Con las elecciones nos empieza a pasar como con el fútbol, que cada seis meses se juega un "partido del siglo" y se acaba perdiendo miedo a la hipérbole. Instalada en la sobreactuación constante, la política española tiene su próxima gran cita en Madrid el 4 de mayo y para ello se ha preparado con sus mejores galas retóricas: defender la libertad frente al socialismo y el comunismo, "recuperar Madrid" no se sabe muy bien en qué sentido, abandonar la comodidad de la vicepresidencia en busca de una victoria improbable…

Incluso el CIS se ha unido a la fiesta publicando una incendiaria encuesta que da un empate virtual entre el bloque de izquierda y el de derecha, discurso que se va alimentando de tertulia en tertulia y que puede hacer creer que, efectivamente, estas son unas elecciones decisivas, cuando más bien parecen lo contrario.

De entrada, estamos hablando de unos comicios para salir del paso, es decir, que no establecen cuatro años de legislatura como suele suceder sino que completan los de las elecciones de 2019. El ganador de mayo solo opta a dos años en la Puerta del Sol. En el caso más que probable de que sea el PP quien revalide el gobierno, solo o en compañía de otros, las elecciones más decisivas de la historia en el fondo no serían sino una continuación de lo que ya estaba… pero sin Ciudadanos.

Por supuesto, esto no es poca cosa. El partido de Edmundo Bal apela ahora al "centro" para conseguir llegar al anhelado 5% que le dé representación en la Asamblea… como si el "centro" no dependiera de los extremos, es decir, como si el centro fuera realmente una ideología y no un refugio.

Ciudadanos se lanzó en 2019 a una ofensiva de la que luego le ha sido imposible replegarse y es ahora mismo un ejército en retirada. La mayoría de las encuestas dejan en cero escaños a la formación naranja, lo cual es una auténtica catástrofe para un partido que se quedó a cuatro escaños y un puñado de votos de conseguir el gobierno madrileño hace menos de dos años.

¿Qué pasa con todos esos votantes de Ciudadanos que abandonan despavoridos el barco? Esa es la gran duda. Se da por hecho que la gran mayoría se pasará al socio de coalición, que es algo muy habitual cuando el pez pequeño pretende convivir con el grande.

Hay un centro-derecha liberal que podía reconocerse en Albert Rivera o Ignacio Aguado pero que tampoco se siente incómodo en absoluto con Isabel Díaz Ayuso. También es muy probable que haya un efecto arrastre hacia Vox, no tan pronunciado como sucedió este mismo año en Cataluña, pero sí notable.

Cuando se repite que la formación de Rocío Monasterio va a tener problemas también para llegar al 5% de los votos, se ignoran demasiadas cosas: de entrada, que, siendo un partido joven y con un electorado aún entusiasta, es poco probable que haya una gran fuga de votos -alguno habrá hacia el PP, desde luego- o al menos una fuga tan llamativa como para que compense los votos más conservadores que le lleguen de Ciudadanos. Recordemos que antes de abrazar la libertad, el centro-derecha coqueteó con la bandera durante mucho tiempo. Ese discurso caló y sigue mojando.

El improbable caso de Ayuso

Todo este repaso a las fuerzas de derecha nos lleva irremediablemente -como todo en la política madrileña de los últimos dos años- a la omnipresente figura de Isabel Díaz Ayuso

Hay cierto consenso demoscópico en que la líder del PP se moverá en torno al 40%, con ligera tendencia al alza en los últimos días. Eso no bastaría para conseguir una mayoría absoluta, pero dependiendo de si se va acercando al 45% y los 65 escaños (la mayoría absoluta se fija este año en 69), podría valerle para una mayoría tan contundente que necesite solo una abstención de Vox para conseguir renovar su mandato y sacar adelante, por fin, alguna ley.

No es fácil encontrar en la historia moderna de España un equivalente a la figura de Ayuso. Una chica poco o nada conocida, con lóbregas perspectivas en las pasadas elecciones, llamada a encabezar el gran naufragio del PP, su primera derrota en Madrid en 28 años… y que ha acabado limitando a la izquierda, eliminando a Ciudadanos del mapa y estableciéndose como icono pop dentro y fuera de su partido. Todo esto, insisto, en menos de dos años.

En su ascenso tuvo mucho que ver el empeño de determinada prensa en insistir hasta la crueldad en sus errores, que los hubo. Esa insistencia, esa crueldad, han colocado a Ayuso en una posición privilegiada, como sabrá cualquiera que vea reality shows en televisión: el público siempre se decanta por la víctima.

Por mucho que se la quiera vender como una Margaret Thatcher del barrio de Chamberí, la actual presidenta de la Comunidad de Madrid no es una persona excesivamente ideologizada. Lo suyo es el practicismo, el día a día, la naturalidad.

Ayuso no le teme a la contradicción, como buena política moderna, y no le teme a la hemeroteca porque ya ha conseguido domarla con éxito. Ayuso es, en esencia, una superviviente, y en eso mucha gente se reconoce. Cuando dice "libertad" en realidad lo que dice es "déjame a mi bola", que es algo muy madrileño, y cuando dice "socialismo" no se sabe muy bien qué está diciendo, pero consigue que suene a algo terrible.

