La Toscana es una de las regiones italianas más visitadas y admiradas por todo el planeta. Al rico patrimonio cultural y arquitectónico de Florencia se unen los extraordinarios paisajes de sus zonas rurales y, también, la calidad de sus vinos. Se trata de una región complicada para el cultivode la vid, con suelos muy pobres que obligan a reducir la cantidad producida para mantener la fama ganada por sus bodegas. Si a ello le unimos la complejidad del entorno en que se cultivan estos viñedos, en colinas y bosques frondosos a más de 500 metros de altitud, la labor de estos vinicultores se vuelve más increíble si cabe.

En esa región hay numerosas bodegas con mucha solera, tradicionales como marca el manual y que se van heredando el saber del vino de generación en generación. Es el caso de las bodegas 

Dentro de la Toscana, existen tres regiones bien diferenciadas por su rica producción de vinos de alta calidad: Chianti, Carmignano y Brunello di Montalcino. Es en esta última donde se localizan las más de 2000 hectáreas de terreno de los 

La receta del éxito parece clara: un entorno de ensueño, regado con buenos vinos y rodeados de la calma y paciencia que exige la propia naturaleza. Todo un remanso de paz y disfrute para los sentidos que había ido consolidándose como un reclamo no sólo comercial para las propias bodegas, sino también de atracción turística a la región. Así era, hasta que la pandemia de la COVID-19 les cambió el paso por completo.

De la noche a la mañana, un confinamiento impuesto en toda Italia paralizó cualquier posibilidad de que los turistas se acercaran a descubrir las dos bodegas de 

Alex Bianchini y Gabriele Gorelli

Y esto solo es el principio: la añeja bodega de los Bianchini ya planea usar