La transformación tecnológica está afectando y revolucionando a todos los sectores económicos y profesionales y la comunicación corporativa no es ajena a ello. En la fundación en la que trabajo, Corporación Tecnológica de Andalucía (CTA), dedicada a prestar servicios avanzados de innovación y financiar proyectos de I+D+i, hemos visto en los últimos 10 años cómo este veloz cambio tecnológico está transformando por completo sectores como el campo, en el que la utilización de drones y sensores permite una nueva agricultura de precisión, o la industria, con nuevas tecnologías como la impresión en 3D o la robótica para una industria 4.0. La aplicación de los avances tecnológicos está afectando, en muchos casos, incluso al modelo de negocio de actividades asentadas durante años, pero, sobre todo, conduce hacia una mayor eficiencia y productividad.

La comunicación corporativa no escapa a esta revolución tecnológica. Nuevos canales, formatos y medios han abierto un amplio abanico de posibilidades a tener en cuenta y ante el que no es posible cerrar los ojos y pretender aferrarse a lo que, seamos realistas, ya es pasado. Es evidente que explorar más allá de los límites de nuestra zona de confort requiere un esfuerzo, pero también es gratificante y nos ayuda a crecer y mejorar como profesionales.

Los dircom nos hemos visto obligados a una doble adaptación. Por un lado, aprender a manejar ese nuevo contexto y herramientas digitales disponibles para comunicar mejor y, por otro, a la rápida evolución que han experimentado muchas de nuestras empresas debido a esa transformación digital: nuevos productos y servicios, nuevos perfiles de clientes, nuevos canales comerciales e incluso, a veces, un nuevo modelo de negocio. En medio de esta transformación digital, la comunicación y el dircom se encuentran en un momento clave para conseguir el verdadero reconocimiento de su valor estratégico.

Hoy la comunicación es más inteligente, y puede contribuir directamente a los objetivos de negocio de las empresas. El reto está en medirlo y hacer de lo intangible algo tangible para demostrar su impacto. Su gestión hay que integrarla en la estrategia de empresas y organizaciones, y debe dar respuesta a los retos que le demandan las personas. Ya no hablamos de target o públicos objetivo, porque gracias a la tecnología y a la innovación (big data) podemos microsegmentar, incluso al nivel de un individuo. ¿Cuáles son sus motivaciones, cuáles son sus inquietudes, qué quiere? o mejor dicho, ¿qué va a querer? Estamos empezando a predecir comportamientos basándonos en datos.

Además, en esta revolución digital, las empresas están mucho más expuestas a la opinión pública. Antes de internet y las redes sociales, una empresa tenía más fácil mantener un perfil muy bajo o nulo de comunicación, pero en la actualidad es casi impensable no gestionar la imagen y reputación de una compañía, en un nuevo contexto en el que lo que no se comunica no existe y donde, además, cualquiera puede opinar sobre la empresa. Ante ello, la figura de un profesional que gestione y controle la imagen que proyecta la entidad y su reputación es cada vez más valorada por los directivos.

En definitiva, la transformación digital significa, sin duda, todo un reto para el dircom, pero también un nuevo contexto de oportunidades en el que su figura cobra relevancia.