Olmeda de la Cuesta, la vida en Laponia del Sur./ Moeh Atitar

Olmeda de la Cuesta, la vida en Laponia del Sur./ Moeh Atitar Moeh Atitar

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El 26-J en la Laponia del Sur española: 28 habitantes, 15 votantes, 4 partidos

Olmeda de la Cuesta, en Cuenca, es uno de los pueblos más pequeños y envejecidos. La llegada de venezolanos y las ideas de un alcalde creativo están cambiando la vida de una de las zonas más deshabitadas de la UE.

5 junio, 2016 02:37

Olmeda de la Cuesta es un pueblo de 28 habitantes a 45 minutos de Cuenca. Está en la zona más deshabitada de Europa, conocida como la Laponia del Sur porque tiene una densidad de población tan baja como la de esa región nórdica. El médico viene una vez a la semana a un consultorio que permanece cerrado el resto del tiempo, el bar sólo abre los fines de semana, el cura llega de otro municipio vecino para la misa del domingo y el panadero entrega un día sí y otro no. En las elecciones del 20-D votaron aquí 15 personas.

Una mañana en la que ya pega el sol veraniego sale de una de las cuevas de Olmeda F. P., un ingeniero natural de la ciudad venezolana de Valencia. Está limpiando una de las muchas cuevas que rodean el lugar. Entre los escombros de piedra hay vasijas. Desde fuera, señala la construcción para explicar que pueden quedar arcos de origen romano amalgamados mucho después con cemento moderno.

Es un hombre alto de 53 años, ojos claros y exquisita educación. Habla en tono suave y pronuncia frases largas de sentido completo y rico vocabulario. A los pocos minutos de saludarle los ojos se le empañan y la voz se le quiebra al hablar de Venezuela. Prefiere que no se publiquen los detalles de su vida allí.

Sus padres eran españoles y él vivió en Madrid de adolescente. Pero hasta hace dos años nunca había estado en Cuenca y mucho menos en uno de sus pueblos más diminutos.

La esposa de F., M. S., descubrió Olmeda gracias a sus búsquedas en internet. Por las noches, durante casi dos años, leía sobre pueblos abandonados y ofertas de empleo y repoblación. Vio que el Ayuntamiento estaba subastando lotes de tierra para construir e intentar reflotar el pueblo. Le llamó la atención “la actitud y la aptitud del alcalde”. Le parecía tan bueno casi para no creerlo y rastreó sus referencias. “Investigué sobre él y no encontré nada malo”, dice Sandoval. Ella, de 52 años, habla más deprisa que su marido y es más expresiva, pero tiene el mismo tono suave y el mismo lenguaje ordenado. También es ingeniera.

Por internet, a más de 7.000 kilómetros, contrataron su nueva vida. Aquello fue en 2013, cuando se vendieron 14 solares, algunos por 500 euros; otros por más de 3.000.

EL QUIJOTE

La idea fue de José Luis Regacho, el alcalde entregado desde 2007 a la tarea de repoblar el lugar aunque sea de manera estacional. Él nació aquí, como su padre, agricultor, y estudió en el colegio local hasta que lo cerraron cuando tenía 18 alumnos en 1973. El último niño nació en Olmeda en 1968.

“El cierre de la escuela es el principio del fin de un pueblo”, dice Regacho frente a una foto del municipio de los años 70 colgada en el edificio que fue su colegio y que hoy es el Ayuntamiento. Durante años los viejos pupitres de madera con tapa estuvieron apilados en esta entrada donde ahora hay sólo una mesa baja de cristal con algún periódico atrasado y una hoja con números de teléfono del pueblo.

El alcalde es funcionario y vive en Cuenca porque tiene hijos. Tiene 49 años y es uno de los más jóvenes del pueblo. Los vecinos hablan sobre él con admiración. Dicen que es de los que si ve un programa en la televisión sobre sefardíes llama a la embajada de Israel para ofrecer el pueblo como destino y contesta a todos los emails y todas las llamadas.

En 2013, F. y M. compraron uno de los lotes sin saber ni siquiera cuándo podrían llegar a España. 

