto real tiene en la economía y sociedad, como ya vimos la semana pasada con las máquinas de hilado de algodón en el siglo XVIII. Esta primera categoría sería, como no, el orballo tan característico del Norte.

En un plano más vistoso nos encontramos con las lluvias torrenciales, esas que descargan con fuerza litros y litros de agua pero que apenas duran unas horas. Son esos proyectos innovadores que llegan de repente, sin demasiada preparación detrás ni un trabajo anterior de investigación y desarrollo, pero que consiguen captar la atención masiva. Eso sí, su vida útil es relativamente limitada. Hay un campo donde podemos encontrar con facilidad este tipo de inclemencias meteorológicas: las redes sociales. ¿Acaso no recuerdan el boom de plataformas como Houseparty o Clubhouse y su repentina caída en desgracia?

Por último, aparece la granizada. Un fenómeno mucho más inusual que los dos anteriores, con un impacto mucho mayor y, por supuesto, que se produce de forma rápida e inusitada. Su semejante en la arena que nos ocupa serían esas startups que irrumpen sin que nadie las espera, consiguen esa atención mediática que tanto gusta a las lluvias torrenciales pero, a diferencia de las anteriores, resultan tan únicas y generan un impacto tal que nadie puede escapar a ellas. A diferencia del orballo evolutivo, de la lluvia torrencial pasajera, aquí estaríamos ante lo que podríamos catalogar realmente como una disrupción.

Reconozco que estos símiles son resultado de un pensamiento plasmado a vuelapluma. Pero, dado que hay pocas formas de categorizar la innovación, pocos gurús vendiendo sus consejos y fórmulas mágicas de emprendimiento; como apenas hay 'advisors' dando charlas con menos valor que unas gafas de sol esta semana, he aquí mi humilde aportación a este popurrí de desconocimiento generalizado.

Quién sabe si, dentro de unos meses, veremos a algún charlatán explicando la innovación con unas nubes de fondo...