La configuración del tejido empresarial español es, a la vez, motivo de orgullo y una de nuestras mayores condenas. A diferencia de otros países en donde las grandes corporaciones son protagonistas, en España las pymes suponen el 99,8% de las empresas, a pesar de que representan poco más del 62% del Valor Añadido Bruto (VAB) y el 66% del empleo privado.

Orgullo porque supone un modo de entender los negocios y la tradición que se ha olvidado en la era de la globalización. Pero condena, también, porque supone perder por sistema cualquier esperanza de competitividad o pegada internacional debido a la inamovible ley de la economía de escala.

De hecho, uno de los campos en donde más se nota esa incapacidad de las pymes es en la adopción de la tecnología o su impulso innovador. ¿Cuántas empresas de pequeño tamaño aún siguen sin tener siquiera una página web? ¿Cuántas otras han tenido que digitalizarse a marchas forzadas con la pandemia porque este tema no figuraba antes en sus pensamientos?

No es de extrañar que, ante esta situación, un foco importante de las políticas públicas vaya a impulsar la innovación entre las pequeñas y medianas empresas de nuestro país. Los fondos europeos, como ya es habitual, son la panacea que resolverá las limitaciones imposibles del tamaño empresarial. 

Pero quizás esa idea no sea tan idónea como parece a vuelapluma.

Pedro Mier, al frente de la patronal Ametic, ha sido incansable defensor de los macroproyectos tractores: una idea que busca acelerar la innovación en la capa superior y que ésta, a su vez, movilice a todo un sector. Además, esta semana, Domingo Mirón -presidente de Accenture en España- pedía en D+I aprender del pasado para evitar el error de repartir los fondos y subsidios en pequeñas cantidades entre un gran número de actores, lo cual ha demostrado "no produce el efecto deseado".

Es cierto que tanto Mier como Mirón no dejan de ser voces muy autorizadas del sector, pero no por ello concluyentes de una realidad. Para eso necesitamos datos que corroboren esa premisa de que la estrategia de innovación no debe focalizarse en contentar a todos o buscar el cambio a pequeña escala, sino todo lo contrario.

Esta confirmación nos llega desde la bella Noruega, el país de los vikingos, los fiordos infinitos y Edvard Munch. La joven nación, que se enriqueció gracias al petróleo en el siglo XX, lleva varios años buscando la fórmula para reconvertir su modelo productivo con la innovación como eje vertebrador. Fruto de esos esfuerzos, son varias las políticas llevadas a cabo para impulsar no sólo el pujante ecosistema de startups, sino también la inversión en I+D en su conjunto.

En ese contexto, el gobierno noruego decidió reformar su plan de subvenciones a la I+D en 2002. El principal objetivo de los cambios introducidos fue el de entregar estas ayudas en función del tamaño de las compañías. La idea era noble: estimular la inversión en innovación entre las pequeñas y medianas empresas, con una deducción en impuestos del 20% de este gasto hasta cuatro millones de coronas (unos 400.000 euros).

El resultado, a simple vista, fue positivo: el gasto agregado en I+D creció un 11,7% en los años venideros. Pero, como demuestra una reciente investigación, esta política supuso un golpe directo a la tasa de crecimiento del país (del 1,47% al 1,37%) y al bienestar de sus ciudadanos.

"La razón por la que la reforma tiene este impacto negativo es una distorsión del proceso de reasignación derivado de la dependencia del tamaño. El grupo de innovadores de alta capacidad, con una contribución al crecimiento relativamente grande, es probable que estén por encima del umbral en comparación a empresas menos innovadoras. La respuesta diferencial de inversión entre los tipos de empresas induce una expansión de empresas menos productivas, mitigando así el efecto de selección de empresas", explican en el paper.

Casualidad o no, la propuesta que hacen los expertos en el caso noruego es la misma que inducen Mier y Mirón en tierras patrias: otorgar las subvenciones a todas las empresas independientemente de su tamaño. "Encontramos que esta política aumenta la inversión en I+D, pero a diferencia de la política de umbral, también tiene efectos positivos sobre el crecimiento y el bienestar", confirma la investigación.

*** Parte de esta columna está basada en la investigación 'R&D Heterogeneity and the Impact of R&D Subsidies' de Sigurd Mølster Galaasen y Alfonso Irarrazabal, cuyo original puede leerse aquí.