Noruega, el país con el segundo PIB per cápita más alto de Europa, es un caso singular en muchas cosas. Por lo pronto, resulta extraordinario que este Estado de apenas 5,4 millones de personas haya pasado de no existir siquiera (recordemos que se independizó totalmente de Suecia en 1905, hace poco más de un siglo) a convertirse en uno de los grandes motores económicos del mundo. Es cierto que lo hizo a hombros del petróleo y sus ingentes recursos naturales, pero también es igualmente cierto que la más reciente de las naciones nórdicas lleva años haciendo un esfuerzo encomiable por plantear un modelo económico alternativo al crudo y basado, principalmente, en la innovación y la digitalización.

¿Cuál es el camino que encontró Noruega para hacerse un sitio en el mundo digital? El emprendimiento y el fomento de las startups. Como deja patente año tras año la Oslo Innovation Week, Noruega se ha puesto por bandera igualar a los vecinos suecos y finlandeses en esta arena, donde ellos ya son referentes continentales, buscando además un diferenciador muy claro: sus proyectos buscan no solo ganar dinero, sino contribuir a los objetivos de desarrollo sostenible que la ONU se ha marcado como prioridad mundial. 

No son solo palabras, ni mucho menos: son unos principios de trabajo que se impregnan en absolutamente todos los capilares de la estrategia de innovación noruega. Por ejemplo, en la competición anual de startups -no sólo locales, sino de toda Europa- que se organiza en estas fechas (conocidos como los '100 Pitches'), las cinco categorías tienen que ver con estos propósitos sociales o medioambientales. Este año, sin ir más lejos, ha habido apartados destinados a la igualdad (con la británica Citispotter como vencedora), salud (Bulbitech), océanos (Metapod), energía (a manos de la luxemburguesa AC Biode) y smart cities (Material Mapper).

Un tejido de startups vibrante y en plena ebullición, pero al que le falta un último empujón para despegar del todo. Y, al igual que sucede en España y otros muchos lugares, ese punto débil sigue siendo el acceso al capital inversor no tanto en una fase inicial, sino en el momento de escalar. Aunque la cosa está mejorando a marchas aceleradas.

Como ya os contamos hace unos meseslos países nórdicos han recibido más de 1.200 millones de euros en inversión del capital riesgo durante 2019, un 50% más que el año anterior. Un total de 268 transacciones a 4,4 millones de media por operación. De esta cantidad, un 40% se la lleva Suecia, un 24% Finlandia, un 20% Dinamarca y el restante 16% para Noruega, según datos de Argentum. Un panorama que no ha cambiado en los últimos diez años, con la tecnología como principal destino de este dinero (66% de todas las inversiones) salvo por un detalle significativo: si en 2008 apenas el 3% de las cantidades las protagonizaban fondos de fuera de esos lares, ahora ese porcentaje asciende al 34%. 

Esa es una de las grandes salidas por las que Noruega puede ver escalar su tejido emprendedor hasta convertirse en auténticos gigantes internacionales. Y su capital es fiel reflejo de esta evolución, en tanto que las cifras de Oslo noruega son igualmente ilusionantes: en la región había 245.000 empresas el pasado año (contando tanto grandes corporaciones como pymes) en las que se realizaron 87 inversiones, veinte más que el año anterior y casi el doble que en 2016. Y lo importante: en 31 rondas de esas rondas de financiación, el 24% del total, hubo al menos un inversor internacional como protagonista.

Pero la magia no solo se debe al dinero, poderoso don Dinero, sino que requiere de un ecosistema completo que abrace la innovación y le de calor. Por ejemplo, en la transferencia de conocimiento científico hacia el mundo emprendedor y el tejido productivo. 

En esas, la capital noruega también está haciendo una labor encomiable. La ciudad creó este mismo verano la Oslo Science City, un distrito de innovación que conecta la universidad local, su parque científico, el hospital universitario y