Esto ya lo explicó Ortega y Gasset hace cien años desde una óptica asentada en la política; la traducción al mundo de hoy sería esta: nuestras vértebras son las rotondas de los pueblos y las franquicias de los centros comerciales, nuestro maltrecho idioma y hasta cierta cultura común que tendía a la alegría; lamentablemente hay poco más.

Cuando más falta nos hace que haya una propuesta común en educación y un enfoque renovado hacia la nueva economía de la innovación, cuando son más necesarios que nunca los pactos entre regiones y el Estado, en España no hay puentes, las carreteras de comunicación están siempre cortadas por el tactismo y lo peor, la gente está a la gresca con todo siempre, haciendo muy complejo el arte de la política, consistente básicamente en explicar, hacerse entender, renunciar y alcanzar acuerdos.

Este país sin costuras está a la cola en inversión pública y privada en I+D (las diferencias entre regiones son también monstruosas), a la cola en contrataciones laborales relacionadas con la ciencia... Somos, eso sí, los campeones del paro juvenil, del número de bares por habitante y de algunas cosas más que nos colocan en un lugar deshonroso, y, más peligroso aún, en una posición de futura dependencia económica.

Crecimiento

Cuesta mucho constatar el crecimiento de nuestras empresas. Los empresarios, llegado cierto punto de equilibrio, por lo general, rehúyen las latitudes de los medianos y los grandes para mantener una mejor calidad de vida, o al menos eso dicen. Nos cuesta una barbaridad (culturalmente) juntarnos con el otro, hacernos más grandes, permitir que los demás entren en la esfera de nuestras opiniones tan personalísimas.

No queremos que nuestra pequeña casita se convierta en un edificio, y luego un barrio y más tarde en una ciudad, todo eso son más problemas, dejar las riendas del caballo en manos de no se sabe quién.

No está demostrado que nuestras empresas sean menos competitivas que las del resto de la UE, de hecho, parece que, a igualdad de tamaño, somos semejantemente competitivos; el problema lo arrastramos en nuestro recelo por lo propio, en nuestra nostalgia por lo pasado.

Si no somos capaces de crecer será mucho más complicado resistir: hay que levantar las murallas sutiles entre regiones, tender puentes y lazos y alianzas entre todos y contra todos, favorecer el entendimiento entre las dos mitades de algo que puede ser más grande, salir a Europa sin complejos, a comprar los otros trozos del puzle; y así crear campeones sectoriales en las nuevas matrices de la economía, donde, por cierto, somos bastante buenos ideando: ahí están los casos en biotecnología, Fintech o agrotech.

 ¿Y entonces?

Apostarlo todo al turismo una vez desmantelamos nuestra industria fue demasiado arriesgado. Ahora que las industrias regresan (la UE ha dibujado una ambiciosa estrategia de reindustrialización) y el emprendimiento se orienta hacia campos y tecnologías más inspirados en la innovación y la tecnología, es el momento de lanzar un plan de apoyo masivo.

Necesitamos que nuestras nuevas empresas cuenten con capital para crecer, que se puedan conectar con otras empresas a nivel internacional y que puedan hablar el mismo lenguaje para tratar de crecer; necesitamos mejores proyectos para llevar más rápido lo que investigamos al mercado (el refuerzo de la conexión universidad – emprendedores); necesitamos un mecanismo legal que facilite todo esto, que limpie el camino, que lo haga fácil (Ley de Startups); necesitamos que ya mucho antes, en el cole, los profes empiecen a fomentar la creatividad, la curiosidad, el descubrimiento productivo de los caminos equivocados; necesitamos que quienes se equivocan no sean penalizados y puedan volver al mercado (segunda oportunidad)…

Es urgente que nos sentemos a hablar. Cuanto antes.

*** Fran Estevan es escritor y fundador de LocalEurope