Cualquiera que siga con atención las cifras de ventas de teléfonos móviles se habrá dado cuenta que, desde hace ya varios años, este mercado está en un claro declive. Hablamos de dispositivos que apenas presentan novedades de peso que justifiquen una tasa de renovación anual, precios cada vez más altos en la gama de más calidad y, al mismo tiempo, una competencia muy agresiva en precio en el segmento inferior. Tres elementos que, interrelacionados, definen un negocio en plena 'commoditización' y cuyas señales de debilidad son bien conocidas por todos.

Y como a perro flaco todo son pulgas, lo que le faltaba a esta industria era enfrentarse a las consecuencias económicas de una pandemia global como la COVID-19.  De hecho, los primeros pronósticos al respecto son catastróficos. Según la firma de análisis IDC, el mercado de teléfonos móviles caerá a "mínimos históricos" en el segundo trimestre de este curso en Europa (19.000 millones de dólares y 63 millones de unidades, el total trimestral más pequeño en EMEA en cinco años), la región más afectada por la enfermedad. 

Se superará así -y con creces- la caída anual de valor del 13% en el tercer trimestre de 2009 durante la crisis financiera. Y con España como reina del desplome, donde los fabricantes experimentarán una caída en el valor de sus ventas de casi un tercio.de la tarta total. De nuevo, nuestro país comanda una estadística, aunque una vez más no sea precisamente para estar orgullosos de ella.

Lo que es peor es que esta tendencia no es algo momentáneo fruto de la parálisis general provocada por el confinamiento. No en vano, IDC espera que la caída de las ventas continúe durante el tercer trimestre, aunque sí que emite alguna nota de positividad de cara a final de curso, "con el lanzamiento de Apple de sus primeros iPhone 5G". Mientras tanto, los terminales de baja gama, con precios económicos pero que no tiran del carro en términos globales, seguirán supliendo la demanda existente, por reducida y testimonial que ésta vaya a ser durante los tiempos venideros.

Una esperanza nimia que no resta consideración a las dificultades presentes (y futuras) de un sector que necesita reinventarse con urgencia si no quiere quedarse en un bien de consumo sin demasiado valor añadido y con una capacidad de innovación más mermada todavía que en la actualidad.