Historias

Asfixiados y quemados por el cambio climático: el verano que se nos cayó la venda (I).

Los expertos en cambio climático prevén un aumento en la intensidad y frecuencia de los fenómenos extremos en las próximas tres décadas.                 

3 septiembre, 2022 01:11
Irene Asiaín Bienvenido Chen Cristina Pita Lina Smith

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"No es solo Hyde Park. El parque de al lado de mi casa parece el desierto del Kalahari". Este es el paisaje que ha predominado en ciudades como Londres este verano. Lo cuenta Jorge Postigo, de la Oficina Económica y Comercial de España en la capital británica. Lleva 25 años viviendo allí y nunca había visto nada parecido.

Las zonas verdes se han convertido en un pajar. El calor intenso ha dado paso a un escenario difícil de ignorar. Sobre todo, en días como el pasado 19 de julio, cuando en la capital británica se alcanzaron, por primera vez, los 40 grados. Los espacios que servían de refugio al clima propio de la época estival se han convertido en el aliado perfecto de las olas de calor.

El césped, los árboles y la vegetación, en general, han asumido un papel distinto al que nos tenían acostumbrados. Se han resecado y, lejos de ayudar a calmar la cara extrema de las temperaturas, han generado un fenómeno con un nombre poco conocido fuera del ámbito científico como es el de la amplificación.

"Cuando la vegetación y el suelo están resecos y hay una situación de sequía precedente, las olas de calor se amplifican", explica Jofre Carnicer, investigador del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF). Es decir, nos encontramos un subsuelo que eleva aún más la temperatura en superficie, cuando, en situaciones normales, ayudan a regular la temperatura.

El panorama que se ha presentado este verano ha cambiado el propio modus operandi de la naturaleza. La llegada de episodios de olas de calor ha impactado de manera importante en la forma en la que ahora podemos enfrentar las temperaturas extremas y fenómenos naturales como los incendios. Y es que estos eventos, aunque ocurren con cierta frecuencia, este año han llegado antes de lo normal y con una intensidad que ha batido récords en prácticamente todo el mundo.

Por primera vez, en marzo, los dos polos helados de la Tierra se calentaban a la vez y presentaban temperaturas de hasta 40 grados por encima de lo habitual. También la región de Asia Meridional mostraba ese mes —y hasta abril— su cara más calurosa en 120 años. India llegaba a los históricos 44 grados y Pakistán a los 50.

Poco después, en el mes de mayo, las temperaturas excepcionalmente altas de Estados Unidos siguieron contagiándose por otras regiones del mundo. Desde el norte de África comenzó a extenderse un calor que golpeó de manera temprana a países europeos como España —donde se alcanzaron hasta los 40 grados en mayo—, Francia, Portugal, Italia o Suiza.

Lo peor de estos episodios no es solo que llegaran de manera temprana e intensa, sino que se han seguido replicando con fuerza durante los meses de verano en varias partes del mundo de forma simultánea y han dejado tras de sí una oleada de incendios difícil de sofocar.

Un mundo que se seca

Los países de la Unión Europea viven su peor año de incendios forestales en, al menos, tres décadas. Según datos del Sistema Europeo de Información sobre Incendios Forestales (EFFIS), las hectáreas arrasadas hasta ahora superan las 780.000. En estos datos, países como Portugal, Rumanía, España o Croacia arrojan las peores cifras y engordan la estadística.

Episodios que ennegrecen el paisaje e impactan en la vida de millones de personas. Y no solo por las viviendas que puedan verse afectadas y las muertes que puedan provocar, sino porque, una vez se apaga el fuego, entra en juego una parte socioeconómica muy importante.

Los años que tardan en recuperarse estos terrenos son una soga que ahoga sin distinción el sustento económico de ganaderos, agricultores y madereros, y de localidades que basan gran parte de sus ingresos en el turismo rural. 

Este año, además, se han dado las condiciones perfectas para que ocurra algo así. El déficit de lluvias acumuladas y el calor intenso y temprano han contribuido a secar una vegetación que este verano, especialmente, se ha convertido en pasto de las llamas. Y más, si cabe, cuando hay un subsuelo con pocas reservas de agua.

La sequía está descubriendo antiguas ciudades sumergidas en los embalses. También restos arqueológicos milenarios o buques de la Segunda Guerra Mundial hundidos en ríos como el Danubio, uno de los muchos que se están secando a nivel mundial. Algunos tan conocidos como el Río Colorado (Estados Unidos), el Yangtze (China), el Rin (Alemania), el Po (Italia) o el Loira (Francia) presentan un nivel de caudal tan bajo que ya se hace visible.

Zonas como Europa atraviesan, en su conjunto, la peor sequía en unos 500 años, tal y como revela el Global Drought Observatory. Según los datos que recopila en su último informe, al menos un 17% de la superficie está en alerta y un 47% en niveles preocupantes. Una situación que puede alargarse durante meses en el continente, con consecuencias importantes en el rendimiento de los cultivos o en el control de los incendios forestales.

Esta falta de agua no solo es el germen de una inseguridad alimentaria creciente. La escasez se está traduciendo en cortes de agua en muchas localidades, como ocurre en España. La sequía se refleja también en nuestras facturas: alimenta la espiral inflacionista y conspira con las amenazas de Vladímir Putin al corte de suministro de gas a Europa.

A mayor calor, menor energía

No hay que ser un experto para darse cuenta de que la reducción en el caudal de ríos navegables está dificultando enormemente el transporte de mercancías dentro de los propios países. En Alemania, por ejemplo, los buques que transportan elevadas cargas de carbón por el Rin han tenido que reducir su actividad por los niveles menguantes de agua.  

En otros, como Francia, el calor y la sequía también están atacando duramente al sector energético, ya que los reactores de sus plantas nucleares —responsables del 70% de la electricidad del país— no son capaces de enfriarse. Es más, el país galo ha tenido que ralentizar su actividad de manera temporal para evitar verter agua demasiado caliente en los ríos.

No obstante, y de manera excepcional, se otorgaron exenciones durante este mes a cinco de las centrales nucleares para verter este agua caliente por encima del umbral “por necesidad pública”. Y es que nuestros vecinos franceses ya afrontan precios de la energía superiores a 600 euros el megavatio hora.

Quien también se ha visto obligado a realizar apagones industriales es China. Allí, la ola de calor ha durado más de 70 días. Es la más larga desde que se iniciaron los registros en 1961. Esto se ha traducido en una mayor demanda de energía —de un 26,8% en zonas residenciales—, en un momento de escasas precipitaciones y escasa producción hidroeléctrica, que ha caído en torno a un 80%.

Como consecuencia, las autoridades chinas ordenaron a fábricas de al menos 19 ciudades a suspender temporalmente su producción para preservar electricidad. Además, ante la situación meteorológica extrema por la que está atravesando el país asiático, tampoco descartan realizar cortes ordenados en zonas residenciales.

En España, donde estamos experimentando un boom de renovables, las temperaturas extremas juegan en nuestra contra. No solo por la mayor evaporación del agua y sus efectos sobre la generación de energía hidráulica —reducida a la mitad—, sino porque las placas solares no tienen el mismo rendimiento. Cuando las temperaturas llegan a los 40 grados, la producción de energía puede reducirse en torno a un 20%.

Un abrupto 'despertar'

"Este verano no deja de ser muy extremo, pero la información de la que disponemos nos permite decir que estará cerca de ser la normalidad en 20 o 30 años como máximo", asegura Francisco J. Doblas Reyes, uno de los 234 expertos seleccionados para la redacción del último informe sobre cambio climático de Naciones Unidas.

El también director del departamento de Ciencias de la Tierra en el Barcelona Supercomputing Center-Centro Nacional de Supercomputación (BSC-CNS) considera que este verano nos ha abierto los ojos. Sobre todo, para explicar qué quiere decir la ciencia cuando habla de un planeta que se calienta.

No todo se debe al cambio climático, pero cada vez son más los estudios científicos que demuestran que la mano del ser humano guarda gran parte de culpa en que nuestra realidad sea cada vez menos soportable. 

El aumento de la temperatura media global de 1,1 grados con respecto al período preindustrial es consecuencia directa del aumento de emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera. Y como resultado tenemos fenómenos meteorológicos extremos —como los de este verano— que ya sucedían, pero que cada vez se producirán cada menos tiempo y con mayor intensidad.

Aldama, Mexico (3 de agosto, 2022)

Aldama, Mexico (3 de agosto, 2022) Reuters

No está claro cuándo fue la primera vez que se habló de cambio climático. Algunas referencias datan de finales del siglo XIX. Es cierto que entonces no alertaban sobre los peligros que planteaba para la salud humana y del planeta, pero sí de que algo comenzaba a cambiar. Los efectos de una economía basada en el carbón se empezaban a notar en el clima. No fue hasta un siglo después cuando el aviso se convirtió en alerta roja. El mundo se estaba calentando a niveles nunca vistos.

