Se dice que las noticias más importantes, o que mayor valor tiene conseguir, son precisamente aquellas que actores destacados se empeñan en ocultar. Ocurre en una negociación de investidura, por ejemplo. Mientras los partidos clave buscan una cierta discreción para proteger el éxito de sus conversaciones, según explican, los periodistas multiplicamos nuestros esfuerzos por hacernos con cualquier novedad. Aunque tan sólo sea un detalle. Al fin y al cabo, se trata de la formación del Gobierno de España en un momento muy complejo. Nuestra obligación es contarlo o, al menos, intentarlo. 

Ese tira y afloja entre políticos y periodistas es una vieja fricción, relativamente irresoluble y, desde luego, muy sana. Periodistas de medios muy diversos preguntan, el político responde lo que considera oportuno y, al final, los ciudadanos lo juzgan todo, tanto lo que se dice como lo que no. Pero el periodista pregunta. Si no, no funciona. 

Hay ocasiones en las que los periodistas tenemos que explicar cómo hacemos nuestro trabajo porque, precisamente, esos mismos actores no quieren que se conozca de qué manera se esfuerzan en limitarlo. Esta es una de esas veces. 

El miércoles de la semana pasada, Pedro Sánchez fue propuesto por el Rey como candidato a la investidura. Sánchez fue a Zarzuela en su condición de líder del PSOE, partido con una histórica sede en la calle Ferraz de Madrid, pero después compareció en la sede de la Presidencia del Gobierno, a pesar de que el Ejecutivo en funciones no tiene vela en el entierro. Todo el foco corresponde a las formaciones del Congreso. 

La mayoría de los periodistas llegamos desde el Congreso, donde los líderes de los demás grandes partidos se habían sometido a una batería de preguntas sobre sus intenciones, sus contradicciones y las distintas hipótesis que podrían plantearse. Todos menos Sánchez.

Así fue la limitación de preguntas

En Moncloa, el equipo del presidente nos comunicó, sin explicarnos motivo alguno, que sólo se admitirían "dos turnos de preguntas". Es decir, que sólo podrían preguntar dos periodistas. La decisión no sentó bien entre los compañeros. Había pasado un mes desde las elecciones y Sánchez sólo había comparecido en citas de carácter internacional en las que no responder a preguntas habría sido directamente un escándalo, bien porque se convertiría en la excepción frente a otros presidentes o porque el formato está tan asentado que es inexcusable. Así sucedió en tres ocasiones contadas: la cumbre de la OTAN en Londres (cuatro preguntas), con la visita del presidente del Consejo Europeo, Charles Michel (dos) o junto al secretario general de la ONU, António Guterres, en el inicio de la COP25 (otras dos). 

Sánchez no aceptó preguntas cuando anunció su preacuerdo con Unidas Podemos, dos días después de la cita con las urnas, aunque el giro respecto a la campaña fue copernicano y ofrecía muchas dudas. Las tenía incluso la inmensa mayoría de su partido, al que tampoco dio cuenta de sus intenciones. Tampoco respondió en público el día de la constitución de las Cortes, ni el día de la Constitución, ni en un acto con empresarios, ni tras reunirse con importantes personalidades en la cumbre del clima. El PSOE se había reunido ya cuatro veces con ERC (que sepamos) informando fundamentalmente a través de comunicados que podían significar una cosa y la contraria. 

Cuando se limitan las preguntas, los periodistas no tienen más remedio que pactar cuáles se hacen. Así ocurrió esta vez. Se celebró una improvisada asamblea, se decidieron los temas que concitaban un mayor interés general y luego se repartieron, dejando en el tintero muchos otros asuntos. En esas ocasiones, el periodista ya no representa estrictamente a su medio (como debería ser) sino que acaba siendo más un portavoz de todos los que no pueden preguntar.

¿Un presidente debe responder?

Pero, ¿por qué Sánchez no podía responder a unas cuantas preguntas más? Claramente no podían argumentarse razones de agenda, a menudo más una excusa que una justificación. ¿Por qué los periodistas tenían que seguirlo hasta Londres o agarrarse a comparecencias sobre importantes eventos internacionales para plantear elementales preguntas domésticas? ¿Ser presidente del Gobierno exime de responder o, al contrario, obliga a hacerlo más en razón del poder que concentra? ¿Por qué los demás líderes políticos sí se sometieron un buen número de preguntas y él no?

