Me citó Don Juan en su diminuto despacho de Villa Giralda y me dijo: “He estudiado a fondo la situación del sindicalismo en España y he recibido información política sobre Marcelino Camacho. Es un hombre serio, honrado, sólidamente preparado. Franco lo tiene encarcelado en Carabanchel. Pero en el futuro se convertirá en el líder indiscutible del sindicalismo español. Es comunista y republicano. Me gustaría que establecieras relación con él y que le hagas comprender que en la Monarquía parlamentaria puede trabajar en libertad sin renunciar a nada de lo que piensa y propugna”.

No se equivocaba Don Juan. A lo largo de mi dilatada vida profesional he conocido a pocas personas tan sólidas, coherentes y capaces como Marcelino Camacho. Cuando tras la victoria del PSOE, dimití de la presidencia de la agencia Efe, me ofrecieron la dirección del ABC verdadero. Una de las mayores satisfacciones que tuve en los casi 15 años en que dirigí el periódico fue cuando me visitó Marcelino Camacho. Había decidido abandonar la colaboraciónen El País para venirse conmigo al ABC. Escribió, por cierto, artículos admirables. Nunca se le modificó una coma.

Muerto Marcelino, he conocido fugazmente a su hijo Marcelo, prestigioso sindicalista, y he mantenido reuniones periódicas con Yénia, que tanto me recuerda a su padre y que es una mujer razonadora y responsable, de alto nivel intelectual. Mis conversaciones con ella, a veces de varias horas, me han enriquecido cultural y espiritualmente. Yénia Camacho es una mujer excepcional.

Acaba de publicarse un libro nuevo de Marcelino –Apuntes sobre el movimiento obrero (Atrapasueños)– en el que se arraciman textos escritos durante los cerca de diez años que el líder sindical padeció en Carabanchel, la cárcel emblema de la dictadura.

Para Marcelino Camacho la democracia real se produce cuando sube al poder la clase mayoritaria, la clase obrera, y se debaten en ella las discrepancias sociales, económicas y políticas. La conciencia de clase se desarrolló en Marcelino desde la niñez. Cuando se adquiere sentido de la condición de “explotado” se desarrolla la lucha “consciente y perseverante” y el “programa reivindicativo”. “La lucha económica por sí sola –afirma Camacho– no conduce a la emancipación dela clase obrera, no conduce a su liberación de la explotación capitalista”.

“La solución a este problema –añade– hay que buscarla en la articulación de las reivindicaciones cuantitativas clásicas –aumento de salarios, disminución de la jornada de trabajo, seguridad social, rebajar edad para la jubilación, etc.– con otra exigencia, la del control y la gestión; que los trabajadores no acepten ser integrados pasivamente en el sistema. Es decir que reivindiquen tomar parte en las decisiones capitales de las que dependa su porvenir”. “La acción de los sindicatos –concluye– está dirigida contra los explotadores y contra el Estado, instrumentado por ellos”.

Cita Marcelino Camacho la encíclica Populorum Progressio de Pablo VI, pero expresa sus dudas sobre la aportación de los obreros católicos... Critica también el ultraizquierdismo,“enfermedad infantil del comunismo”, según Lenin; y rechaza el sindicalismo ultraizquierdista que parte del principio incorrecto de que la transformación de la sociedad es la obra de la voluntad combativa de una minoría. Desaprueba, además, “la concepción de los sindicatos como correas de transmisión de los partidos”.

Se podrá coincidir o se podrá discrepar de Marcelino Camacho. Lo que nadie objetivamente puede negar es su coherencia ideológica, su identificación sindical, su conocimiento profundo de la realidad social. No quiero terminar este artículo, después de citar a sus hijos Yénia y Marcelo, sin dedicar un recuerdo a su mujer, la inolvidada Josefina, que fue siempre el pilar sobre el que se sostuvo la obra de este sindicalista ejemplar que se llama Marcelino Camacho.