La actual segunda digitalización es producto y resultado de la geopolítica del hardware en décadas anteriores. Silicon Valley? es el paradigma de un lugar ejemplo mundial de la alta tecnología, con nombres y empresas como Apple, Twitter/Periscope, Google/Alphabet/YouTube, Ebay, Facebook/Instagram, PayPal, Adobe, Y Combinator, Zoom Communications, etc. Todas ellas tienen un modelo de negocio basado en el software y la red, o sea, en lo que Tim O’Reilly anunció en su formulación de la Web 2.0 en 2005, y que definió con la expresión “Internet como plataforma” y que entonces sonaba raro, pero hoy se entiende en la realidad global a las mil maravillas.

Mucha gente, sobre todo, la más joven como los usuarios de TikTok –para los que la historia y la memoria histórica, no existe–, no ha pensado siquiera que existió una primera digitalización antes de esta segunda en la que estamos. Pero el universo digital que nació entonces, y sigue siendo dual, está constituido por la suma de algo físico: el hardware-electrónica, y de algo ‘inmaterial’: el software, que es como un ‘alma’ digital subsumida en el primero. Ninguno de los dos, por separado, puede funcionar sin el otro. Y esa realidad dual funciona en todos los ejemplos del mundo digitalizado actual, desde el minúsculo reloj iWatch de Apple hasta las gigantescas granjas de servidores de Google que alimentan su paradigmático y monopolístico buscadora hasta todas sus inmensas ramificaciones.

Y aunque no lo parezca, y los usuarios no lo perciban o no se lo hayan planteado, cualquier usuario de Netflix que haya visto una de sus series en su casa en el confinamiento, lo puede hacer gracias a esta alma dual de lo digital. Como ya no tiene un televisor analógico en casa no puede darse cuenta hoy de que en un televisor analógico no podría ver Pose, House of Cards, Unorthodox o La casa de Papel. Le pasa algo parecido a la mayoría de los citados usuarios de TikTok, o de Instagram, que creen que lo que tienen ellos ahora siempre estuvo ahí. Pero no, hubo un antes en el que había otras cosas, otra tecnología radicalmente diferente, y hoy, vivimos sumidos y marcados por sus consecuencias y no al revés.

El principio de la digitalización fue iniciado por el hardware

Veamos para ello, un poco de historia. El periodista Don C. Hoefler creó en 1971 el término Silicon Valley que se ha convertido con los años en un símbolo de un lugar con densa concentración de empresas de alta tecnología e innovación, dedicadas por aquellos años a fabricar semiconductores (electrónica basada en el silicio), ordenadores y componentes. La ubicación de más pioneras empresas de tecnología en el valle se debió, en gran medida, al físico estadounidense William Shockley que obtuvo el Nobel de Física en 1956 por sus investigaciones sobre semiconductores y el descubrimiento del ‘transistor’.

El físico, que luego ganaría el Nobel por ello, estaba convencido del potencial de su descubrimiento para crear una nueva industria basada en ello, como así fue. A diferencia de otros investigadores que utilizaban germanio como material semiconductor, Shockley creía que el silicio era un mejor material para fabricar transistores. Tras divorciarse, volvió al Instituto de Tecnología californiano (Caltech) donde se graduó en Ciencias, trasladándose luego a Mountain View para crear la empresa Shockley Semiconductor como parte de Beckman Instruments.

Pero luego, dos empleados contratados por él y pioneros en Fairchild, Robert Noyce y Gordon Moore fundaron Intel y este último formuló la famosa Ley de Moore que lleva su nombre y sigue cumpliéndose hasta hoy. Las empresas de fabricación y desarrollo de microchips, AMD, Signetics, National Semiconductor, y también Intel surgieron de aquel núcleo. En los inicios de los años 70, toda la zona estaba llena de empresas de semiconductores que abastecían a las compañías de ordenadores y estas, a su vez, generaba actividad para las empresas de programación software y servicios. Todo ello creció, ayudado por el capital riesgo cuyo potenciado por el surgimiento del sector de capitales de riesgo en Sand Hill Road que fundó Kleiner Perkins en 1972, y alimentado por el talento generado en universidades cercanas como Berkeley y, sobre todo, por el vecino campus de la Universidad de Stanford.