Salir de Venezuela es una labor cada vez más ardua y costosa. La única frontera terrestre abierta es la de Brasil y es peligrosa. Para comprar un billete de avión lo más recomendable es hacerlo desde fuera y con dinero que no sea venezolano. Hay varias aerolíneas que han cancelado la ruta. El proceso puede tardar meses y los aviones suelen estar llenos.

F. P. tenía un buen puesto, director de obras públicas de la ciudad de Valencia. Sandoval, ingeniera especializada en medioambiente, siempre fue emprendedora. Su hijo mayor, F., de 22 años, se acababa de graduar en Arquitectura y su trabajo se apreciaba. M., de 14, aún estaba en el colegio. Cambiaron una ciudad de casi dos millones de habitantes por un pueblo donde cuesta encontrarse a una decena.

El ingeniero habla a la sombra de una pared curva rojiza que es parte de un paseo que el Ayuntamiento construye con fondos europeos para intentar reparar las calles del pueblo y atraer a los turistas. Enfrente, sólo hierba con olmos recién plantados y la carretera por la que pasan pocos coches.

F. P. todavía no ha empezado a construir su casa en el solar que compró y vive en un piso alquilado en Cuenca, pero viene todos los días al pueblo a trabajar en las cuevas o en la reparación de aceras. Se trae algo de comer de casa y se sienta en ese lugar donde escucha los pájaros y alguna excavadora de las obras del pueblo.

Se trae a su mujer y a sus dos hijos de vez en cuando para empezar a ordenar su lote de tierra vacío. Están labrando una zanja para construir un muro. Sueñan con su casa y tal vez sede de un futuro negocio para darle vida al pueblo.

“Tenemos plan A, B, C y D…  Si eso se lleva a cabo va a cambiar la visión y la vida aquí. Va a haber más gente que se pueda quedar a vivir”, dice Sandoval.

A F. P. le cuesta entender las quejas sobre la despoblación, la falta de servicios, los impuestos o el trabajo precario. Hace unos días escuchaba los lamentos de una empleada de Avis por ser autónoma. “No sabes lo que es poder comprar lo quieres, ir donde quieres… Ahí tienes el Mercadona”, le decía él.

No habla de política a no ser que se le pregunte y es moderado en sus apreciaciones.

F. P. va a votar en las elecciones del 26 de junio. Son sus primeras elecciones españolas. En las anteriores no pudo porque no había terminado el papeleo de empadronamiento. Lo que tiene más claro es que no votará a Podemos.

“A mis amigos del PSOE les digo que tengan cuidado con los convenios”, dice F. P. sobre la posible alianza entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias para gobernar. No dice a quién va a apoyar el 26 de junio pero sí que “los dos partidos que se han alternado en el poder no han bloqueado el progreso político”. “Sería conveniente que esto continuara con esa alternancia”.

Su esposa es más contundente. “Estamos bastante preocupados por el auge que ha tenido Podemos aquí en España. Muchos españoles deberían tomarse un tiempito... Unos diez minutos, media hora como mucho, para investigar el plan que tiene ese partido en particular y para que pudieran darse cuenta de muchas cosas”, recomienda.

Igual que F. P., hay más de 117.000 personas nacidas en Venezuela, residentes ahora en España y que tienen la nacionalidad española que les permite votar. En total más de 180.000 personas de origen venezolano están censadas en España a 1 de enero de 2016, según los datos disponibles. En los últimos tres años el flujo de venezolanos con la doble nacionalidad es el que más rápido ha crecido entre las comunidades que vuelven a la madre patria. Muchos de los recién llegados acaban en pueblos, aunque no sean tan pequeños como éste.

NO ES EL PUEBLO MÁS ENVEJECIDO

Los nuevos habitantes pueden bajar la media de edad de Olmeda, que ahora está en 65,93 años. No es el pueblo más envejecido de España, como han publicado varios medios. En realidad, hay casi un centenar de municipios más envejecidos y el que tiene la media de edad más alta es La Riba de Escalote, en Soria, con 79,25, según el análisis demográfico del equipo de datos de EL ESPAÑOL.

Así ha caído la población de Olmeda de la Cuesta.

Así ha caído la población de Olmeda de la Cuesta. Patricia López

Fernando Collantes, director del centro de despoblación y áreas rurales de la Universidad de Zaragoza, explica que la llegada de personas de otros países es lo que reavivó muchos pueblos españoles antes de la crisis.

El especialista cree que hay demasiada preocupación con las cifras demográficas. En términos absolutos no son tan malas gracias a los repobladores jóvenes, que sobre todo han devuelto a la vida los pequeños municipios cerca de las ciudades.

“Lo más importante es quizá dejar de apuntar a la cifra de población como la variable clave sobre la que se pretende actuar. Muchos pueblos tienen más población que hace 30 años. Puedes atraer inmigrantes durante unos pocos años al pueblo. Puede que subas la cifra demográfica. Pero la clave es que la gente que viva ahí tenga calidad de vida”, dice.

A diferencia de otros países europeos, España tiene pueblos muy pequeños por todo el territorio, pero la zona donde se encuentra Olmeda lleva décadas especialmente vacía. Cualquier mañana se encuentran en el pueblo las mismas tres o cuatro personas.

LOS VECINOS

Suelen pasar por la plaza mayor Victoriano Abad y su mujer, Ascensión López, los dos octogenarios y agricultores. Ahora transcurren el invierno en Cuenca, pero vuelven en primavera y verano a cuidar de sus tomateras.

Abad dice que tiene ganas de que lleguen “los otros viejos” que suelen aparecer con el buen tiempo para sentarse en el banco al sol. Votará en las elecciones, aunque para él es sólo cosa de dos partidos: el PP o el PSOE.

Victoriano Abad delante de la iglesia de Olmeda.

Victoriano Abad delante de la iglesia de Olmeda. Moeh Atitar

Uno de los pocos que se queda aquí en invierno es Paco Montes, de 48 años y que volvió a Olmeda, el pueblo de sus padres, hace siete años. En los 80 y 90 trabajó en Madrid en una imprenta al lado de El País y después en UGT. Ahora restaura la iglesia, ayuda a construir casas y ejerce de alguacil del Ayuntamiento.

Se entretiene con la lectura gracias al millar de libros que tiene en casa. Recomienda el último que ha leído, El viaje de Don Quijote de Julio Llamazares. Su perro Curro le sigue a todas partes a no ser que esté distraído mordiendo las zapatillas de los pocos que pasan por allí.

El alguacil es fortachón, habla y se ríe mucho y hace bromas sobre sexo y borracheras. Repite que no cree en la iglesia, pero respeta el trabajo centenario. Le gusta mostrar unas antiguas pinzas para hacer hostias y está buscando un líquido que les quite el óxido pero respete las inscripciones de las paletas.

Montes dice que siempre vota. “Soy ateo, pero para mí la democracia es algo sagrado. Si perdemos la democracia, aunque no sea el sistema más perfecto del mundo, ¿qué nos queda?”. Asegura que siempre ha votado al PSOE y que Podemos le parece “un poquito radical”, pero cree que los viejos partidos se merecen un escarmiento.

“Han perdido millones de votos”, dice. Se va animando y sube la voz para dirigirse a los políticos: “A lo mejor es que la gente está harta de vosotros... Tenéis que espabilar, tenéis que renovaros... La masa es maleable pero el individuo es inteligente, que se os ha olvidado”.

Paco Montes delante de la iglesia de Olmeda.

Paco Montes delante de la iglesia de Olmeda. Moeh Atitar

CONSEJOS DE LAPONIA

Francisco Burillo, catedrático de Prehistoria de la Universidad de Zaragoza, se inventó el nombre de Serranía Celtibérica para la región más desolada entre Burgos y Castellón. Cuenta que después pensó que lo de “la Laponia del Sur” le daría más publicidad aprovechando los puntos en común con la región nórdica: la densidad demográfica por debajo de ocho habitantes por kilómetro cuadrado y el clima duro en invierno.

