Transitar de un modelo de economía lineal a otro circular implica no solo producir menos residuos, también prolongar el ciclo de vida de los que ya se han generado. La clave para ponerlos de nuevo en circulación es identificar aquellos desechos que pueden ser de utilidad para crear otros productos o materiales.

Con esta intención, desde el laboratorio de innovación Girbau Lab lanzaron un reto a algunos de los alumnos de Elisava, la Escuela Universitaria de Diseño e Ingeniería de Barcelona: “se trataba de que trabajasen con el residuo de las lavanderías e hicieran propuestas sobre cómo transformarlo”, explica Mariona Sanz, directora de Girbau LAB, a D+I.

El proyecto elegido fue Clint, un nuevo material versátil y reciclable fabricado a partir de los residuos textiles que quedan en los filtros de las máquinas secadoras. Con características similares a las del cartón, Sanz lo describe como “un material de tipo papelero, imprimible, troquelable y moldeable hasta cierto punto”. Su grosor y densidad puede variar, así como el color y el acabado dependiendo de cuál sea su aplicación final. Ya están haciendo las primeras pruebas para convertirlo en sustituto del plástico en embalajes y carcasas de pen-drives.

Para llevar adelante el proyecto, el equipo de Girbau Lab ha trabajado durante varios meses de forma conjunta con alumnos y profesores de Materiales Avanzados del Grado en Ingeniería de Diseño Industrial de la escuela universitaria Elisava. Varias lavanderías industriales y comerciales les han proporcionado el acceso al residuo y les han ayudado a estimar las cantidades que se generan. 

En cuanto a la parte de transformación de esos desechos, han trabajado con el Molí Paperer de Capellades, un centro de conocimiento sobre la producción artesanal de papel sobre la base de fibras textiles; y con Letter Cotton, un taller de impresión creativa que les ha ayudado a conseguir la aplicación final sobre el pen-drive así como a ejecutar el grafismo.

“El proyecto se basa en la combinación de procesos artesanales en contraste con un residuo industrial”, detalla Sanz. Para convertir esos desechos textiles en un nuevo recurso han utilizado un proceso mecánico en el que se emplea, fundamentalmente, agua y aire. “No hay química añadida, o muy poco en el caso de alguno de los formato”, aclara la directora del laboratorio de innovación. “Además –sostiene–, si el agua se escalase se recuperaría en su mayor parte. Es como si fabricaras papel de trapos viejos, que es lo que se hacía antes, sin necesidad de obtener la pulpa químicamente”.

Una de las principales dificultades que han encontrado para la ejecución del proyecto es que la fibra es muy corta, ya que el residuo que se utiliza es la pelusa que desprenden los textiles que pasan por las secadoras de las lavanderías y que se acumula en las máquinas. El otro reto es que contienen algunos impropios, es decir, restos no textiles que es necesario extraer antes del tratamiento del desecho. Una vez conseguido el nuevo material, el resultado final dependerá de si se le somete a un procedimiento artesanal para obtener papel o cartón; o si lo tratan mezclándolo con alguna resina que permita moldearlo.

“Clint ha sido un proyecto demostrativo. Ahora está en standby a la espera de que podamos llevar a cabo la siguiente fase de desarrollo, más compleja”. Sanz afirma que ha despertado el interés de empresas de distinto tipo y que, incluso, les han hecho pedidos para los que, de momento, no tienen la estructura para llevarlos a cabo. “Eso sí, hemos dado el primer paso y demostrado que es posible visibilizar un residuo para darle valor. Así empezamos a generar cambio“, concluye.

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