Así surgió el nuevo paradigma de innovación tecnológica basada en la informática, la electrónica con semiconductores de silicio y el mundo digital, cuya fama de avanzada innovación creció exponencialmente tanto como el uso de los microchips. Algunos hitos paralelos que allí surgieron forman ya parte de su leyenda y son historia de la tecnología, como el éxito de 1.300 millones de dólares por la OPA (oferta pública de acciones) de Apple Computer en diciembre de 1980. Y la fundación, 16 años después, del hoy gigante Google, creado por Larry Page y Sergey Brin, dos estudiantes de posgrado en ciencias de la computación en la Universidad de Stanford, a partir de su proyecto universitario de enero de 1996.

Todo ello y muchos ejemplos más desarrollaron en ese valle un enorme ‘parque tecnológico’ que ha servido de modelo como lugar de innovación en todo el mundo. Los nombres que allí emergieron y siguen surgiendo (Cisco Systems, Oracle Corporation, Sun Microsystems, Symantec, Synopsys, Tesla Motors, NVIDIA Corporation, PayPal, Facebook, Twitter, VMware, Verisign, McAfee, etc.) crearon un modelo que se convirtió en estratégico y que se intentó replicar en otros lugares de EEUU y también Europa y Asia. En todos los países del mundo quisieron tener su ‘valle.

Globalpolítica en lugar de geopolítica en los microchips del siglo XXI

Hay una cosa muy interesante que nos da la medida tecnológica de cómo ha cambiado nuestro mundo. Esa también va a ser otra lección de esta pandemia global. Todas las empresas que fabrican los chips fueron de origen, diseño e iniciativa ‘occidental’, algo que nació en Silicon Valley. Pero ahora ya no vienen de ahí. El 28 de agosto de 2019, se presentó en la conferencia HotChips-31, celebrada precisamente en el Stanford Memorial Auditorium, un innovador microchip acelerador, “el primer chip de más de un billón (con b) de transistores”, en un solo troquel (sobre una superficie de 46.225 mm2).

Basado en el nodo de proceso de 16 nm de TSMC, tiene el tamaño de una alfombrilla de ratón, y es llamado WSE (Wafer Scale Engine) –se pronuncia "wise" (sabio)– y aloja 400.000 núcleos de procesamiento optimizados para el procesamiento AI/ML con una enorme memoria SRAM de 18 GB y un consumo, de entre 15 a 50 kW ¡Un consumo enorme para un microchip!

Y ¿quién lo presentó? Pues eso es lo interesante: una startup llamada Cerebras, que consiguió 111 millones en fondos de capital riesgo y soporte de las instalaciones de desarrollo de TSMC, es decir, Taiwan Semiconductor Manufacturing Company en Taipéi. Es decir, junto con Corea, los dos lugares claves de la vanguardia actual de la fabricación e innovación en microchips, que son esenciales, y por tanto ‘estratégicos’, en el mundo de la segunda digitalización en que vivimos.

Una deslocalización salvaje e irracional

Esto no es un detalle aislado. Una de las enseñanzas de esta pandemia ha sido la evidente vulnerabilidad y dependencia causada por la ‘deslocalización salvaje’ que llevó hacia Asia toda la fabricación de múltiples recursos y productos de los sistemas de salud a China, principalmente, desde mascarillas a trajes de protección o a respiradores. Y toda una gama de productos sanitarios que como se ha visto son esenciales en caso de una pandemia global como la que estamos viviendo. Pero la cosa no queda ahí.

