A los generales romanos, cuando desfilaban victoriosos por las calles de Roma tras una gran batalla se les solía decir memento mori (recuerda que morirás) para que la soberbia no les hiciese pensar que eran como los dioses… No se imaginan la de veces que he tenido esa frase latina a punto de estallarme en la boca en los últimos cinco años: a todos esos triunfadores de lo techi y de lo innovador que se creen dioses, que han levantado rondas de impresión y cuyos posts en redes sociales generan un tráfico bestial: memento mori. Y que todo eso no servirá de nada si no has sido capaz de generar un impacto sostenible, una transformación evidente, una mejora de cualquiera de los maltrechos pilares de la economía del mundo.

Debería importarnos poco a los mortales que os hagáis ricos o que ganéis influencia o que vuestro Instagram sea envidiable (¡olé!), eso sí, tenemos que encontrar la fórmula para transformar todo ese estallar de parabienes en las bases de un legado mejor, que no sea paupérrimo.

Es muy preocupante el estado de miseria en que estamos dejando todo esto. Estamos acabando con todos los recursos naturales que pillamos por ahí, sin tapujos, a saco; a la vez que observamos con una quietud exasperante cómo las diferencias entre quienes más tienen y los que tienen menos no paran de crecer. La alquimia del debate no está en la equidistancia de la balanza (la derecha o la izquierda) sino en la posibilidad de vivir en el mundo mañana, pero esto aún no ha llegado a las tripas del populismo global, que ha encontrado en los límites de las creencias un caldo de cultivo en el que plantar nuevos odios, renovados miedos.

Miren, nada será suficiente si no somos capaces de encontrar un equilibrio en todo eso. Mientras los que no tienen nada que perder sigan arriesgando la vida de sus hijos para sobrevivir, el mundo, tal y como lo conocemos, no volverá a ser lo que fue, y cada vez nos costará más explicar a nuestros hijos, mientras pausamos la partida de la Play, que esos pobres niños que mueren achicados por el agua no han tenido la suerte de nacer en un sitio mejor. Tremendo.

Este legado que dejamos tiene muchos ángulos que harán del mañana algo inhabitable. Dejamos en herencia una deuda monstruosa, impagable. Una losa con la que nacemos y a la que nadie se atreve a aventurar un final próximo (algún día la inflación volverá y no podremos seguir comprándonos la miseria de lo que debemos para seguir tirando el balón largo). Legamos un sistema de pensiones que no tiene futuro: cada vez vivimos más años, cada día hay menos gente trabajando, cada vez queremos trabajar menos…

No cuadra. ¿Le podríamos decir a nuestros hijos que si estudian y aprueban les daremos tal o cual premio pero que si estudian menos no pasa nada, que obtendrán la misma recompensa? No. Por supuesto que no. Su sistema de producción se hundiría y su sistema de estímulos devendría ineficaz.

Una de las cosas más terribles que vamos a dejar en esta nuestra herencia colectiva es una juventud sin futuro. No tienen trabajo. No les queremos pagar lo que valen. Se van. Se siguen yendo porque nadie quiere vivir en un país que no cree en sí mismo. Ya va siendo hora de que pongamos esto en el centro de todos los debates. Si me apuran, yo incluso lo ubicaría delante de la energía y la digitalización. Porque ¿para qué queremos una España verde y digital, con rotondas sostenibles y conexión ultrasónica de todos nuestros dispositivos digitales si nuestros médicos, ingenieros o investigadores huyen buscando un lugar que les permita ejercer como tales?

A mí me parece una tomadura de pelo que vayamos a invertir decenas de miles de millones en inversiones transformadoras antes que en un plan para acabar con esta realidad palmaria. No tengo un slogan para esto pero la idea que subyace es: menos pasta para ultramovilidad urbana y más para salarios competitivos de nuestros jóvenes.

Mucho me temo que llegarán las migajas, y eso estará otra vez mal. Un país que paga así a quienes podrían salvar su porvenir no tiene ninguna posibilidad de salir adelante. Por eso ahora resulta más necesario que nunca que nos pongamos todos manos a la obra. Me gusta lo que he leído en la Estrategia España Nación Emprendedora: en el emprendimiento en nichos específicos de innovación y tecnologías se encuentran muchos de los resortes del mundo del mañana: robótica, impresión 3D, inteligencia artificial, etc., pero me preocupa que no seamos capaces de ejecutar tamaña empresa.

Tras la crisis de 2008 los datos demuestran que el emprendimiento por necesidad es una mala solución: la gente, sin trabajo, desesperada, se lanza a la aventura sin formación, sin paracaídas, solos… En esta estrategia están las bases para hacerlo todo bien, le deseo mucha suerte a Francisco Polo en su coordinación y ejecución en los próximos años.

Memento mori, y que no te gustaría abandonar el mundo dejándolo como un solar, con las sociedades fracasadas y los sistemas políticos derribados por los populistas, partidos en dos, con nuestros hij@s perdidos en el limbo digital sin saber explicarse cómo demonios pudieron perder la batalla del mundo real. Memento mori y lucha porque nuestro legado sea mejor que toda esta suma de batallas perdidas.