A todos se nos ha parado el tiempo con la pandemia de la Covid-19. El reloj parece haberse detenido, nuestras vidas tal y como las conocíamos han entrado en suspenso y hemos tenido que contener la respiración en más de una ocasión ante las dramáticas noticias que hemos tenido que vivir. En los peores casos, miles de vidas se han parado para siempre por culpa de este endemoniado virus.

En el plano económico, la cosa no ha ido mucho mejor. Gran parte del tejido productivo se ha visto paralizado de la cabeza a los pies, máxime en un país tan dependiente como España del turismo, cuyo revivir aún ni se contempla hasta que la inmunización colectiva sea realidad.

A la industria tecnológica también se le ha parado el pulso, en cierto modo. Aunque pudiera parecer lo contrario, a tenor del auge de las grandes multinacionales en Bolsa o de la 'burbuja' protagonizada por nombres como Zoom, lo cierto es que la inversión digital se ha visto duramente afectada en 2020.

Este diagnóstico, al igual que en la medicina, no tiene ningún valor si no medimos el bajón de tensión de forma cuantitativa. Recurramos a la firma de análisis Gartner para ello.

De acuerdo con sus últimos datos, el gasto mundial en Tecnologías de la Información cayó un 3,2% durante el pasado curso. En algunas parcelas, el hundimiento ha sido incluso mayor: un 8,2% de descenso en dispositivos, contradiciendo a quienes pensaron que el teletrabajo impulsaría las ventas de ordenadores personales.

¿Cómo se explica que, pese al ingente auge del teletrabajo y la migración urgente de muchos sistemas empresariales a la nube, la inversión digital haya bajado? La respuesta es sencilla y, al mismo tiempo, perturbadora: lo dedicado a cubrir estas necesidades urgentes no compensa -ni de lejos- la parálisis sufrida en los grandes proyectos de transformación digital.

Muchas de estas iniciativas, principalmente de modernización del 'backoffice' y migración del 'legacy' a desarrollos más modernos (incluyendo llevar las cargas críticas a entornos 'cloud'), se han visto interrumpidas sin piedad por la pandemia. Son procesos que llevan meses si no años, que requieren de una gran coordinación de expertos y, también, enormes dispendios económicos. Y en estos tiempos, el dinero no abunda.

La nota positiva es que el ritmo del corazón se suele estabilizar una vez se cure la enfermedad que ha causado su anómalo descenso. En este caso, y conforme 2021 sea el inicio del fin de la Covid-19, el latido digital volverá a su ser.

Volviendo a las cifras de Gartner, este mismo año veremos como el gasto mundial en TIC remontará un 6,2% hasta los 3,9 billones de dólares (trillion, en nomenclatura anglicana). Seguiremos viendo inversión en tecnologías que favorezcan el trabajo híbrido -casa y oficina-, pero también volveremos a las partidas presupuestarias dedicadas a áreas clave para el futuro de las empresas.

Es la sempiterna pugna entre el corto y el largo plazo. Y si bien es indispensable salvar el día a día, más ahora que la incertidumbre nos acecha en cada esquina, también hay que pensar en lo siguiente.

Como un mantra, repetido hasta la saciedad, sabemos que los negocios que no se adapten a la era digital no sobrevivirán. Los analistas ya pronostican que "las empresas se verán obligadas a acelerar los planes de transformación digital al menos cinco años para sobrevivir al mundo posterior a la Covid-19". Ahí es nada: mirar a un lustro vista... y dedicar los recursos para hacer esa visión posible en el presente.