También se ha llevado hacia el universo asiático gran parte del I+D y la innovación, porque -está medido- más del 67% del I+D está ligado a la experiencia de fabricación. Y es algo crucial que deberían ser estratégico para los países avanzados, y por tanto para Europa y también para España. Y esta pandemia está dejando esto al descubierto. Son efectos directos para sociedades, economías, para las personas y sus empleos, que ha producido para Occidente la citada deslocalización, avariciosa en el beneficio, miope en el tiempo, e irracional en sus planes.

EEUU principal adalid de la deslocalización salvaje, también parece estar cayendo en eso. Un desastroso error de cálculo a largo plazo que está causando múltiples problemas de dependencia de productos esenciales para todos los europeos y occidentales. Y no solo en productos y logística sanitaria, sino también en productos estratégicos de alta tecnología. Un ejemplo muy elocuente está en la fabricación puntera de microchips, que nació en Silicon Valley, pero cuya vanguardia en innovación a gran escala hoy depende de factorías y laboratorios de la costa del Pacífico entre Corea del Sur y Taiwán.                   

¿Deslocalizaría la innovación lejos de su geografía? Pues lo hemos hecho

Ben Thompson, que trabajó en Apple, Microsoft y Automatic y que, significativamente, ahora trabaja en Taipéi, lo señalaba hace pocos días con esta dura reflexión: “Intel, al igual que Compaq, son una alegoría sobre dónde EEUU parece haber perdido el rumbo. Encerrados en una búsqueda interminable de eficiencia y valor para los accionistas, EEUU renunció a su flexibilidad y resistencia, favoreciendo exclusivamente el rendimiento económico ‘maximizado’. Intel es uno de los fabricantes de chips más avanzados del mundo, pero resulta que esa capacidad se limita a sus propias necesidades para ser de aplicación general. Peor aún, en la medida en que Intel estaba dispuesta a convertirse en fabricante ‘por contrato’ público, quería que el Gobierno federal pagara por ello, en realidad, para satisfacer mejor a los accionistas”. Muy ilustrador.

Thompson señala tres lecciones del actual momento (que incluye la monstruosa pandemia) con las que estoy solo en parte de acuerdo, y sobre las que prefiero dar mi versión. La primera es que, en 2016, aprendimos que la tecnología era inseparable de la política ‘doméstica’ local, o estatal. Pero resulta que las decisiones sobre la innovación, diseño y fabricación de microchips (que son parte de la columna vertebral que sostiene la digitalización), como dice Thompson, no deben ser decisiones sobre economía, sino sobre geopolítica. Yo voy más allá, y prefiero sustituir este término por ‘Globalpolítica,’ ya que lo decisivo más que la geográfica hoy son los mecanismos del mundo global. Geopolítica era un término más apropiado de uso en el siglo XX, por ejemplo, cuando para el mercado del comercio mundial del petróleo y sus valores en Bolsa era decisivo geoestratégicamente.

Prefiero usar para ahora mismo ‘globalpolítica’: la geografía de contagio mundial del Covid-19 en el 2020 del siglo XXI demuestra que para la invasión de la pandemia no hay alguna ubicación geografía más decisiva que otra. El Covid-19 ha contagiado el mundo como un todo alcanzando en un tiempo récord a 188 países. Una debacle global.

Hay otra cosa preocupante y decisiva que señala Thompson: el ‘choque de valores’ soterrado actual en la pandemia 2020 que nos advierte de un lamentable peligro: “Que en algún momento cada empresa de tecnología tenga que elegir entre EEUU y China. Es tentador culpar a Trump de la tensión entre los dos países, pero la verdad es que China, particularmente bajo Xi Jinping, ha estado endureciendo significativamente su retórica y sus acciones desde antes de que Trump fue elegido, y se ha comprometido no sólo a alcanzar, sino a superar a los EEUU en tecnología durante todos estos años. Hay un choque fundamental de valores entre Occidente y China, y está claro que China está interesada en exportar los suyos. En algún momento todo el mundo se quedará atascado en el medio, como le ha pasado a TSMC en Taiwán, y ser como Suiza no será una opción”. Bien visto, pero, no olvidemos, desde Taipéi.

