Ghana y Costa de Marfil son los dos principales productores de cacao del mundo. En estos dos países de África Occidental se cultiva el 60% de los granos con los que se fabrica el chocolate en todas sus formas y texturas posibles. Una industria que mueve alrededor de 85.000 millones de euros anuales a nivel global y que con su sabor reconfortante es capaz de endulzar hasta los momentos más amargos, aunque sea por un tímido instante.

Para poder saborear esa onza de chocolate, su principal ingrediente, el grano de cacao, realiza un largo viaje que comienza con su cultivo en territorios cálidos donde –y aquí viene la parte menos dulce de esta historia– los niños son la principal mano de obra. Las alarmas sobre esta situación saltaron cuando diferentes documentales y reportajes periodísticos informaron de ello hace ya más de dos décadas.

La consecuencia: en 2001 varias empresas chocolateras firmaron el conocido como ‘Protocolo Harkin-Engel’. Con este acuerdo internacional, la industria se comprometía a acabar con la explotación infantil y fabricar chocolate 'libre de esclavos'. Un compromiso que un año después el periodista holandés Teun van de Keuken comprobó que pocas firmas mantenían.

Ante los datos abrumadores con los que se encontró en su investigación, decidió tomar la iniciativa y demostrar que sí se puede crear y hacer crecer un negocio siguiendo las prácticas del comercio justo y respetando los derechos de los trabajadores en origen. En este caso, de los agricultores y familias de las plantaciones de cacao. Así nació Tony’s Chocoloney en 2005 como una pequeña empresa chocolatera al margen de las prácticas de la industria. De ahí el juego de palabras del que sale su nombre: 'choco' y 'lonely' (solo, en español).

Con sede en Ámsterdam, y 15 años después, ya comercializan sus tabletas en 30 países. Su propósito es el mismo que tenían en sus inicios: “Crear conciencia sobre la amarga realidad que existe en el dulce mundo del chocolate, demostrar a la industria que se pueden hacer las cosas de una manera diferente e inspirar a otros a seguir nuestro ejemplo”, defiende Ynzo van Zanten, Choco Evangelist de la compañía, en un evento internacional online. “Si trabajamos todos juntos podremos disfrutar de un chocolate 100% libre de esclavos”.

Contacto constante

Antes de la pandemia, los viajes del equipo a África Occidental eran constantes. Sobre el terreno realizaban un seguimiento de sus estrategias y compartían puntos de vista con sus socios. “Pero hace casi un año tuvimos que buscar otras formas de mantener ese contacto directo”, explica Diara Lô, Impact Cheerleade de Tony’s Chocolonely.

A pesar de que algunos de sus canales de ventas, como las tiendas de los aeropuertos, apenas tienen actividad, en el último año la compañía ha crecido un 30%. Un incremento derivado del aumento del comercio online donde han triplicado sus cifras respecto al periodo anterior.

Tony's Chocolonely mantiene contacto directo con sus proveedores de Costa de Marfil y Ghana.

Reconocen que al principio fue complicado, pero gracias a la cultura de empresa creada durante todos estos años han conseguido mantenerse conectados como equipo. “Al no compartir un espacio físico puede parecer que aumenta la distancia, pero durante esta pandemia, por ejemplo, hemos mantenido más contacto con nuestros compañeros en Estados Unidos y Europa. También hemos puesto en marcha infraestructuras para asegurarnos de que todo el mundo sabe lo que está pasando”, explica Lô.

Hace ya diez años que la empresa migró a la nube de la mano de Microsoft 365. Su rápido crecimiento les obligó a buscar una solución que fuera escalable y les ayudara a manejar el número creciente de relaciones que estaban gestionando, tanto con clientes como con proveedores. La solución fue una actualización a Windows 10, la transferencia de datos  a Microsoft SharePoint, la administración de dispositivos con Intune y, más tarde, la implementación de Teams.

“Ahora que todo es más digital tenemos que encontrar nuevas fórmulas para continuar con nuestro propósito –afirma Lô–. Podemos utilizar la tecnología de una manera mucho más eficiente para estar en contacto con los equipos de diferentes países y asegurarnos de que todos tenemos acceso a la información independientemente del lugar donde estemos trabajando, pero también para que nuestros socios en África Occidental sepan lo que hacemos y seguir persiguiendo el objetivo por el que se creó esta empresa ”.

Transparencia para generar el cambio

Esto implica acabar con cualquier forma de trabajo infantil ilegal y forzado en todos los procesos de la cadena de valor que dependan de la compañía. “Se trata de crear una nueva norma en la industria donde, por desgracia, solo en Ghana y Costa de Marfil todavía hay más de un millón y medio de niños que trabajan en circunstancias ilegales”, detalla Van Zantem.

Un dato que recoge el informe publicado en octubre por la Universidad de Chicago, en el que se evalúa la situación del trabajo infantil en la producción de cacao. De todos esos niños, el 43% están sometidos a situaciones peligrosas y al menos 30.000 sufren prácticas que pueden ser calificadas como esclavitud moderna. En esta empresa chocolatera de los Países Bajos no solo quieren ser rentables, también generar un impacto social capaz de propiciar el cambio.

Las onzas de diferente tamaño de sus tabletas son una manera de recordar que las ganancias en la industria del chocolate están divididas injustamente.

Desde Tony’s Chocolonely aseguran que todos los granos de cacao que utilizan para la elaboración de sus productos son rastreables. Saben exactamente dónde, cómo y quién los produce. “Usamos herramientas tecnológicas que garantizan una total transparencia a lo largo de toda nuestra cadena de valor y una relación directa con los agricultores. Esto permite pagarles un precio más justo por sus cosechas”. (En 2018, Fairtrade International calculó que de media una familia dedicada al cultivo de cacao en Costa de Marfil ingresaba 0,78 dólares diarios frente a los 2,51 estimados como renta mínima).

“También –continúa este ‘evangelista del chocolate’­– identifica a aquellos que podemos ayudar a mejorar la productividad y la calidad de los granos que cultivan”. En la temporada 2019/2020 compraron 5.537 toneladas de cacao a los 8.457 agricultores que forman parte de sus cooperativas asociadas.

En ese empeño por que sus procesos sean transparentes, están desarrollando un sistema de seguimiento del trabajo infantil para revelar cuál es su impacto. “Podemos medir cuál es la incidencia y ayudar a los agricultores a tratar los casos y prevenirlos”, asegura Van Zantem. “Queremos demostrar que existe otra forma de trabajar en esta industria. Las empresas chocolateras deberíamos diferenciarnos unas de otras por el tipo de envase, el sabor o el marketing, pero no en función del respeto a los derechos humanos básicos”.

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