Explica que esta zona del interior español empezó a declinar en 1856, cuando el tren de Madrid a Barcelona se planificó por Zaragoza en lugar de por Teruel. “Se pierde entonces la posibilidad de abastecer de carne a Cataluña, y de lana para su industria textil. El tema se acentúa a partir de 1940. Ningún polo de desarrollo de los realizados en época franquista se instaló en la Serranía Celtibérica. Lo que ha dado lugar a una progresiva y constante pérdida de población, convirtiéndose en el territorio más desestructurado de toda la UE”, dice. En los años 40 la zona tenía casi un millón de habitantes en un país de 26; ahora, en un país de 46 millones la región no llega al medio millón. “Se produce la muerte lenta de la población de un territorio. Si fuera rápida y violenta estaríamos ante un etnocidio. Entonces nuestro problema se habría visibilizado”.

En España, se suelen pedir más fondos y más implicación de los políticos. Pero lo que enseñan los colegas lapones es que a menudo no se trata ni de dinero ni de más atención de las instituciones.

Kristiina Jokelainen es asesora del Consejo Regional de Laponia y profesora universitaria en Finlandia. Desde hace un par de años interviene habitualmente en foros sobre despoblación en Burgos, Soria o Valladolid. Las delegaciones locales de sus países se pusieron en contacto en Bruselas y ahora habla con soltura de los cosméticos que se hacen con el vino español o del paisaje alrededor de Soria. Ella cree que el motor más poderoso del cambio es “la actitud” y la implicación de los ciudadanos.

“No necesitamos políticos para ir a Bruselas. Yo no necesito a ningún político para ir. Sólo tengo que hacer una reserva y coger un avión”, dice por teléfono, de vuelta a Laponia después de otra de sus visitas a Soria. “Muchas de las cosas empiezan con muy poco dinero. A menudo puedes hacer más cosas con unos pocos miles de euros si cambias de actitud”.

LA ESPERANZA DE FUERA

Para Olmeda la primera gran oportunidad de financiación llegó con una instalación fotovoltaica que montó allí unas placas y ayudó a urbanizar de nuevo el pueblo. Hoy las placas son de una empresa alemana que paga impuestos allí. La promesa del futuro está en nuevas construcciones.

La esperanza está en repobladores que a menudo vienen de fuera de España.

Unos pasos más allá de las cuevas donde trabaja con F. P., está el cuadrante de tierra donde ya han conseguido el permiso para construir un madrileño y una venezolana. También ha comprado un trocito de tierra un cocinero iraní que ahora vive en la capital. El alcalde Regacho cuenta que además hay un propietario polaco y que le han contactado un egipcio que dice estar perseguido por el ISIS y un magnate del Golfo Pérsico. De momento, el Ayuntamiento no tiene más lotes que esos 14 que vendió.

Todavía cuesta ver el resultado. Ya hay dos casas levantadas, otras dos en construcción y dos más con proyectos aprobados, pero el resto depende de los nuevos. Algunos se acercan en los días festivos a merodear. Otros no han vuelto porque se han quedado sin trabajo o sin dinero suficiente para edificar.

La obsesión del alcalde es intentar fomentar el sentido de la comunidad. Con romerías o un invernadero para guardar las plantas en invierno. El 12 de junio ha organizado la presentación de una película sobre Pedro Vindel, un librero que nació en Olmeda y que descubrió en 1914 un pergamino con cantigas del siglo XIII en gallego que hoy se expone en la Morgan Library de Nueva York.

Aun así, el pueblo sigue teniendo muy pocos vecinos. “No sé si sirve, estoy desanimado”, dice el alcalde con un suspiro. Como muchos, siente la soledad. “Los alcaldes de los pueblos pequeños somos los verdaderos quijotes”, cuenta.

“Los políticos no hablan de nada que interese a la gente de los pueblos. No hablan de política agraria. No hablan de la despoblación. La ley mordaza o los recortes no son temas que importen aquí”, dice Regacho, que es del PSOE. El regidor relevó en el cargo a su padre, Natalio Regacho, alcalde desde las primeras elecciones municipales de 1979. Regacho padre es del PP, pero ahora vota a Regacho hijo, socialista.

En Olmeda de la Cuesta votaron 15 personas en las elecciones generales del 20-D: ocho al PSOE, cuatro al PP, dos a Ciudadanos y uno a Podemos. “Aquí sólo funcionan el PP y el PSOE de toda la vida”, dice el actual alcalde.

