Hace poco más de un siglo, en 1912, Winston Churchill tomó una decisión histórica. A partir de ese momento, la Armada Británica iba a alimentarse con petróleo en vez de con carbón. Teniendo en cuenta que había reservas británicas de carbón pero ninguna de crudo, fue sin lugar a dudas una elección valiente y disruptiva. Aquel día el primer ministro inglés marcó el inicio de la era del petróleo. Pero, sobre todo, puso de manifiesto el papel que las decisiones políticas pueden jugar sobre las reglas del juego de los mercados. 

La España actual se encuentra a la espera de su propio ‘Momento Churchill’. Tenemos valiosas reservas en la economía tradicional, pero al mismo tiempo somos absolutamente conscientes de que el cambio tecnológico continúa acelerándose y de que la transformación digital será fundamental para construir economías más resilientes y competitivas. Urge tomar decisiones valientes y disruptivas.

Los fondos europeos para la reconstrucción nos brindan la última oportunidad. Más de 20.000 millones de euros podrían ir a parar a proyectos para la digitalización en España. Si los aprovechamos bien, conseguiremos plasmar en hechos lo que hasta ahora han sido solo palabras: cambiaremos el modelo productivo de nuestro país y construiremos una España mejor en la que vivir. Lo expresó muy bien el Secretario de Estado de Telecomunicaciones Roberto Sánchez durante su comparecencia sobre los Presupuestos Generales del Estado (PGE) en el Congreso de los Diputados, hace varias semanas: “Es la oportunidad de adelantar las transformaciones digitales que estaban pendientes desde hace muchos años y que no nos podemos permitir seguir retrasando”.

Es ahora o nunca. De ahí el título que a partir de hoy, todos los lunes, encabezará esta columna. Cada semana, este será un espacio para comentar lo último en políticas públicas de innovación, digitalización e impulso al emprendimiento. En D+I tenemos una línea editorial muy clara: ayudar a construir la España del futuro, desde la mayor de las ambiciones, pero con realismo. 

El Gobierno de España ha dado pasos importantes en este sentido. Desde julio, contamos al fin con una agenda digital a cinco años vista -el plan España Digital 2025-. Y la semana pasada conocimos otros tres importantes documentos: el Plan para la Conectividad y las Infraestructuras Digitales, la Estrategia de Impulso a la Tecnología 5G y la Estrategia Nacional de Inteligencia Artificial. Faltaría por conocer el contenido de la Ley de Startups, cuyo borrador previsiblemente conoceremos antes de final de año y que, según avanzó el Presidente del Gobierno el jueves en Web Summit, incluirá incentivos fiscales -entendemos, a la inversión y a la remuneración en stock options-. Y como telón de fondo de todo esto, los fondos europeos. Tenemos los mejores mimbres deseables; ahora hace falta ejecutarlos. Pasar del papel a la realidad. 

Es absolutamente imposible que, con su configuración actual y por sí sola, la Administración General del Estado sea capaz de ejecutar los 140.000 millones de euros que llegarán de Europa. Ese dinero puede erigirse en salvación o derrota definitiva de nuestros esfuerzos por reconvertir el país. La burocracia o la falta de recursos humanos y tecnológicos juegan en nuestra contra. A todas luces, las vías tradicionales de ejecución de fondos -subvenciones, transferencias y contratación pública- resultan ineficientes e insuficientes para este reto. Además, como recuerda Jorge Barrero, director general de la Fundación COTEC, disponer de más fondos puede dificultar las decisiones de cierre o fusión y alejar la posibilidad de reformas estructurales. 

Las políticas públicas están evolucionando a marchas forzadas; como muestra, el impulso de la compra pública innovadora desde el Ministerio de Ciencia e Innovación y, sobre todo, los futuros Proyectos Estratégicos para la Recuperación y Transformación Económica (PERTE), que nacerán por la vía del real decreto en uno de los próximos Consejos de Ministros. Para una digitalización ambiciosa pero alcanzable, urge una auténtica revolución gerencial. Hoy, más que nunca antes, España necesita su ‘momento Churchill’.