Carlos Rodríguez Casado

Carlos Rodríguez Casado

Opinión Libro primero, Camino del 36

Nochebuena en casa de los Rivas Cherif

(24 de diciembre de 1935, martes)

24 diciembre, 2015 00:38

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Resumen de lo publicado.-Tras el escándalo del estraperlo, Alejandro Lerroux ha quedado fuera del Gobierno. La policía sigue buscando a Ángel Navarrete, el último de los autores del atraco de la Villa que queda por detener.

-¿Te sientes bien, Manuel?

- Me ha dado otra vez un mareo… Pero no es nada. Por eso he tardado un poco...

La Nochebuena los Azaña la pasaban en casa de sus suegros, en el barrio de Salamanca, no lejos de su propio domicilio en Serrano. En las veladas de aquel piso de techos altos con yesería era donde había conocido, años atrás, a su mujer. Lola era la hermana pequeña de Cipriano Rivas Cherif, su mejor amigo. Siendo Manuel Azaña bastante mayor, la historia no fue sencilla y transcurrió bastante tiempo antes de que reuniese el valor de declararse, en un baile de disfraces en casa de los Caro-Baroja. Azaña iba de cardenal y Lola de damisela del Segundo Imperio. El propio Cipriano, cuando le pidió que mediara, se mostraba reticente. Y luego tocó convencer al padre… Nada sencillo, ya digo. Claro que, con el advenimiento de la República, cuando el yerno se convirtió en figura destacada del régimen, la apreciación cambió. Ahora mismo se oía al señor Rivas Cherif y a Cipriano, hablando en la sobremesa, fumando un buen puro, como no podía ser de otra manera.

- Ay, Manuel, que va a resultar que tienes mal corazón, como dice el médico.

Lola tenía treinta años. Era una mujer menuda, bien formada, discreta, sensible y cultivada; la compañera ideal para un hombre político que, cada vez más, en los últimos años, tenía compromisos sociales con embajadores y gente importante de muchos ámbitos con quienes Lola se relacionaba con total naturalidad. Era encantadora. Nunca pronunciaba una palabra más alta que otra, nunca se enfadaba, ni utilizaba una expresión inapropiada, y sentía una veneración absoluta por su marido. No solo asistía en el Congreso a sus discursos importantes (y luego se los criticaba con buen sentido y finura, sin herirle en su amor propio), sino que se había involucrado en su vida ministerial, mientras tuvo la cartera, arreglando el palacio de Buenavista con un gusto exquisito.

El último evento político que los había unido fue la detención de Azaña en Barcelona, a finales del año pasado. Cuando lo oyó Lola por la radio ("Parece ser que Manuel Azaña ha sido preso") no podía creerlo. Hizo una llamada al Gobierno para corroborarlo, y enseguida partió rumbo a Barcelona. Allí, tras los primeros días en que no les habían dejado verse, lo acompañó en el barco en el que estuvo detenido durante todo el proceso. Aquella circunstancia tan estúpida había hecho daño a Manuel y lo había cambiado. Se había convertido en alguien más esquinado, más desconfiado.

- ¿Volvemos? –dijo, cogiéndole la mano.

- Espera un momentito…-murmuró Azaña. Se pasó un pañuelo por la frente.

Mientras respiraba hondo, oyó que en el salón discutían sobre las elecciones, que estaban ya a la vuelta de la esquina. Como pasaba la criada con el carrito camino del comedor, la siguieron y entraron en la estancia donde Cipriano y su otro cuñado, con las respectivas mujeres y su suegro, seguían hablando entre el humo de los puros, bajo la araña que colgaba sobre la mesa. Ya se habían recogido los platos y solo quedaban las copas de vino y algunos bombones en una fuente. Su suegro se volvió para preguntarle si pensaba que podría mantener una alianza tan amplia. La respuesta de Azaña, según se sentaba, fue clara. Si Prieto no le fallaba y respetaba los términos acordados, sí. Su único miedo era que Largo Caballero se impusiera en el seno del socialismo, y que no se mantuviera la distribución de parcelas de poder pactadas.

- ¿Y la victoria es segura, Manuel? –preguntó Lola, a su vera. Azaña ya iba recuperando el color.

- Yo pienso que sí. Hoy la situación es la contraria a la que había cuando las elecciones del 33. Entonces las derechas se presentaron unidas, y las izquierdas no. Esta vez todos hemos aprendido la lección. Afrontar las elecciones en una alianza tan amplia debería garantizar el triunfo.

-¿Y no se juntarán las derechas? –dijo Cipriano-. Parece absurdo que no lo hagan…

- No solo están muy revueltas las cosas entre la CEDA y los radicales, con tanto escándalo, sino que Portela y Alcalá-Zamora piensan que pueden montar una plataforma de centro que atraiga, por disgusto de la opinión pública con derechas e izquierdas, a la mayoría de los votantes. Cuentan con los conocimientos caciquiles de Portela, que nos puede hacer mucho daño en ciertas provincias, pero no en las importantes.

- La idea de un partido de centro parece sensata –observó su suegro-. Y ¿no podría funcionar?

- Puede… Pero si no lo hace, lo que conseguirán será debilitar aún más a las derechas.

-Yo lo que no entiendo es que no hayan intentado reformar la ley electoral.

- Lo intentaron, pero no consiguieron ponerse de acuerdo, y la reforma han sido nimia. Con un poco de suerte tenéis ante vosotros al próximo presidente de gobierno de la República, y quién sabe si algo más…-dijo, con mucho aplomo, Azaña.

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