No debe ser nada fácil decidir dónde tienen que ir los casi 27.000 millones de euros de los fondos NextGen que el Gobierno de España ha identificado en los PGE para el 2021.

Es como el tema de la manta de quienes no tienen más: o te tapas los pies o te cubres la cabeza. Porque lo cierto es que lo mires por donde lo mires no da.

Todo el mundo quiere más en un momento clave de la historia en el que todo ha sido menos (menos gasto, menos turistas, menos consumo, menos vida y menos besos y menos alegrías) pero lo cierto es que nuestras alforjas estaban vacías y nuestro sistema de producción estaba exhausto, colmado, agotado, perdido…

Ayudas directas, ¿sí o no? ¿hasta dónde?

Imagínense el dilema ahora: ¿damos 3.000 euros a todos los establecimientos de hostelería que han tenido que cerrar?, ¿y otros tantos miles de euros a los taxistas que no han tenido actividad durante muchas semanas?, ¿inyectamos dinero en las empresas culturales para que no cierren, para que la cultura no desaparezca?, ¿salvamos las compañías aéreas, los hoteles vacíos?

No sé de dónde van a salir los 11.000 millones de euros que ha anunciado el gobierno para salvar empresas, pero si hay que restárselos a los NexGen habrá que volver a cuadrar las cuentas porque ninguno de los objetivos plasmados en el primer borrador del plan se podrá alcanzar.

Dicho de otro modo, y aunque suene duro y sea difícil de asumir: ¿es más importante salvar a toda la hostelería o ahondar en las necesidades de transformación de nuestro modelo productivo? ¿Qué pasará si esto pasa otra vez y nos hemos gastado el comodín de la vida en salvar aquello en detrimento de incentivar que las fábricas puedan producir algo tan sencillo como una mascarilla o geles hidroalcohólicos? ¿No sería más interesante poner el foco en formar esos excedentes de la oferta en otras habilidades y competencias? ¿Podrían un camarero, una taxista o un recepcionista de hotel ser piloto de drones, técnico en una fábrica o mantenedor de una impresora 3D en un hospital? ¿Por qué no?

¿O es que acaso nuestra jugada es pensar que todo volverá a ser como antes y que España será un país bendecido por las mieles del turismo internacional y que todo será crecimiento y crecimiento y crecimiento a base de la depredación de nuestro territorio y el agotamiento de nuestras capacidades de servicio?

¡Qué terrible dilema! Porque resulta evidente, de un lado, que detrás de todos esos pequeños y no tan pequeños negocios a los que hay que salvar (grandes aerolíneas e importantes cadenas hoteles incluidas) hay personas que lo están pasando mal y que necesitan con urgencia la ayuda del Estado; y del otro, sabemos (se sabe) que no tenemos capacidad para hacer las dos cosas a la vez. Si a esto le añadimos la presión internacional, particularmente europea (los países ricos de la UE sí tienen dinero para hacerlo y no tienen que decidir qué parte del cuerpo proteger: la manta les puede cubrir el cuerpo entero), la situación se vuelve muy compleja. Hay que elegir.

Lo más sensato sería tal vez buscar un equilibrio, que será complejo, sin duda, pero que desde mi punto de vista tiene sustentarse en esta hipótesis: esta es la última oportunidad que tenemos de engancharnos al nuevo mundo (tecnología, innovación y talento) así que si nos lo gastamos en arreglar los desperfectos causados por el huracán no tendremos dinero para hacer que por estos lares no nos vuelvan a golpear los huracanes. Nos toca pasar un proceso de ajuste y reinvención radicales y tenemos que ser capaces de explicarnos como sociedad que la apuesta ya no es blanco o negro, que el mundo ha cambiado y que de lo que se trata es de que ya no queremos volver a jugar más a la ruleta.

Desiderátum

… Y seguirá habiendo terrazas para la alegría de nuestras vidas y una oferta turística única para venir a pasar unos días al paraíso; pero también habrá personas formadas en cosas increíbles, y empresas capaces de hacer cosas alucinantes y gobiernos eficientes y modernizados que administran sin trabas; y nuestra movilidad será inteligente y sostenible y el sol nuestro de cada día y nuestros vientos cruzados nos darán la posibilidad de una energía reluciente, limpia ,transformadora; nuestrxs hijxs se formarán en el mundo digital y nuestra salud será predictiva y remota y más asequible.

Los coches circularán de manera autónoma e inteligente y sin hacer ruido ni emitir veneno y los centros de las ciudades serán habitables, remansos de cultura. Los interiores se llenarán de nuevas esperanzas de una economía rural rejuvenecida por quienes apuestan por el bien tan preciado que es el tiempo y juntos seremos capaces de sacar todo esto a flote porque no había otra opción.

Cualquier cosa que no fuese esto nos conducía a entregar las llaves del Estado.