Tuvo la sensación de que hacía años que el mundo se había hecho pequeño. Milenios desde que las sonrisas se habían apagado tras una mascarilla. Lástima. Poca gente sabe sonreír de verdad, con esas sonrisas que se reflejan en los ojos.

Olivia bajó la tapa de su portátil y miró por la ventana de su apartamento. El tráfico se había recuperado, y la gente había vuelto a invadir las aceras. Se veían grupos esperando por una mesa en las terrazas más concurridas. Parecía que el mundo se hubiera vuelto del revés y a la vez que nada hubiera pasado. Según momentos.

“Buen reto, precisamente ahora” –se dijo a sí misma, flamante nueva CEO de una empresa tecnológica. Cuando le habían propuesto la posición desde el headquarter tuvo dudas de que fuera capaz de hacerlo. La razón se impuso. Nadie regala nada. Si era la elegida sería porque tenía la capacidad y la experiencia. Y quizás también otro enfoque.

Las mujeres lideran con más resiliencia, simplemente porque han tenido que superar más obstáculos para llegar al poder. Los equipos directivos que cuentan con mujeres muestran un mayor compromiso social y un estilo de liderazgo más participativo, además de un incremento de beneficios. Las mujeres líderes no miran hacia abajo, sino hacia los lados, lideran desde la orientación a las personas y desde la cocreación, ya que el liderazgo femenino es inclusivo. Y si bien no por ello dejan de ser firmes en sus decisiones, son capaces de transmitir esta firmeza desde la empatía. “O al menos, eso comentan las grandes escuelas de negocio”, se dijo Olivia, sonriendo y meneando la cabeza.

El Covid había retado a una sociedad que hasta ese momento se creía invencible, absolutamente inconsciente de su vulnerabilidad.  Durante el confinamiento las redes se inundaron de tweets sobre el gemido del planeta, la locura de la globalización, la deshumanización consumista. El parón económico ocasionado por la pandemia había golpeado duramente a profesionales, emprendedores y pequeñas empresas, en el bolsillo y en el desánimo. Ahora tocaba dejarse de tweets y reconstruir.

Un niño saltaba sobre el asfalto, asido de la mano de su madre, aburrido de esperar a que el camarero desinfectase las sillas, mientras ella mandaba un mail con la otra mano.

Con una gestión de la pandemia muy diferente en cada país, varias líderes políticas de países como Taiwán, Nueva Zelanda, Alemania o Islandia habían exhibido rasgos comunes con el resultado común de un número reducido de fallecimientos: anticipación, determinación y comunicación.  

“El liderazgo femenino está acostumbrado a la gestión de crisis” –suspiró Olivia con admiración, entrecruzando los dedos. Pensó que tenía mucha suerte. Iba a tener la posibilidad de ayudar a la sociedad a interiorizar la transformación digital que había llegado para quedarse. “Tenemos una buena base”, se dijo, recordando cómo la magnífica conectividad española había acercado a familias divididas en momentos de confinamiento. “Ahora toca trabajar para continuar siendo el fantástico país que somos”. 

Repasó los nuevos modelos de trabajo flexible para empleados de futuro, empoderados y colaborativos, accesibles desde workspaces virtualizados en la nube. La gestión de entornos híbridos de colaboración; era consciente de que en los consejos de administración la legislación permite la toma de decisiones virtualmente; en las universidades, se hibridan clases con alumnos on site y en teleasistencia; y la telemedicina marida con las salas de espera.

Recordó las otrora ingentes dudas de sus clientes sobre la nube como palanca de flexibilidad, agilidad en la llegada al mercado y sostenibilidad. Vinieron a su mente las políticas para asegurar la protección del dato, la identidad digital de las personas; todas las herramientas de ciberseguridad.  Y lo más importante, la ética del dato y la transparencia imperativa al aplicar inteligencia artificial e hiperautomatización.

La transformación digital se había imbricado plenamente con la realidad. Pero no de la mano de la tecnología, sino de la voluntad de las personas de luchar contra la crisis, de la necesidad de sobrevivir física y emocionalmente, del replanteamiento de las prioridades y valores y de la generación de nuevos modelos sociales y económicos. De golpe.

Y por ello no había marcha atrás. Olivia vio claro todo lo que tenía por hacer; en su mente se mezclaban negocio y compromiso social, y a la vez iban de la mano. Haría falta diálogo, participación, generación de ecosistemas. Formación en competencias digitales para evitar la exclusión social, generar y retener talento. Planes de trabajo y de contingencia ante nuevas adversidades realistas y consensuados. Sería necesario construir como sociedad, desde la confianza inspiracional. Sumar, no dividir.

Abrió de nuevo su portátil y acarició el teclado. Ilusión.

Olivia empezó a escribir un mail a su equipo. Mañana sería un gran día. El primero del resto de una nueva vida post Covid.

Patricia Úrbez, directora general de Sector Público en Fujitsu y consejera independiente de Enagás