La mitad de nosotros tendremos que volver a capacitarnos en los próximos cinco años a medida que se afianza la “doble disrupción” de los impactos económicos de la pandemia y la creciente automatización que transforma empleos. La autora Kate Whiting planteaba esta idea tan provocadora en un artículo del mes pasado para el Foro Económico Mundial. Con relación al impacto de la COVID-19, un reciente estudio de Mckinsey con más de 200 empresas de todo tipo de sectores encontró que la mayoría de organizaciones han tenido que enfocarse en los problemas a corto plazo reduciendo de forma temporal sus esfuerzos por la innovación.

Más del 90 por ciento de los ejecutivos esperan que las consecuencias de la COVID-19 cambien fundamentalmente la forma en que harán los negocios en los próximos cinco años. Será necesario retomar las actividades de innovación para extender la longevidad corporativa. Por ejemplo, las empresas que mantuvieron su enfoque en la innovación durante la crisis financiera de 2009 emergieron más fuertes superando el promedio del mercado en más del 30 por ciento y continuaron generando un crecimiento acelerado durante los siguientes tres a cinco años.

Mi recomendación con relación a la disrupción de la COVID-19 es clara, las empresas no solo tienen que retomar lo antes posible los proyectos de innovación, sino que deben crear al mismo tiempo el contexto para que la agilidad esté en el mismo ADN de la empresa y apostar por negocios basados en plataformas tecnológicas. Se estima que, en la actualidad, siete de las 10 empresas más grandes del mundo por capitalización poseen modelos de negocios basados en plataformas. También se prevé que más del 30% de la actividad económica mundial podría estar mediada por plataformas digitales en seis años. Sin embargo, solo el 3% de las empresas establecidas han adoptado una estrategia eficaz en relación a esta tendencia tecnológica.

Con relación a la segunda disrupción, la automatización, el mundo laboral sufrirá una gran transformación en los próximos años y nos debemos preparar para la misma. La automatización se puede definir como la tecnología por la cual se puede realizar un proceso o un procedimiento con la mínima asistencia humana.

El término se empezó a popularizar desde que la compañía Ford estableció en 1947 un departamento dedicado a esta función y algunas de sus aportaciones son el incremento de la productividad, reducción de errores y mejora de calidad. Algunas actividades poseen un mayor potencial de automatización, como los trabajos físicos predecibles, el procesamiento y recolección de datos.

En un estudio de Mckinsey del año 2018 se destacaba que las empresas exitosas reportaban un mayor despliegue de tecnologías de automatización, como el aprendizaje automático, automatización de procesos robóticos, asistentes de voz, chatbots, agentes cognitivos y procesamiento del lenguaje natural. Esto supone que en los próximos años las empresas seguirán apostando por la tecnología provocando un efecto denominado “futuro del centauro”.

En este escenario, los humanos continuarán haciendo lo que hacen mejor —crear, imaginar, decidir cuál de nuestros muchos objetivos y proyectos priorizar en un mundo de recursos limitados—, mientras que la inteligencia artificial nos asistirá en nuestra toma de decisiones, por ejemplo, desarrollando la innovación en nuevos modelos de negocio.

Para ello debemos fortalecer ciertas habilidades de cara al 2025 que serán difícilmente automatizables y de gran demanda en el mundo empresarial. Algunas de estas habilidades además del uso, diseño y programación de tecnología son el pensamiento analítico, la innovación, el aprendizaje activo, la resolución de problemas complejos, el pensamiento crítico, la creatividad, el liderazgo, la resiliencia, la tolerancia al stress y la flexibilidad.

La doble disrupción puede ser una oportunidad para conseguir que nuestras empresas sean más innovadoras y que nosotros aprendamos nuevas habilidades que se adapten mejor a los puestos actuales o adquiramos algunas nuevas para los trabajos del futuro. En el mundo anglosajón esto se conoce como “upskilling” y “reskilling”.