Estos días se ha celebrado en Barcelona el International Symposium on Electronic Art (ISEA), el encuentro anual más importante del mundo que explora la intersección entre arte, ciencia y tecnología. Tras diez años sin recalar en Europa, más de ochocientos creadores, pensadores, científicos y tecnólogos han vuelto a confirmar la fuerza de la cultura para dar sentido al mundo e imaginar otros futuros posibles.

“Posibles” era precisamente el título del simposio, que ha utilizado el poder del arte para abrir horizontes en un mundo marcado por la negación del futuro, ya sea por la emergencia climática que amenaza con la extinción, la guerra o las incertidumbres vinculadas a una aceleración tecnológica sin precedentes.

El riesgo es la división de la humanidad entre superhombres con capacidades aumentadas y personas sin acceso a prótesis tecnológicas

La robótica, la inteligencia artificial o la nanotecnología convergen hoy en lo que se ha denominado la cuarta revolución industrial, llena de promesas de progreso que generan tanta fascinación como inquietud. La neurociencia ya anuncia la posibilidad inminente de conectar el cerebro directamente a la red, en un avance que aumentará sustancialmente las capacidades cognitivas de la especie humana y conllevará importantes beneficios para la salud.

Estos chips serán una evolución natural de los teléfonos móviles que ahora ya almacenan nuestra memoria, son una extensión de nuestro cuerpo y, de facto, ya nos han convertido en cíborgs. Conectar nuestro órgano central a la computación cuántica tendrá implicaciones sociales y políticas de primera magnitud y es este potencial y la conciencia de estar ante un momento clave de la evolución humana lo que explica que el cerebro se haya convertido en el buque insignia de la inversión en ciencia de la Unión Europea.

Algunos científicos definen esta progresiva robotización de la experiencia humana como un nuevo renacimiento. La filósofa Rosi Braidotti habla de una creciente difuminación entre los límites digitales, físicos y biológicos de las personas que explicaría que nos encontremos ante la perspectiva de un cambio profundo en la propia naturaleza humana. Porque el cerebro no es solo el órgano que dirige nuestro cuerpo, sino que también es el lugar donde nace lo que tradicionalmente ha definido la condición humana: el lenguaje, la memoria, el pensamiento abstracto, la consciencia o la creatividad.

Es probablemente por esta centralidad que la posibilidad de aumentar las capacidades del cerebro también suscita enormes interrogantes. Braidotti habla de la paradoja de un mundo que promete un superhombre aumentado mientras la especie humana dilapida el planeta y se aboca a su propia extinción. “¿Seré un robot?” y “¿sobreviviré?” son para la filósofa dos de las grandes cuestiones existenciales del mundo contemporáneo.

El riesgo más evidente es la división de la humanidad entre superhombres con capacidades aumentadas y personas sin acceso a las prótesis tecnológicas. La posibilidad de que gobiernos y grandes tecnológicas utilicen la mente como espacio de control político u objeto de consumo genera sombras sobre la libertad de expresión y de conciencia. Chile se ha convertido en el primer país del mundo en proteger la privacidad cerebral en su Constitución y la regulación de los llamados neuroderechos ya está en primera línea del debate jurídico mundial.

El arte, que ha sido precursor en la especulación con la tecnología para inventar mundos vivibles, puede contribuir activamente en este debate. El artista Joan Fontcuberta, pionero en la aproximación crítica de la imagen, invitaba en la inauguración del ISEA a jugar con el algoritmo para sabotear las expectativas del software. El objetivo es evitar la fusión definitiva del hombre con la máquina y domar los monstruos políticos y tecnológicos que pueden derivarse de esta revolución.

Judit Carrera (Barcelona, 1974) es directora general del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB)