Leo en la prensa adjetivos de todo tipo para tratar de explicar al Papa Francisco. Te lo resumo: fue "valiente", protagonizó un pontificado "social y transformador" en el que "nada fue convencional", "agitó a la Iglesia y quiso dar voz a los excluidos". Fue el Papa "coraje" que "llegó del fin del mundo", el de la "sencillez", el de "los débiles", el de "los pobres", el "reformista", "el Papa que quiso visitar Canarias".

Me quedo pensando en todas esas palabras. No me dicen casi nada. Son etiquetas que usamos para tratar de reducir a quien no entendemos. Las personas somos así; necesitamos una palabra para comprender, un asidero al que agarrarnos.

Pero la estrategia falla cuando se trata de entender el significado del pontificado de Francisco, que desafió los parámetros ideológicos del mundo. Fue todo eso que dicen los periódicos, y sin embargo, ninguna de esas palabras lo completa. Al relato le falta el sufrimiento: el que debió sentir cada vez que los intelectuales arrogantes le arrojaban algún dogma; el que experimentaba al recibir fotos de niños muertos en Gaza o Ucrania; el que leía en los ojos de aquellos descartados a quienes nadie mira.

El Papa decía que la vida había que afrontarla como venía. Y así lo hizo, sorteando estereotipos y aceptando los males del mundo con caridad evangélica. Porque sí, el Santo Padre nos ha recordado el Evangelio, que es, sobre todo, una historia de amor, con todo lo que ello implica.

Todas esas palabras de los periódicos no encierran más que ideología. No hablan del hombre que renunció a defenderse, que puso constantemente la otra mejilla, que no hablaba de sí mismo y que se mostró en el balcón de San Pedro, agonizante, para que el mundo viera que el dolor es solo una puerta.

En Cuenca aún suenan los tambores de las turbas, y el eco se ha quedado encallado en las piedras del casco antiguo. Me llega su lamento, desvanecido pero firme. El encuentro de Jesús con su madre ha dejado en Carretería un aroma de triunfo. En esta ciudad, la Pascua nos ha llegado solemne, con su resurrección encendida; desde esa promesa, acogemos el adiós al Santo Padre: el hombre que desafió a las etiquetas.