Dave Rubin vive en Los Ángeles. Los restaurantes que le gustan son los mismos que encandilan a las estrellas de Hollywood. "Cuando vuelvan a abrirlos, no sé si me van a dejar ir", ríe al poco de iniciar la videollamada. Utiliza la broma para lanzar el primer dardo contra la "ideología que allí predomina". Suele hablar de la "mafia progre".

Rubin tiene un programa de entrevistas en YouTube con más de dos millones de suscriptores, el Rubin Report. Él lo define como un espacio para defender la libertad de expresión en su concepción más visceral. En los medios norteamericanos, su rostro genera odio y afecto a partes iguales. Pesadilla de los demócratas y adalid de los republicanos.

Pero él, tal y como relata en su ensayo recién traducido al español, No quemes este libro (Planeta, 2021), fue antes un "gay de izquierdas". Salió de dos armarios. Insiste en que le costó "mucho más" hacerlo del primero que del segundo. Discípulo de Jordan B. Peterson, diagnostica en la izquierda una "deriva puritana e identitaria".

La cuestión es: ¿por qué ha acabado virando a la derecha? Esa es, a tenor de lo expresado por notorios ensayistas, una de las claves de la guerra cultural. Si los creadores de opinión de la izquierda decepcionados con los coqueteos nacionalistas acaban al otro lado de la balanza, ¿qué pasa con la izquierda liberal heredera de Mayo del 68?

Rubin es de verbo rápido. A veces superficial. Le gusta provocar y que le provoquen. Pese a su "inesperada simpatía" -así la define- por la causa de Trump, jamás ha oído hablar del único partido español abiertamente trumpista: Vox.

A través de las páginas de su libro -y de esta conversación- aborda los temas que se han alzado como trincheras de la batalla discursiva: la raza, la patria, el feminismo, la transexualidad, la memoria histórica o la religión. En algunos momentos, por cierto, narra su conversión con tono casi religioso.

Usted suele trazar muchos paralelismos entre su salida del armario y su abandono de las posturas izquierdistas.

Tendemos a asociar la salida del armario con la orientación sexual, pero cualquiera puede estar dentro de un armario debido a distintos motivos, entre ellos el de la ideología política. Es más: todo el que no es honesto consigo mismo está encerrado en un armario. Mi salida del armario progre, por cierto, fue mucho más difícil que la otra.

¿Por qué?

A día de hoy y generalmente, cuando un gay sale del armario recibe mucho cariño y aplausos. Hablo, como digo, en términos generales. En cambio, cuando hice la travesía política, cuando dejé el armario de la izquierda, recibí odio y crítica. ¡Simplemente por decir que apoyaba ideas liberales! La mayor enfermedad que afecta al mundo occidental es el miedo a expresar lo que realmente pensamos.

Hay un párrafo de su libro que me llama poderosamente la atención: “Sentía la combinación perfecta de culpa católica y judía. La primera consiste en hacer una mamada y sentirte mal por haberla hecho; la segunda, en hacerla y preocuparte por qué pensará tu madre”. También sentía eso… ¿por ser “de izquierdas”?

¡Gran pregunta! Sí, probablemente también sentí esa culpabilidad durante mi proceso de cambio político. Cuando desperté y dejé de creer en los dogmas de la izquierda...

Pero, ¿cuáles son a su juicio esos dogmas?

Que la izquierda defiende lo bueno y la derecha lo malo, que los conservadores están asociados a la guerra y el dinero... Un día me tomé la pastilla roja y puse en cuestión todo lo que creía. No deberíamos creer un mundo a nuestra medida, sino apostar por entender este lugar tal y como es.

Hablábamos de la culpa.

Sí. Hubo culpa. Sentí culpa. Mis equivocaciones me llevaron a tratar injustamente a muchas personas. Por ejemplo, llamé "racista" a gente que no lo era. Hay culpa, también, porque ese viaje consiste en deshacer tu pasado. A veces, tu familia y tus amigos no están de acuerdo. Solemos presentar el cambio como algo fácil, pero todo lo contrario: es un proceso muy difícil con un final muy satisfactorio.

Dice haber huido de la izquierda por su “deriva reaccionaria e identitaria”. Ha huido, entiendo, a la derecha. ¿No cree posible combatir esa “deriva” desde la propia izquierda?

Lo intenté durante muchos años. Puede ver mis vídeos en YouTube. Decía: "Soy de izquierdas, ¡cuidado!, nos estamos alejando de las posturas liberales. Defendamos la libertad de expresión y el derecho a estar en desacuerdo. Volvamos adonde estábamos. No llamemos a todo el mundo racista u homófobo". No era yo el único, claro. Éramos muchos. Pero ya no se puede negociar ni razonar. Quieren quemar el sistema. La dicotomía, ya no es liberales frente a conservadores.

Entonces cuál.