La sequía extrema y las inundaciones que sufren ahora, de manera simultánea, amplias zonas del planeta este verano nos están despertando de un largo letargo en el que el cambio climático parecía haber quedado relegado a las advertencias de los expertos y de las investigaciones científicas. Pero los peores efectos de la crisis climática ya han traspasado el papel para volverse una realidad que está afectando directamente a nuestras vidas.

Es precisamente esto lo que estudian científicos de todo el mundo: qué parte de responsabilidad tenemos en la variabilidad cada vez más acusada del clima. Un estudio publicado recientemente en la revista Nature Geoscience alertaba de la expansión sin precedentes en los últimos 1.200 años del anticiclón de las Azores y responsabilizaba de ello a los humanos, por el aumento de las emisiones de gases a la atmósfera.

Las conclusiones del estudio apuntan a que la expansión de este anticiclón está creando este año condiciones más secas especialmente en zonas como la Península Ibérica, pero también en Europa. Sobre todo, en los últimos 200 años, cuando las emisiones derivadas de la actividad económica aumentaron sustancialmente.

"Se han sufrido olas de calor en los dos hemisferios, en los dos polos… Es un año muy relacionado con las olas de calor y estas están a su vez relacionadas, tanto entre sí como con el calentamiento global", comenta Fernando Valladares, doctor en Ciencias Biológicas y profesor de investigación del CSIC. 

El experto asegura que "forma parte del conjunto de anomalías climáticas que se asocian al calentamiento de la atmósfera". Lo que quiere decir que es probable que haya años con temperaturas menos extremas, pero también que, cada menos tiempo, habrá más años como este 2022: de pocas lluvias, sequías, inundaciones y fenómenos meteorológicos extremos.

Ante lo que se avecina, Doblas Reyes teme el hecho de que se deje a mucha gente atrás y que nos encontremos muchas "situaciones dramáticas en las que las vidas humanas se ponen en peligro", sobre todo en los países en vías de desarrollo. Y añade que "en España existen medios de gestión de incendios y del agua, pero en otras muchas regiones del planeta esto no es posible porque no existen los recursos". 

Lo importante, para el experto del IPCC, es que se establezca un mecanismo justo —una de las cuestiones básicas establecidas en el Acuerdo de París— que pueda evitar una desigualdad extrema en el impacto del cambio climático entre países ricos y pobres.  

Para Doblas Reyes, es importante "no alarmar a la población", porque "todavía está en nuestra mano poder limitar los impactos del cambio climático si empezamos a reducir las emisiones lo antes posible". Y advierte: "Si la gente piensa que esto es un desastre y que no hay arreglo, nunca nadie hará el esfuerzo para reducir las emisiones. La psicología social es fundamental en este problema".

Los tipos de negacionistas del clima

Los fenómenos extremos que han ocurrido este año han impactado en la vida de muchas personas. Sin embargo, muchos siguen obviando, negando o simplemente evitando enfrentarse a la realidad que se presenta ante sus ojos. 

De acuerdo con Valladares, existen tres tipos de negacionistas. En primer lugar, los que lo son por falta de conocimiento. A ellos, señala, “les explicaría lo que está pasando y las conexiones de fenómenos como las olas de calor con el cambio climático”. Aunque reconoce que cada vez quedan menos de este tipo, porque “más o menos ya todo el mundo sabe del cambio climático”. 

El segundo tipo es aquel que actúa por egoísmo. “En este tipo podemos caer todos en cierto modo”, reconoce Valladares. “Aprovechan la complejidad del fenómeno y la incertidumbre científica. No queremos cambiar nuestro modo de vida, porque nos da miedo, porque no queremos sufrir o por las razones que sean, pero en el fondo es egoísmo”. Y añade: “Ante este tipo de negacionista, tolerancia cero, ya que el egoísmo de uno no puede comprometer la seguridad de todos”. 

Finalmente, para Valladares, existe un tercer tipo de negacionista, que es la gente que “directamente tiene trastornos de la realidad”. En este sentido, el científico subraya que estas personas sufren “alejamientos patológicos en la percepción de lo que ocurre”. 

Ante esto, Doblas-Reyes insiste en que “hay que seguir comunicando”. Explica que “hay que asumir que la sociedad es compleja y hay que poner el mayor conocimiento a su disposición utilizando el lenguaje más accesible posible y poniendo ejemplos que tengan un significado para las poblaciones vulnerables al cambio climático”.

Fuentes de las imágenes: Incendios en Zamora y Francia (Reuters). Inundaciones en Malasia (EP) e inundaciones en California (Reuters). Vacas muertas por la sequía en en el estado de Chihuahua, México (Reuters). Reserva de La Vinuela en Málaga (Reuters), sequía en el río Loira en Francia (Reuters), niveles de agua bajos en el Rin (Reuters)