La industria de EEUU se dejó atrapar por el pensamiento esdrújulo y ciego para todo lo que no fuera optimizar beneficio inmediato, preso de una infantil y avariciosa satisfacción instantánea muy propia de la globalización, errando estrepitosamente sobre una decisión que debió ser ‘economicista’, sino estratégica y global.

Ahora está intentando recuperar la fabricación de alta tecnología. Y va de fracaso en fracaso. Como dice Thomson, la fábrica que Foxconn –el fabricante de los iPhone en China–, construye a trancas y barrancas en Wisconsin, “apestaba a teatro político desde el principio, y nunca tuvo mucho sentido para que nadie se sintiera involucrado. El resultado actual, –centros de innovación vacíos y una fábrica aún sin terminar que ya ha sido repropuesta–, ha sido francamente un resultado lógico”.

Además –y resulta altamente paradójico–, la recuperación de la fabricación de microchips de alta tecnología en EEUU van a hacerla, porque tienen el mejor know how actual, ¡las propias empresas asiáticas!, como la taiwanesa TSMC que va a invertir en la construcción de una fábrica en Arizona (EEUU) 12.000 millones, con el soporte indirecto del Gobierno norteamericano. Pero, es obvio, mientras que los microchips de cinco nanómetros son pura vanguardia ahora, no lo serán en 2024, cuando esa fábrica abra.

Y mientras tanto, –y que no se entienda lo que digo como muestra de apoyo a los valores que impulsa este país asiático, yo creo en los valores europeos–, China también se ha dado cuenta de que, para mantener su comercio global exterior e interior, podría ocurrirle una dependencia inversa en los chips, su mercado propio es inmenso.

Por eso, su Gobierno acaba de ‘inyectar’ 2.200 millones de dólares en la empresa pública ubicada en Shangai, Semiconductor Manufacturing International Corporation (SMIC) la de fabricación de semiconductores más grande de China. Si el lector lee la página en Wikipedia de esta empresa comprobará como en su lugar de fundación pone: Islas Caimán. Esto sí es geopolítica: chips y paraísos fiscales. Sobran los comentarios.

Los catastróficos efectos a largo plazo de la deslocalización en Europa de casi toda la fabricación de productos médicos y sanitarios de primera necesidad son paralelos a lo ocurrido con la fabricación productos estratégicos y de innovación de alta tecnología para el mundo digital del siglo XXI. Con lo desastroso que eso va a ser para su economía y el empleo de calidad para sus ciudadanos más y mejor formados, ahora contradictoriamente transformados en inmigrantes de lujo y un regalo para los lugares a los que se van.

Otra lección más de la pandemia a aprender. No solo hay que recuperar la riqueza europea del turismo. Invertir en ciencia en serio, pero también devolver de regreso a Europa el diseño, fabricación e innovación en alta tecnología sería una baza decisiva para combatir la tremenda crisis económica posCovid-19 promoviendo y reforzando así el mejor empleo ligado típicamente a la ciencia y la más avanzada tecnología.

Los cambios para mejorar esto “no deben ser simples decisiones económicas sobre costes” de globalpolítica avanzada y de todo el continente actuando como actor global. Igual que en el combate del coronavirus, esto no lo puede resolver ningún país en solitario en el contexto de este enorme mundo global interdependiente. Y lo mismo que para proteger el estado del bienestar, el peso de Europa unida es la clave en esas decisiones estratégicas, pero España debería estar en el corazón de ello y no en la periferia por más que esa sea su situación geográfica. Esto, como he dicho, no va de geoestrategia (s.XX), sino de globalpolítica (s.XXI). El mundo ya no es el que era, ni siquiera al final del siglo pasado.

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