
6 de cada 10 menores de cinco años sufren habitualmente maltrato psicológico o castigo corporal en el hogar.
Cuando los protectores se convierten en "verdugos": este es el efecto del maltrato infantil a lo largo de los años
La autora rumana Camelia Cadavia se adentra, a través de su última novela 'Las máscaras del miedo', en el impacto de quienes sufrieron violencia.
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Cerca de 400 millones de niños y niñas menores de cinco años, es decir, 6 de cada 10 dentro de este grupo de edad a nivel mundial, sufren habitualmente maltrato psicológico o castigo corporal en su hogar. De hecho, añade UNICEF, de ellos, alrededor de 330 millones son castigados a través de medios físicos.
Tal es el impacto de estos comportamientos, especialmente cuando vienen por parte de sus seres queridos, que, según Catherine Russell, directora ejecutiva de UNICEF, "pueden socavar su autoestima y poner en peligro su desarrollo".
Pero pese a sus efectos, aún quedan decenas de países pendientes de prohibir estas prácticas porque, por el momento, tan solo en torno a 66 lo ha hecho. Esto mismo, indican desde la organización para la infancia, deja alrededor de 500 millones de niños menores de cinco años sin la protección jurídica adecuada.
Más de 1 de cada 4 madres o cuidadores principales afirman que el castigo corporal es necesario para criar y educar adecuadamente a los menores. A lo que, añade UNICEF, debemos sumar que, aproximadamente 4 de cada 10 niños y niñas de entre dos y cuatro años no reciben una estimulación o interacción receptiva suficiente en el hogar.
Esta combinación de factores, señalan, puede derivar en abandono emocional y sensaciones de desapego, inseguridad y problemas de conducta que, en ocasiones, persisten hasta la edad adulta.
Además, 1 de cada 10 niños y niñas no disfruta de actividades junto a sus progenitores, tales como leer, contar historias, cantar o dibujar, lo que resulta esencial a la hora de fomentar el desarrollo cognitivo, social y emocional. Y es que datos de UNICEF revelan que 1 de cada 8 menores de cinco años no tiene juguetes ni dispositivos de juego en casa.
Los "verdugos"
Como estos, son muchos los casos en donde los menores, por un motivo u otro, no pueden desarrollarse en un entorno que cumpla las condiciones adecuadas. Sin embargo, más allá de los números, estas cifras tienen nombre y apellido y ese ha sido el punto inicial de la última novela de Camelia Cavadia (Bucarest, 1969) en Las máscaras del miedo (Omen Ediciones, 2024).
"Sentí la necesidad de darles visibilidad y hacer que se sintieran comprendidos", confiesa en una entrevista con ENCLAVE ODS. Hay muchos "niños indefensos que nunca sanaron, padres que, ya adultos, luchan por no convertirse en aquellos que los maltrataron", añade.

Camelia Cavadia ha publicado su última novela, 'Las máscaras del miedo' (Omen Ediciones), el pasado año 2024. Cedida
Porque en una situación de violencia y maltrato, indica Cavadia, "el entorno familiar juega un papel crucial en el desarrollo armonioso del niño o, por el contrario, en dejar un trauma de por vida". Y ha sido precisamente a partir de ahí desde donde ha decidido arrancar la historia de sus protagonistas: Ema, Sofía y David.
En la vida de los personajes, relata la autora, "los abusos sufridos en la infancia por los tres hermanos dejarán una huella permanente en su existencia, porque aquellos que deberían haberlos protegido fueron, en realidad, sus verdugos". De este modo, un padre abusivo, alcohólico y violento y una madre ausente, se convirtieron en "la perpetuación del trauma, tanto como fuente directa del abuso como en la normalización del miedo".
Y es que, añade, "los niños que crecen en estos entornos desarrollan, desde edades muy tempranas, mecanismos de defensa y supervivencia que, aunque les ayuda en el momento, marcan su personalidad". Aprenden a llevar máscaras de sí mismos que terminan por convertirse en "barreras para la sanación y la construcción de relaciones saludables en la edad adulta".
Reflejo del miedo
El entorno familiar, asegura Cavadia, "es tanto la fuente como el reflejo de los miedos y las heridas", lo que, sin apoyo profesional o sin realizar un esfuerzo personal inmenso de introspección, puede resultar en que el individuo nunca consiga "liberarse de las sombras del pasado".
Se trata de un proceso único que "depende de la resistencia a los insultos, los golpes, los silencios y las ausencias, de la fragilidad de su psique y de su personalidad". Y lo explica: "No existe una forma correcta o incorrecta de afrontar los traumas. Cada persona construye sus propios mecanismos y su historia merece ser entendida con empatía y comprensión, sin juzgar".
Porque, asegura, el ciclo del trauma no es eterno y "es posible romper con estos patrones". Sin embargo, el entorno familiar también puede perpetuarlos a través de lo que se conoce como "transgeneracionalidad", es decir, donde los padres que fueron víctimas del abuso o del desinterés total por parte de sus propios progenitores trasmitirán, consciente o inconscientemente, los mismos patrones de comportamiento a sus hijos.
Por eso, indica Cavadia, "hace falta mucho coraje y voluntad" para lograrlo. Y es que, "los miedos y el pasado del que no pueden escapar son verdaderas máscaras bajo las cuales se ocultaban cada vez que sentían que no podían permitir que los demás descubrieran su dolor". Sin embargo, estas, las máscaras, "son un castigo, porque no solo son refugio, sino una renuncia a uno mismo".
Persecución constante
De este modo, Cavadia convierte al miedo en uno de los personajes principales del libro. "Influye en cada una de sus decisiones y los acecha —a los tres hermanos— constantemente", señala. Porque el temor, dice, "está siempre presente y moldeará de forma permanente sus personalidades".
Y así, con el miedo respirándoles en la nuca, asegura la autora, "viven creyendo que no se merecen nada, que no valen, que no pueden ser queridos o que no son dignos de nada bueno en la vida. Prácticamente, todo lo que hacen y las decisiones que toman están dictadas por ese pánico; a ser descubiertos, a convertirse en sus padres o a ser vulnerables [...]".
Sin embargo, pese a esta realidad, son muchas las personas reticentes a recurrir a profesionales porque, señala Cavadia, "acudir a terapia podría validar la idea de que tienen problemas, acentuar su ansiedad y su sensación de no encajar en el mundo". Una visión especialmente común en un contexto en el que "tener problemas psicológicos o psiquiátricos es algo que la sociedad no tolera".
Aunque para la autora la solución está clara, y la salud mental "no debe ser un tema tabú, sino uno que abordemos abiertamente". Para lograrlo, dice, "es necesario normalizar el diálogo y superar los prejuicios, porque ser vulnerable no es una debilidad, sino una parte de la naturaleza humana".