Hace un año por estas fechas, apenas veíamos como algo lejano aquel virus que causaba estragos en China y había obligado a confinar una ciudad llamada Wuhan que pocos conocíamos hasta entonces. Hace un año, las mascarillas solo eran objeto de uso cotidiano del personal sanitario. Hace un año, nuestra rutina laboral giraba en torno a un lugar -la oficina- que muchos llevan sin pisar desde que la Covid-19 hizo acto de aparición en nuestras vidas.

Lo que ocurrió a continuación es bien conocido por todos: el tortuoso camino de la incertidumbre inicial a la consolidación de la ahora denominada "nueva normalidad". Un término cuasi eufemístico para referirnos a algo que de normal tiene lo justo.

Muchos son los efectos y consecuencias directas de esta pandemia. Por supuesto, lo primero es la inmensa cantidad de vidas que este dichoso virus nos ha arrebatado. Lo segundo es la constatación de las carencias que los sistemas sanitarios de todo el mundo tenían para afrontar una crisis de esta magnitud. Pero hay más detalles que no deben pasarse por alto en tanto que afectan a nuestra cotidianidad, a esa "normalidad" que ahora se nos ha impuesto redefinir.

Me gustaría centrarme en el ámbito laboral. Antaño, por si no lo recuerdan ya, las oficinas eran el epicentro donde discurrían esas ocho horas que figuran en los contratos. Eran el lugar donde decenas o cientos de personas se agolpaban, donde clientes y proveedores llegaban y salían de reuniones a todas horas. El espacio físico que servía de punto de unión de todos los miembros de una compañía, desde aquellos en los escalafones más inferiores de la cadena hasta los grandes directivos.

Pero la pandemia obligó al cierre de las oficinas físicas y al teletrabajo forzado de la mayoría de profesionales en todo el mundo. De pronto, cambiamos los ascensores y los apretones de manos por videoconferencias e infinidad de soluciones de colaboración remota.

¿Volveremos a la oficina?

Se está repitiendo hasta la saciedad que la pandemia no ha hecho sino acelerar un proceso que sería a todas luces inevitable. En los mentideros del sector tecnológico se proclama cual mantra que "se ha hecho en un año lo que hubiera llevado diez años conseguir en circunstancias normales". Incluso hay empresas que han ido más allá, declarando permanente el teletrabajo voluntario y promoviendo la deslocalización de sus empleados.

Ese es el discurso generalizado, y es cierto hasta cierto punto, pero guarda numerosos matices. El primero de ellos guarda relación con esa presunción de que todos los trabajadores prefieren ejercer sus funciones en casa antes que ir a una oficina. Si bien todos nos quejamos del tiempo perdido en los trayectos o de los pequeños roces de la convivencia diaria, lo cierto es que solo el 13% de los empleados está preparado para dejar la oficina para siempre, según un reciente estudio de PwC en Estados Unidos.

Por otro lado, y a pesar de los esfuerzos que se han hecho al respecto, no es comparable un proceso de 'onboarding' totalmente online a uno hecho en una oficina física. Cuando un empleado se incorpora a una compañía, ese contacto cotidiano -presencial- es fundamental para descubrir no solo la formación reglada, los recursos 'oficiales' para desempeñar correctamente su función, sino también los 'oficiosos': esos trucos, atajos o excepciones que no figuran en los cursos ni en los libros de Recursos Humanos. Por demostrar este extremo con pruebas, el mismo informe recogía que los trabajadores con menos experiencia profesional (0-5 años) tienen más probabilidades de querer estar en la oficina con más frecuencia.

La máquina de café

Pero si hay un detalle que invita a no dejarse llevar por la nebulosa ensoñación de un teletrabajo perpetuo, ese es la colaboración. Quizás ahora estemos más conectados que nunca, con un sinfín de videoconferencias y herramientas de chat, pero eso no deja de ser una solución de contingencia sin valor añadido alguno.

Vuelvo con datos de PwC: el 87% de los empleados dice que la oficina es importante para colaborar con los miembros del equipo y construir relaciones. 

Y es que, haciendo honor al título de esta columna, las serendipias no suceden en encuentros programados y orientados a tal fin. Por definición, muchas de las grandes ideas surgen de conversaciones casuales, de encuentros fortuitos en la oficina.

¿Cuántos problemas corporativos se han resuelto con una conversación en los pasillos, fuera de los despachos y de los ojos curiosos del resto de la empresa? ¿Cuántas ideas y proyectos se han resuelto en torno a la máquina de café, ese icono inequívoco de cualquier empresa que se precie?

Esta semana me ha alegrado especialmente ver que este diagnóstico, más allá de las cifras o mi propia subjetividad, es compartido incluso por las compañías que ofrecen servicios de colaboración remota. Esto es, los primeros interesados en promover el teletrabajo a gran escala.

"Por ahora, estas soluciones nos han permitido mantener la continuidad de los negocios. Pero en lo que tiene que ver con la comunicación improvisada, la espontánea, no lo estamos haciendo tan bien", reconoce Jeetu Patel, vicepresidente sénior y director general de Seguridad y Aplicaciones de Cisco.

Y teniendo en cuenta que el futuro del trabajo será probablemente híbrido -con personas yendo a la oficina y otras quedándose en casa-, resulta sumamente interesante solventar esta falta de comunicación coloquial. "Hasta ahora, la gente que trabajaba desde casa era como de segunda división. Tenemos que ver como integrarlos en el mismo nivel que los que acuden presencialmente a la empresa", confirma Patel.

Un mundo predominantemente online o híbrido en el que no se haya solventado el dilema de la colaboración improvisada será un escenario en el que la inventiva, la creatividad y la serendipia brillen por su ausencia.

¿Cuál es la solución, el camino a seguir en el mundo postpandémico? Sinceramente, albergo más incertidumbres que respuestas. Pero no duden que el eje vertebrador de cualquier empresa que se precie seguirá siendo la máquina de café.