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Pinnawala: orfanato de... elefantes

A 90 kilómetros de Colombo, capital de de Sri Lanka, el Gobierno protege desde 1975 a las crías que han perdido a sus madres o se han alejado de la manada, y a los adultos que han sido víctimas de maltrato o de mutilaciones por las minas

16 enero, 2017 18:46

En este increíble paraje puedes darle el biberón a un elefante, pasarle la mano por el lomo, darle de comer, fotografiarte cuantas veces quieras con él y disfrutarlos mientras caminan por la calles o se bañan en el río. Es Pinnawala, un paraíso al aire libre.

El hogar donde viven, más o menos en libertad, las criaturas más impresionantes del planeta. Es la casa que el Gobierno de Sri Lanka ha creado para sus elefantes, en este pueblo situado a 14 kilómetros de Kegalle, en la provincia de Sabaragamuwa, y a 90 kilómetros de Colombo, capital del país.

El aleteo de sus grandes orejas, mientras se desplazan al río Maha Oya o vuelven de él, y sus mastodónticos chapuzones ya han traspasado las fronteras del país, hasta convertir a sus protagonistas en una de las grandes atracciones de la antigua Ceilán.

Estos animales son unos privilegiados porque se mantienen al margen de los peligros que acechan a otros hermanos. Para su desgracia, la vida de estos paquidermos está en peligro de extinción, mermados por la caza furtiva, que codicia sus colmillos y dientes, y la deforestación, que esfuma sus posibilidades de alimentarse.

En 1975, el Departamento de Vida Silvestre recreó un hábitat natural en una zona de cocoteros junto al río, para salvar la vida de las crías de esta especie que, difícilmente, podrían sobrevivir en la selva sin sus madres. Posteriormente, en 1982, se creó un programa científico para potenciar su reproducción en cautividad.

Inicialmente, se acogían crías que habían perdido a sus madres o se habían alejado de la manada y cuya supervivencia era prácticamente imposible. Con el paso del tiempo su actividad se amplió a la recuperación de elefantes adultos víctimas de maltrato o mutilados por las minas; machos viejos pero que aún tienen años de vida por delante.

Actualmente cuenta con la mayor manada de paquidermos en cautividad del mundo, casi 100 miembros, donde conviven tres generaciones de estos animales que deambulan tranquilamente por su recinto. Una entrada de 2.500 rupias (17 euros) ayuda en el mantenimiento de esta institución.

Alimentar a unas crías de más de 120 kilos de peso con inmensas litronas de leche (que engullen en menos que canta un gallo), u observar cómo los más adultos alargan sus trompas para conseguir cualquier alimento, especialmente fruta, es una de las visiones que atrae como un imán a cualquiera de los visitantes.

¡Y el baño! Es el momento en el que se encuentran más a gusto; de hecho, su existencia está íntimamente ligada al agua, donde pueden sentir la ingravidez de sus cuerpos. Dirigidos por sus cuidadores o “mahouts” (de los que se dice que desarrollan un vínculo especial con el elefante que durará toda su vida), se dirigen dos veces al día a su ritual diario de retozar en el río Maha Oya.

Un paseo caótico donde impera el orden. Es sencillamente extraordinario ver a la manada, con su impresionante envergadura, recorrer la principal calle del pueblo (llena de comercios, comerciantes y compradores) como si se tratase de un pacífico rebaño de ovejas, sin romper ni uno de los souvenirs de las siempre abarrotadas tiendas. Una habilidad asombrosa que, se intuye, podría deberse a tener un cerebro cinco veces mayor al del hombre.

Zambullirse. Emerger del agua. Removerse en el barro para refrescarse. Aletear las orejas. Gesticular con esa trompa que los define. Moviendo permanentemente sus casi 100.000 músculos que usan para oler, cavar, comer… Ver a las crías jugar entre ellas entrelazando sus trompas o tirándose agua por encima de la cabeza, sin perder de vista en ningún momento a los adultos. Un espectáculo digno de admirar desde cualquiera de las terrazas cercanas.

Puede parecer una atracción turística, que lo es, y de hecho no son pocas las críticas que recibe de colectivos medioambientales, ya que a veces es difícil conjugar el bienestar de los animales y su derecho a retornar a una vida salvaje.

La mejor opción es acercarse a Pinnawala en un tren que tomaremos en Kandy y que nos dejará en Rabukkana, a poca distancia del orfanato. Un acierto si se quiere disfrutar del impresionante paisaje exterior y  el contacto con el día a día de sus lugareños, ver deambular a los vendedores cargados de comida sobre sus cabezas o la invitación del compañero de viaje para que compartas su comida con él.

Si se quiere un viaje más rápido, pero menos curioso, siempre se puede utilizar el autobús o el tuk-tuk, el medio de locomoción más popular.