El coronavirus finalmente ha llegado a España, no  través de China sino de nuestra vecina Italia, aumentando (por si no fuera suficiente) la hipocondriasis generalizada en que la sociedad parece instalada últimamente. Y es que, por más que los médicos (y los datos) repiten una y otra vez que la incidencia de esta enfermedad es mínima, menor que la de la gripe común, la alerta colectiva se ha disparado a niveles que recuerdan a los de amenazas mucho más mortíferas como la del Ébola.

Con todo ello, el virus del coronavirus está cobrándose más víctimas en el plano económico que en las habitaciones de los hospitales. Así lo recordó sabiamente esta semana Lorenzo Milá en una crónica televisiva que rompía con el discurso sensacionalista imperante. Y así lo constató después una sucesión de golpes empresariales a causa de esta enfermedad. No en vano, debido a la tremenda interconexión de las cadenas de suministro en una economía global (máxime cuando el origen de muchos productos manufacturados es, precisamente, China, epicentro a su vez del coronavirus), muchas compañías han comenzado a revisar a la baja sus previsiones para el curso 2020 e incluso a acometer recortes de personal para adaptarse a la falta de suministros.

Apple fue la primera en alertar de un posible descenso en sus cuentas debido a la imposibilidad de que Foxconn, su principal proveedor, opere con normalidad. En España, Fujitsu ha adelantado sus ya rumoreados recortes de personal con un ERTE que afectará a un máximo de 336 trabajadores de los 358 que mantiene fijos en su planta de Málaga. Microsoft y Alibaba también han reconocido un impacto notable en sus cuentas a razón de esta alarma social. E incluso fuera del sector tecnológico, compañías como Nike, Adidas o Danone han incluído previsiones de pérdidas en sus notificaciones públicas sobre el Covid-19, de 100 millones de euros en el caso de la alimentaria gala. Misma cantidad , por cierto, que también ha pronosticado perder Nvidia por el mismo motivo.

La progresiva deslocalización de la industria hacia China, con su mano de obra barata y sus agresivas políticas de comercio exterior, está ahora cobrándose su peor cara: la de la dependencia extrema de una cadena de suministro que al menor incidente hace sufrir sobremanera a todo el planeta. De hecho, Goldman Sachs ha recortado la previsión de beneficios de las 500 mayores empresas del mundo hasta un 0% en 2020, frente al crecimiento inicialmente estimado del 7,7% para este ejercicio.