
Pedro Sánchez se dirige a Abascal en la sesión de control al Gobierno. Efe
La “gimnasia de la ultraderecha” salva a Sánchez en su vuelta al Congreso: tragedia en un solo acto
Se han puesto los diputados de Vox a hacer sentadillas a las órdenes de su nuevo profesor de spinning, Félix Bolaños. Igual que Picalagartos ponía el himno de La Legión en las clases de bicicleta estática que daba en los gimnasios del cinturón rojo, Bolaños consigue que los de Abascal suden a ritmo de La Internacional.
Lo ha conseguido con una provocación poco ingeniosa. Al terminar Pepa Millán –la portavoz de Vox– su primera intervención, los compañeros de grupo se han olvidado de aplaudir. Como el Congreso es el lugar de los aplausos cautivos, cuando a alguien se le olvida, el silencio es ensordecer. Y Bolaños ha aprovechado: "¡Ya no le aplaude ni su grupo!".
Entonces, cuando Pepa ha concluido su segunda intervención, sus compañeros han empezado a aplaudir a raudales; algunos poniéndose de pie. Como veían que Abascal no lo hacía, se levantaban, dudaban, se sentaban, se volvían a levantar. Bolaños, pletórico, incluso impresionado del resultado de su pobre provocación, lo celebraba diciendo: "¡Es la gimnasia de la ultraderecha!".
Del mismo modo que a Sánchez le sale más rentable sentarse a esperar los delirios de Trump con sus consecuentes reflejos voxianos; a Abascal le viene de maravilla callar –¿hace cuánto no da una entrevista?– y contemplar la demolición del Estado pactada con los separatistas.
Nos contaba un viejo escritor de discursos de Rajoy que Vox es "la viagra" de Sánchez. Pero es mucho más que eso. Como poco, uno de esos aparatos que anunciaba la teletienda, que se colocaba en los abdominales y que te quema la grasa sin necesidad de hacer deporte. Este mecanismo, al fin, ha quedado escenificado en el Congreso con las sentadillas de los diputados despistados de Vox a las órdenes del verdadero director de orquesta en la familia Sánchez: Félix Bolaños.
Era un día a priori complicado para el presidente del Gobierno. Primera sesión de control después de las vacaciones de Navidad, que para sus señorías terminan el 12 de febrero. El fiscal, la mujer, el hermano. Y después de que le apretara el padre Feijóo –sin demasiado éxito por la falta de entrenamiento– se le han aparecido Gabriel Rufián y Santiago Abascal.
Rufián, tan preocupado por el auge de lo reaccionario, tenía la oportunidad de recriminarle a Sánchez sus pactos con la extrema derecha, pero ha preferido proponerle la creación de una red social en España con dinero público. Le ha parecido una locura incluso a este presidente tan débil cuando se trata de esquivar la tentación de utilizar los poderes públicos en su propio beneficio.
Se ha puesto en pie Abascal y ha asociado a Sánchez con "tiranos" como Maduro y a "terroristas" como Petro y Hamás. Además, lo ha acusado de complicidad con Putin por "comprarle el doble de gas que antes de la guerra".
Después del festival de Orban, Le Pen y Salvini en Madrid, ha elegido confrontar con Sánchez sobre "socios internacionales", colocando el debate lejos del SMI, de la corrupción, del fiscal general, del hermano, de Begoña y de todos esos asuntos que enervan al presidente. Ha preferido hablarle de eso que Sánchez apoda "la ola reaccionaria" y que es la gasolina que lo mantiene en las encuestas.
Para ponerlo todavía más fácil, ha sido el propio Abascal el que ha sacado los aranceles a la palestra, colocando la principal contradicción de su partido como un balón votando en el centro del foso. "No nos gustan, pero si llegan será por su culpa", le ha dicho. ¿Hay algún votante de Vox que pueda creerse que los aranceles decididos por Trump, perjudiciales para los productores españoles, son culpa de Sánchez?
Se sonreía Sánchez mientras lo escuchaba. Se sonreía como el que se encuentra con la sorpresa del desayuno preparado al levantarse de la cama. Lo escuchaba con una pierna sobre la otra, sin necesidad de revisar los mensaje que le manda su gabinete cuando está en apuros, sin los papeles que suele leer para suplir sus deficiencias parlamentarias.
Sánchez, esta mañana, ni siquiera ha abierto la cartera de cuero marrón donde transporta las toneladas de papel que le imprimen sus asesores en Moncloa. La ha dejado sobre el escaño y con las piernas cruzadas, ¡casi todo el tiempo las piernas cruzadas!, como el que se toma la cerveza con los amigos, ha ignorado a Feijóo y ha disfrutado con Abascal. ¿Qué es Abascal sino un amigo? ¿Cómo iba a escucharlo en otra postura que no fuera esa?
La cartera de Sánchez, el cuero ennegrecido de tantos años, ¡va a superar a Aznar y a Zapatero!, ya tiene vejez suficiente como para venderse en el Rastro. Con Abascal será cada vez más vieja, más cara... para todos.