Por un lado están los que defienden la libertad de expresión y por el otro esa izquierda posmoderna que dice que Occidente y Norteamérica son malvados. Quienes nos opusimos desde dentro de la izquierda, es cierto, acabamos en el otro lado. Y ahora discutimos con los conservadores, por ejemplo, sobre impuestos, pero es un lugar desde el que se puede construir. Espero que en España todavía exista margen para cambiar la izquierda desde dentro.

Si no crees que los niños trans deben competir deportivamente con las chicas, estás fuera de la izquierda

En su libro y en esta entrevista, define a la izquierda continuamente como “autoritaria y puritana”, pero no dice nada del puritanismo de los populismos de derechas, que también proliferan en Europa y Estados Unidos.

El autoritarismo, por supuesto, puede nacer tanto en la izquierda como en la derecha. Yo hablo sobre todo de la izquierda norteamericana, un movimiento en el que no cabe la discrepancia. Existe una ortodoxia tremenda. Si no crees que los niños trans deben competir deportivamente con las chicas, estás fuera de la izquierda. Es verdad que el autoritarismo también está presente en la derecha, existen de ambos tipos. Por eso apuesto por el liberalismo, que da al individuo la oportunidad de pensar por sí mismo.

¿Ha oído hablar de Vox? Es el único partido español que se declaró abiertamente admirador de Donald Trump.

No, no he oído hablar de ellos.

Usted, toda la vida demócrata, apoyó a Trump. Se define como “liberal clásico”, pero el discurso del expresidente de Estados Unidos solía apelar a los bajos instintos más que a las ideas: la patria, la raza, el dinero… ¿Eso es liberalismo?

Yo no quería votar a Trump, al principio estuve muy en contra. Fue extraño para mí convertirme en seguidor de Trump. Vivo en Los Ángeles, ¡cerca de Hollywood!, donde predomina esa izquierda de la que le he hablado. No sé si voy a poder entrar en los restaurantes cuando los abran.

¿Y por qué apoyó a Trump entonces?

En cierto modo, era el individuo en pie contra el sistema. El último ante la barbarie. No me quedó más remedio, fue mi último cartucho. Había hecho cosas bien: bajó los impuestos, eliminó regulaciones estatales, alejó a Estados Unidos de la guerra durante cuatro años... Hubo paz en medio Oriente. Con Biden, en tal sólo cuatro meses, se ha desatado el conflicto. Muchos de los que le han votado seguro que se están arrepintiendo. Trump no es ideal para mí, no representa el liberalismo. Es un show-man, alguien que hará lo que sea para conseguir el éxito. Pero, de verdad, no me quedó más remedio.

La izquierda en Estados Unidos no deja espacio al pensamiento individual

¿Cuáles son, a su juicio, los principales temas tabú sobre los que la izquierda ejerce ese “puritanismo” del que habla?

La izquierda en Estados Unidos no deja espacio al pensamiento individual. Eso es lo sustancial. Creen que pueden establecer un modo de vida. Las atrocidades de los últimos cien años han sido con gobiernos que podían controlar a la gente y decirle lo que debían pensar. Eso intenta ahora la izquierda en América. "Danos el poder y te diremos cómo tienes que vivir para ser más feliz".

¿Hasta dónde debe llegar la libertad de expresión? Es un tema muy de actualidad en España. Se ha condenado a raperos por “injurias a la Corona”. También está tipificado como delito en el Código Penal el “enaltecimiento del terrorismo”. Pero, por ejemplo, ¿le parece bien que un terrorista de ETA dé una charla en una universidad?

Por ser honestos: no sé casi nada sobre ETA. En la primera enmienda de nuestra Constitución, está recogida la libertad de expresión. Puedes decir lo que quieras, excepto unas cosas muy específicas. No puedes llamar a la violencia contra alguien o alentar un golpe de Estado, pero existen leyes claras y específicas.

Creo es la mejor libertad de expresión del mundo. Muchos países, España incluido, desean una libertad de expresión como la recogida en nuestras leyes. Claro que uno tiene que poder decir cosas desagradables sobre la monarquía.

¿Defendería que un neonazi partidario de la solución final pudiera explicar sus tesis con un artículo en un periódico?

Esa es la parte más desagradable de la libertad de expresión: escuchar cosas que no quieres escuchar. Pero piense en la alternativa: ¿no poder decir nada? ¿Meter en la cárcel al que discrepa? En el contexto americano, la izquierda llama nazi a todo discrepante. Llaman a todo el mundo blancos supremacistas. Preferiría que el nazismo y el racismo no fueran aireados, pero la mejor manera de que no proliferen es dar la batalla de las ideas. Creo firmemente en ella.

Dice que le incomodan los activistas que se hacen pasar por periodistas. ¿Qué es usted?

Soy alguien que dice a la gente lo que piensa. No me considero un periodista, pero muchos periodistas que dicen serlo… no lo son. De hecho, me encanta cuando la gente lee el libro y alcanza conclusiones distintas a las mías. Me gusta convivir con personas que discrepan. Algunos quieren instaurar un mundo donde esté establecido lo que hay que pensar.

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