Hablar de la historia de los parques científicos y tecnológicos en España es hablar, inevitablemente, de Felipe Romera. No en vano, este ingeniero en Telecomunicaciones lleva al frente del malagueño Parque Tecnológico de Andalucía desde 1990. Y, desde 1998, preside también la patronal de estos centros en nuestro país, APTE. 

Frente a esta dilatada carrera ligada a los parques tecnológicos, Romera gozó de una dilatada y variada trayectoria laboral antes de afincarse en el 'hub' del PTA: desde Ericsson hasta Secoinsa, pasando por Fujitsu, empresa en la que fue director del laboratorio de I+D en Málaga durante más de diez años.

Dos vidas intensas y, pese a ser sucesivas en el tiempo, prácticamente paralelas en su concepción. Y lo más importante: lo suficientemente enriquecedoras como para darle a Felipe Romera la mezcla idónea de conocimiento basada en la experiencia y de la honestidad que aporta la edad. 

Por eso, cuando nos sentamos a hablar -virtualmente- con Romera, no debe extrañarnos que la entrevista pronto tome un cariz de charla frente a la chimenea, de esas en las que el interlocutor solo puede prestar atención, retener las sabias palabras en la memoria y, simplemente, asentir.

Felipe Romera, de hecho, comienza su parlamento remontándose al inicio mismo de los parques científicos y tecnológicos: “Surgen en los años 80 alrededor de tecnologías como la microelectrónica que en aquel momento empezaban a ser notables en California. De alguna forma nos dimos cuenta de que el desarrollo tecnológico era capaz de transformar el desarrollo económico mediante la colaboración entre empresas, capital, universidades y emprendedores”.

El desarrollo tecnológico es capaz de transformar el tejido económico gracias a la colaboración entre agentes

“Conforme se consolidaba el sistema autonómico español, se hizo patente que la innovación es un recurso muy útil para tejer políticas alrededor de la ciencia, la transferencia y la tecnología”, introduce. Una premisa que se mantiene hasta el día de hoy, al igual que el principal freno cultural a esta clase de iniciativas, “porque la universidad no tenía ningún interés en colaborar con las empresas… y a la inversa”.

En cualquier caso, aquí estamos, casi una vida más tarde, y de aquel primer parque en Zamudio (País Vasco) y la siempre presente competencia entre Madrid y Cataluña hemos pasado a una omnipresencia de más de 60 parques científicos y tecnológicos -uno desde la oferta y los otros pensando desde la demanda- en prácticamente todas las provincias españolas, algunos de ellos de propósito general y otros especializados en algún vertical; unos ligados a la gran empresa y otros a la Academia. Lo que sí comparten todos ellos, además de estar bajo la batuta de Felipe Romera, es un propósito clave en la confluencia entre innovación y sociedad.

“Al principio los parques no sabíamos dónde íbamos. Pero quisimos aprovechar esa capacidad innovadora para diferenciarnos de los polígonos industriales, que era lo que había en aquel momento. Eran lugares sucios, sitios que las ciudades no querían cerca. Los parques, en cambio, eran atractivos, casi de lujo, y teníamos fibra óptica que fue un importante elemento de atracción con el despegue de internet. Al final, lo que queríamos es conseguir esa fertilización cruzada que se dio en Silicon Valley en los años 50 y 60 entre la propia ciudad, la universidad y las empresas”, detalla.

Con los parques queremos conseguir la misma fertilización cruzada que se dio en Silicon Valley en los años 50 y 60

Si los años 80 fueron el germen de los parques, de los 90 hasta la crisis de 2008 fue la época de gloria de este sector. “Con la crisis económica desaparecieron muchas empresas que no estaban internacionalizadas o que trabajaban para la Administración. Y eso provocó que la actividad de los parques decreciera por falta de financiación y por las propias dificultades de mercado”, reconoce Romera.

Pero todo cambia a partir de 2015… hasta hoy. “Todo cambia porque la ola de innovación que se genera hoy en día no tiene que ver con la electrónica, ni tan siquiera con internet ni con el software. Hablamos de muchas tecnologías digitales con capacidad transformacional y que son prácticamente infinitas. Y los parques somos la cabeza de esta revolución industrial, de la inteligencia artificial, de la 5G o de la ciberseguridad, así como de las distintas aplicaciones que tendrán en áreas como el coche conectado o las ciudades inteligentes”, presume el directivo.

Encontrando su lugar

A lo largo de los treinta años que Felipe Romera lleva siendo protagonista y testigo de excepción del devenir innovador español, los parques siempre han estado sujetos a debates sobre su rol, a caballo entre la tecnología y la ciencia, en medio de la marejada de aceleradoras, incubadoras y demás iniciativas que han surgido en los últimos cursos.