Yo iba a preguntar el primero por lo que, cuando surgió la posibilidad de dejar constancia de la situación, me tocó hacerlo a mí. Intenté ser descriptivo y evitar valoraciones que no venían al caso. "Si sólo va a haber dos turnos de preguntas en esta comparecencia no es porque los periodistas no queramos preguntar más, sino porque a diferencia de los demás líderes políticos que han comparecido en el Congreso se ha puesto este límite, algo por lo que mis compañeros y yo expresamos nuestra profunda disconformidad", dije. Y me interesé por su negociación con ERC, el partido clave en toda la operación, y por si estaba dispuesto a posponer mucho la investidura en caso de no atar pronto los apoyos. Sánchez respondió a los dos periodistas y se fue.

La introducción fue reflejada en varios medios y asociaciones profesionales como la APM y la FAPE elevaron una queja. La repercusión no sentó nada bien en Moncloa. El equipo del presidente consideró que era injusta, que los medios no respetan las negociaciones o incluso que la protesta nos nubló la vista, ya que no preguntamos por lo que Moncloa creía que ese día era más importante. No deja de ser irónico: se limitan a dos los periodistas que pueden preguntar al presidente y después se les recrimina que no han aprovechado su tiempo para lo importante. Está claro que el llamado "cuarto poder" no es infalible. 

El plasma de Rajoy

Muchas personas dijeron en las redes sociales que a Sánchez no deberían caérsele los anillos por responder a unas cuantas preguntas. También hubo quien, desde una supuesta discrepancia política, reprochó que los periodistas no fueran tan valientes contra el plasma de Mariano Rajoy cuando, precisamente, esa polémica sólo trascendió y se instaló en el debate público por los periodistas que en su día se quejaron. 

Si los periodistas no explicásemos las dificultades para hacer nuestro trabajo, los ciudadanos no sabrían que existió el plasma de Rajoy ni que Sánchez, que tanto criticó a su antecesor, también hace todo lo posible por responder lo mínimo, y cada vez menos.

Sin preguntas, los ciudadanos no escucharán tras una comparecencia la respuesta de mayor interés público, surgida del escrutinio de la prensa, sino la frase precocinada por unos asesores que sólo buscan colar su eslogan en el telediario. Uno y otro mensaje ocuparán los mismos segundos en el informativo de turno sin que el que ciudadano que le da un sorbo al café o lleva la radio de fondo en el coche tenga mucho tiempo para pararse a pensar si su gobernante le ha dado gato por liebre. 

El objetivo es que el ciudadano se quede con la declaración leída a cámara por el presidente o con la respuesta preparada a las preguntas más importantes, que a veces son las más obvias y fáciles de anticipar. Ocurrió en esa rueda de prensa. Si Sánchez no habló de cuándo sería la investidura en su introducción es porque sabía que los periodistas le iban a hacer esa pregunta, gastando una de sus balas y limitando las posibilidades de que quedase al descubierto una contradicción o una inconsistencia. Todo está muy estudiado. 

La democracia muere en la oscuridad

Cualquiera que entre en la web del Washington Post podrá ver el lema del importante e influyente periódico, célebre por su cobertura del escándalo del Watergate, entre otras muchas. "La democracia muere en la oscuridad". La oscuridad se manifiesta de muchas maneras y a plena luz del día: sustituyendo las ruedas de prensa por comunicados, vídeos grabados por asesores o tuits. Impidiendo que los fotógrafos o los cámaras puedan captar las imágenes de reuniones públicas. Suministrando detalles superfluos para evitar las preguntas incómodas sobre asuntos más importantes. Contribuyendo a la desinformación de forma premeditada, como hemos visto en tantos países. 

Responder a preguntas no es una concesión discrecional de un presidente generoso a unos periodistas con una "dinámica enfermiza", como la definió este miércoles el secretario de Estado de Comunicación, Miguel Ángel Oliver. Es ni más ni menos que su obligación para con los ciudadanos. 

Responder a preguntas no puede consistir en despachar dos de trámite para evitar las críticas sino en atender a distintos y diversos medios. Reflejan la pluralidad del país y no "una multiplicación insaciable de la demanda", por mucho que resulte un más que comprensible reto organizativo. 

Los periodistas no pueden ser un colectivo al margen de la crítica (y la autocrítica), pero no deben ser metidos todos en el mismo saco y caracterizados como "fiscales que reconvienen al actor político" o "actores políticos que trabajan de periodistas". Todo por pedir que el presidente conteste a más de dos preguntas sobre qué piensa hacer con el país. Se trata, ni más ni menos, de que no nos quedemos a oscuras con el sol sobre nuestras cabezas. 

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