Una de las grandes máximas de la historia es que es escrita por los vencedores, imprimiendo su particular imaginario a los libros que finalmente quedan para la posteridad. Los vaivenes de la hegemonía tecnológica a lo largo del tiempo no son una excepción.

En cualquier discurso sobre todas las revoluciones industriales hasta la fecha, el epicentro de todas ellas está radicado ya sea en Europa o en Estados Unidos. La irrupción de la máquina de vapor, el sistema 'fordista' de producción o internet son solo los tres grandes ejemplos de este zoom casi exclusivo en Occidente.

Sin embargo, si ampliamos las miras vemos que hubo otros territorios que escapan a estas definiciones geográficas y que fueron claramente superiores en innovación a nosotros. Ahora es cuando les pido permiso, estimados lectores, para llevarles a dar un paseo por el espacio y el tiempo. Concretamente, hasta el siglo XIV de la actual China.

Los agricultores chinos pasaron por numerosas etapas evolutivas hasta llegar a un estadio competitivo mucho más elevado que el europeo. Ya durante la dinastía Han, se usaban de forma masiva el arado con punta de hierro y la sembradora en la zona norte del país. Posteriormente, a principios del siglo IX, la producción viró hacia las áreas arroceras del sur del río Yangtsé, mucho más productivas. En el siglo XI, se introdujo una nueva variedad de arroz desde Indochina, más resistente a las sequías y con una maduración más rápida. Frente al ritmo habitual de recolección, estos agricultores lograron hasta tres cosechas al año.

Les pido perdón: he retrocedido más de lo que les había prometido. Regreso al redil: en el siglo XIII, muchos de los principios de la agricultura de conservación habían sido ya incorporados en las explotaciones de China. Por comparar, este salto adelante llegó a Inglaterra cinco siglos más tarde.

Recordemos por un instante que la pólvora, la brújula magnética y el papel también son logros de la ciencia asiática. En la manufactura, el fenómeno era el mismo: la producción de hierro en China llegó a las 150.000 toneladas, cinco o seis veces superior sobre una base per cápita a la producción europea. 

Sumen estos avances a la revolución agrícola y la conclusión es obvia: China gozó de una ventaja innovadora sustancial frente a Occidente durante varios siglos. Un reciente paper partía de todos estos hechos para arrojar un mensaje cristalino: "Para el siglo XIV, China era probablemente la civilización más cosmopolita, tecnológicamente avanzada y económicamente más poderosa del mundo. Occidente era más pobre y subdesarrollado".

Una pregunta me (les) surge automáticamente a renglón seguido: ¿Qué pasó para que el país más innovador del mundo perdiera el tren de todas las revoluciones tecnológicas posteriores?

Hay historiadores que apelan a una falta de demanda de tecnología que lastró el espíritu innovador en aquel país. Otros han recurrido a fallos en el suministro de esa misma tecnología. Pero el experto Justin Yifu Lin tiene una teoría alternativa.

"En tiempos premodernos, la invención tecnológica provenía básicamente de la experiencia, mientras que en los tiempos modernos es principalmente el resultado de experimentos con ciencia. China tuvo un liderazgo temprano en tecnología porque en el proceso de invención tecnológica basado en la experiencia, el tamaño de la población es un determinante importante de la tasa de invención. China se quedó atrás respecto a Occidente en los tiempos modernos porque no hizo el cambio desde el proceso de invención basado en la experiencia al experimento e innovación basada en la ciencia, mientras que Europa lo hizo a través de la revolución científica en el siglo XVII".

Pongamos los puntos sobre las íes. Antes de la Revolución Industrial, la mayoría de las innovaciones se obtenían por medio de la simple perspicacia en el día a día, en la mera observación de la naturaleza. No hay nada sistemático, ni planteamientos de hipótesis ni pruebas realizadas en entornos controlados. No hay conocimientos avanzados ni experimentación alguna: en cierto modo es fruto del azar, de ahí el poderío de aquel país que tiene más papeletas poblacionales.

"Una población más amplia implicaba probabilísticamente más logros en la ciencia premoderna. Sin embargo, por muchos genios que haya en una sociedad, sin el capital humano adquirido [esto es, conocimiento científico] ese país nunca podrá lanzar una revolución científica", detalla el documento. Y hay algo que tener en cuenta: los incentivos a la innovación en aquellos lares, un país dominado por los burócratas desde la unificación de China bajo la dinastía Qin, eran menores que en Europa, donde el poder recaía en los aristócratas feudales, ansiosos de ganar más y más dinero.

¿Han llegado al mismo estado mental que yo? En muchos casos, idolatramos a aquellos inventores, genios y figuras, que han conseguido sus logros en base a la experiencia. Aquellos que han trabajado día y noche persiguiendo un sueño, una ambición incluso heredada de negocios familiares que son mejorados y ampliados en función de la experiencia. Pero, con todos los respetos y honores para ellos, la verdadera innovación, aquella disruptiva de verdad, es la que surge de la experimentación, de la investigación científica. Y es ahí hacia donde deben dirigirse nuestros esfuerzos: hacia la innovación sistemática, planificada y dotada de recursos.

*** Parte de esta columna se basa en la investigación de Justin Yifu Lin, publicada en 'Economic Development and Cultural Change' y cuyo trabajo completo puede consultarse aquí.