Sólo un representante del PP fue a hacer campaña. Se reunió con tres o cuatro vecinos. El alcalde desaconsejó a los suyos la visita por los pocos que eran.

Así quedaron las últimas elecciones.

Así quedaron las últimas elecciones. Patricia López

SALVAR EL MUNDO

Junto a las cuevas que limpia F. P., Vicente García termina de dar forma a un muro ondulado con cerámicas que cuentan la historia de Olmeda. Lo llama “paseo escultórico”. Olmeda pidió fondos europeos para reparar los muros destruidos, poner las señales del callejero y reparar las aceras. Consiguió un proyecto público de 100.000 euros, el 70% de los cuales los pone la Unión Europea.

Vicente García empezó colocando carteles de cerámica en las calles y acabó proponiendo muros de colores con baldosas incrustadas que cuentan la historia local. “Ha habido que hacer mucha pedagogía”, dice. Se queja de que los albañiles con los que ha trabajado le han puesto “demasiado recto” el final de paredes que él quería curvas. “Esto tiene valor añadido”.

Lleva meses construyendo con ferrocemento, un material sustituto del acero, más moldeable y más barato. Para él, ha sido una nueva vida. Su especialidad son los frescos antiguos, pero dice que de eso no puede vivir. Nació hace 48 años en un pueblo cercano a Olmeda, Tinajas. Estudió Físicas, pero pronto descubrió que se había equivocado y su vocación era el arte. Se mudó a Segovia y perdió el trabajo por la crisis inmobiliaria.

Ahora piensa en cómo hacer viviendas con el mismo material que trabaja. Habla deprisa y de vez en cuando se calla de golpe. Dice que no le gusta ser protagonista y que la única noticia de Olmeda es que tenga un alcalde tan dedicado como Regacho. Cita a Leonardo, Galileo o Marguerite Yourcenar y se pregunta sobre la diosa fortuna.

El artesano se siente orgulloso de una fuente cercana, un antiguo lavadero olvidado que ha arreglado hace poco.

“Es la metáfora del pueblo. Nadie sabía que estaba y lo hemos descubierto. El agua vuelve a correr”, dice García. “Hay que cambiar el paradigma. Enseñar a la gente a vivir de otra manera. Esto es nuestra Covadonga. Hemos empezado por el pueblo más horrible a salvar el mundo”.

Su sueño es convertir Olmeda en un “laboratorio urbanístico”: “Transformar lo peor de lo peor de la comarca, que es esto, en algo que no exista en ningún lado”. Señala a las colinas más áridas al otro lado de la carretera y dice que el reto sería construir ahí viviendas para jóvenes baratas y bien integradas en el ambiente.

Le ha enseñado al alcalde unas construcciones en el desierto de Atacama de un amigo chileno que dejó su oficio como banquero y se dedicó a la "permacultura", un tipo de diseño que imita a la naturaleza.

Vicente García delante del paseo escultórico que ha construido en Olmeda.

Vicente García delante del paseo escultórico que ha construido en Olmeda. Moeh Atitar

García dice que no votó en las últimas elecciones, pero que un artículo de Fernando Savater contra los abstencionistas le hizo reflexionar. “Mi opción era que ninguno funciona. Pero el artículo me hizo meditar un poco sobre eso”, dice. “A mí realmente la democracia no me gusta… Es el peor de los sistemas, pero no existe alternativa… Voy a tener que votar”.

Delante de su paseo escultórico están los tronquitos de los nuevos olmos del pueblo. Hace unos meses los vecinos plantaron 80.

Los que adornaban el pueblo murieron de grafiosis, una plaga que asoló la especie en 1980 y que sólo ahora se ha conseguido vencer. El interés del alcalde por el proyecto de una universidad que había descubierto una especie resistente a la plaga hizo que el pueblo tuviera los primeros cinco olmos libres de la enfermedad.

Caminando entre flores en un terreno inestable, F. P. nos lleva a ver su olmo y señala el progreso que ya nota. Hay una piedra de cerámica con los apellidos de la familia y la coletilla “de Venezuela con cariño”. El olmo es una ramita de la que le sale un poco de verde. Cuando digo que aún es muy pequeño, el ingeniero insiste: “Han salido muchas hojas nuevas”.