Gabilondo, moderación o tedio

Mucho más terrible, desde luego, que cuando uno ve al candidato real que vuelven a presentar los socialistas. Ángel Gabilondo se presenta por tercera vez a unas elecciones regionales después de dos convocatorias relativamente exitosas pero sin efecto alguno: perdió por un escaño la presidencia ante Cristina Cifuentes en 2015 y fue el candidato más votado de 2019 aunque le perjudicara el desplome de Podemos.

El PSOE no sabe qué hacer con Madrid y en lo que decide una estrategia sigue presentando a Gabilondo porque entiende que Gabilondo no asusta a nadie y aunque tampoco movilice demasiado, al menos te garantiza un mínimo.

De Gabilondo se suele decir que no se entera de nada y que parece un hombre despistado con pocos reflejos para la velocidad del debate político. Puede ser un diagnóstico acertado. Siempre hay en Gabilondo un gesto de disgusto con la política real frente a la ideal y quizá por eso ha acabado siendo el refugio de mucho votante moderado que comparte angustia ante los populismos de uno y otro signo.

El problema de Gabilondo es el problema del PSOE: jugar a agitar los demonios franquistas y pactar con Pablo Iglesias en la Moncloa y vender una moderación informe en la Puerta del Sol. Tras tres convocatorias electorales, aún no sabemos si Gabilondo quiere subir los impuestos o dejarlos así, no sabemos si va a endurecer las medidas de lucha contra la Covid-19 o va a dejarlas como están, no sabemos si pactaría con Unidas Podemos o si se intentaría refugiar en un posible grupo parlamentario de Ciudadanos.

La moderación puede ser un activo, pero no tanto la tibieza. Mónica García, por ejemplo, vende una cierta moderación pero sin tibieza alguna. La escisión de Podemos encabezada por Íñigo Errejón parece que va a superar de nuevo y por un amplio margen a la matriz: casi todas las encuestas dan a ambas fuerzas en torno al 20% de los votos en conjunto y unos 25-30 escaños.

García, que no renuncia a la sobreactuación cuando es preciso, es una candidata con facilidad para caer bien… y solo necesita un par de campañas virales más de medios de derecha para mejorar aún más sus resultados. Con todo, el problema de Mónica García, como de toda la izquierda, es que su campaña se centra demasiado en la gestión de la pandemia y ahí hay poco que rascar.

Entre el éxito y el apocalipsis 

Porque el caso es que habrá quien crea que Madrid lo ha hecho bien y quien crea que lo ha hecho mal, pero anunciar el apocalipsis desde agosto sin que acabe de llegar acaba cansando.

Uno entiende a Mónica García como sanitaria porque sabe cómo están los hospitales madrileños… pero esa postura reactiva, constantemente contraria a lo que parece que defiende la mayoría de los madrileños en este sentido tiene poco recorrido electoral.

Cuando se dice que Madrid apenas impone medidas, habría que recordar que en demasiadas ocasiones son los madrileños los que burlan las que ya están publicadas. Por ejemplo, algunos se enteraron el otro día de que en esta comunidad nunca se ha podido fumar en las terrazas.

Salir de este círculo vicioso, de este enredo constante que es la gestión de la Covid-19, es clave para la izquierda si no quiere encontrarse con un resultado lamentable, especialmente en barrios y municipios de tradición obrera y trabajadora. Ahí es donde suponemos que entra Pablo Iglesias, al rescate de su partido, otro que veía peligrar muy seriamente el umbral del 5%.

Solventado ese trámite, la lucha de Iglesias es la lucha por evitar la irrelevancia. Iglesias, como Ayuso, es un superviviente y ha tenido un año entero para mirar alrededor y darse cuenta de lo que funciona y lo que no.

El debate de este miércoles en Telemadrid nos dará una pista de por dónde piensa empezar el exvicepresidente su intento de darle una vuelta a la campaña. Intuimos que algo habrá estado pensando en estos días de relativo silencio.

Si todo sigue igual, si el debate sigue dando vueltas en torno a cuánta gente puede sentarse en una terraza en plena fase avanzada de vacunación masiva, estas serán las elecciones más previsibles que hemos vivido en mucho tiempo. Un mero trámite, vaya. Todo esto para esto.

Quedan dos semanas y pueden pasar muchas cosas, pero ninguna parece que nos vaya a desviar del escenario principal: ganará Ayuso muy fácilmente, necesitará puntualmente a Vox como ya lo necesitaba antes, la izquierda se pegará un buen golpe del que puede (o no) recomponerse en 2023 con otros candidatos y Ciudadanos caerá en el olvido.

Ahora bien, si todo fuera tan fácil, no harían falta dos semanas de actos públicos ni debates. En rigor, no haría falta ni que fuéramos a votar. Los escenarios pueden cambiar aunque en principio no se vea cómo. En eso consiste la realidad, en un continuo imponerse por sorpresa.

Cambie lo que cambie o quede todo como está, se lo contaremos en EL ESPAÑOL.

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