“Lo primero que hemos de notar es que la innovación se ha desarrollado de forma más tardía a la ciencia. Los procesos de innovación todavía están lejos de las políticas públicas. La ciencia está parcialmente protegida y tiene una cierta política de inversión, totalmente insuficiente por supuesto, pero los que intentamos ser palanca entre ella y el mercado no conseguimos enganchar bien ahí. Creo que podríamos haber hecho más”, admite el presidente de la APTE.

La innovación se ha desarrollado más tarde y menos protegida que la ciencia en España. Podríamos haber hecho más.

A Romera no le tiembla la voz a la hora de ‘tirar de las orejas’ a los sucesivos gobiernos por su dejadez a la hora de tender puentes en pro de la innovación.

“Aquí no se ha producido esa colaboración público-privada que ha funcionado en Israel, por poner un ejemplo, ni se han puesto en valor los instrumentos intermedios como nosotros”, destaca durante la entrevista con D+I. “Y a medida que hay más instrumentos, porque los parques no tenemos la hegemonía sobre la transferencia de la innovación, el desmadre es mayor porque no veo la cooperación entre los distintos actores. Hay muchas iniciativas empresariales, algunas vinculadas a programas de innovación abierta, pero les falta tanto la capacidad de obrar en red como el carácter de proximidad y vinculación con la ciudad”.

Ahí es donde los parques científicos y tecnológicos albergan sus armas secretas, su ADN diferencial frente a cualquier otro programa de innovación que podamos observar. Los parques, a través de la APTE, gozan de esa capacidad de coordinación y trabajo conjunto. Y, además, tienen bien demostrada su fuerza a la hora de consolidar “polos de innovación”, un concepto extraordinariamente amplio sobre el que Felipe Romera versa gran parte de su discurso.

Felipe Romera, presidente de Málaga Tech Park, en Ceuta. Javier Sakona

“Los parques siempre hemos dicho que queríamos ser virtuosos, que el dinero se convirtiera en conocimiento y éste en productos y servicios cuyo resultado vuelva a ser conocimiento. Y queremos ser el epicentro de lo que llamamos polos de innovación, que son concentraciones de agentes que desarrollan proyectos de innovación y tejido económico. Los parques pueden ser el elemento vertebrador, favoreciendo la colaboración entre los distintos agentes y democratizando estos polos”, explica el presidente del parque malagueño.

¿Estamos entonces ante un simple actor inmobiliario, como han sido criticados en ocasiones estos centros? Felipe Romera tampoco duda en responder, tajante y claramente, sobre este tema.

“Mucha gente nos ve como iniciativas inmobiliarias que claro que lo somos. Por supuesto que tenemos edificios, pero no tienen la misma finalidad que un edificio de oficinas que se alquilan al mejor postor. Para nosotros solo es el medio para cumplir con nuestra función, que es la de impulsar la innovación y desempeñar un papel vertebrador en la economía local”, afirma. “Tenemos estudios que señalan que la contribución de los parques a los lugares en que se ubican es de cinco o seis veces”.

Pone de ejemplo el caso que mejor conoce, el que lleva construyendo desde hace treinta años en Málaga: “El PTA representa el 20% de la economía de la ciudad y el 20% del empleo directo e indirecto. Es un elemento de atracción de empresa y de colaboración con la universidad, de crear ese ecosistema”. Palabras mayores en pleno momento estelar de la localidad andaluza en el mapa tecnológico español y europeo, motivado asegura por la sintonía política, "desde el ayuntamiento hasta la Junta", y por una estrategia de ciudad a medio y largo plazo.

¿La oportunidad de los fondos europeos?

Las demandas que Felipe Romera va introduciendo al Ejecutivo, entre anécdota y anécdota, parecen haber recibido respuesta con los fondos europeos de recuperación. Unos fondos que van destinados justo a las dos áreas de trabajo de los parques (digitalización y sostenibilidad) y que exigen la estrecha colaboración entre los distintos agentes innovadores. O al menos así debería ser.

“Nuestra red [de la APTE] permitió poner a disposición del Gobierno más de 400 iniciativas. Dentro del entusiasmo que ha surgido, hemos intentado montar proyectos colaborativos en las áreas que sonaban con más fuerza, como la IA, la 5G o la digitalización de las pymes. Hemos participado en las distintas manifestaciones de interés; ahora mismo estamos preparando algunas propuestas en la parte del vehículo eléctrico”, explica. “Pero es difícil porque aún no sabemos las reglas ni tan siquiera si vamos a poder participar”.

Es difícil participar en los fondos europeos porque aún no sabemos las reglas ni tan siquiera si podremos participar

Nosotros damos la tabarra todo lo que podemos, porque nos preocupa. Y por eso fuimos todos juntos a manifestar nuestra posición al Gobierno”, añade Romera, en relación a las conversaciones que la APTE -junto a otras patronales como Ametic- ha mantenido con la Administración sobre estas convocatorias.

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