Primera palabra

Autor de fotografía

Por Daniel Canogar

3 junio, 2004 02:00

Daniel Canogar

El mito de la objetividad ha quitado demasiada responsabilidad al fotógrafo. Parecía que era la realidad la que estaba creando las imágenes, como si éstas aparecieran por generación espontánea sin autor

Este año PhotoEspaña ha elegido Historias como hilo conductor temático de sus exposiciones. Este sugerente título alude al carácter retórico de la imagen visual. Estamos tan acostumbrados a pensar en la fotografía como una ventana neutral hacia la realidad que aún nos incomoda pensar que pueda contener una narrativa cuidadosamente articulada por un autor. Todavía tenemos demasiado cercano el mito de la objetividad fotográfica, esa herramienta fundamental del periodismo gráfico, que sigue viendo la imagen como un testimonio de que el evento capturado realmente ocurrió y no es ficción.

La fotografía es simultáneamente ficción y realidad. El problema es que culturalmente hemos decidido que estos dos términos son opuestos. Uno de los apartados temáticos del festival tiene el título: ¨Historias individuales y cotidianas: tanto reales como narrativas o de ficción¨. Esta distinción entre ¨real¨ por un lado y ¨narrativo¨ o ¨ficción¨por otro asume que la narratividad no es real, al tiempo que la realidad no puede ser narrativa. Toda fotografía es por naturaleza ficticia; es una interpretación extremadamente codificada de una compleja e inabarcable realidad. Además, el acto de fotografiar falsea la realidad, que irremediablemente se hace más escénica y visualmente disponible para el objetivo de la cámara.

Una demostración de cómo los términos ¨realidad¨y ¨ficción¨ han dejado de ser operantes la podemos encontrar en las infames fotografías de tortura y humillación que han salido de la cárcel iraquí de Abu Ghraib. Los actos allí acontecidos han sido escenificados para ser fotografiados, y por ello podrían considerarse documentos ficticios. Plásticamente vemos influencias de géneros altamente escénicos, como son la fotografía turística (soldados sonrientes posando en lugares remotos), la pornografía sadomasoquista, y los webcasts en los que se representan los actos más privados para ser difundidos por internet. Paradójicamente, la realidad escenificada que podemos ver en las fotografías de Abu Ghraib son un testimonio espeluznante de una realidad mucho más amplía: las catastróficas consecuencias de un pueblo sometido por una ocupación militar. Que toda fotografía sea ficticia no quiere decir que sea mentirosa. La ficción puede ser rotundamente verdadera.

Lo perverso de las imágenes de Abu Ghraib es que los fotógrafos estaban implicados con la realidad que estaban literalmente armando para la cámara. Toda fotografía implica, para bien o para mal, un posicionamiento del fotógrafo ante la realidad. En el caso de Abu Ghraib, este posicionamiento es altamente destructivo, pero no siempre tiene que ser así. Hoy más que nunca se hace urgente la concienciación de la naturaleza discursiva de la imagen, no como un mero ejercicio teórico, sino como un posicionamiento ético del autor, que construye, simboliza e interpreta la realidad que le ha tocado vivir. Vivimos en una cultura de imágenes basura, de consumo anestesiante de vacíos mensajes visuales. A pesar de que estamos perpetuamente bombardeados por imágenes, somos una cultura icónicamente analfabeta. No se nos enseña en la escuela a interpretar un discurso con imágenes como se nos enseña a leer y escribir.

Resulta un ejercicio fascinante ¨leer¨ las fotografías de prensa que llenan las portadas de los periódicos. Esas fotografías parecen pertenecer más que ninguna otra imagen a la ideología de la fotografía como testimonio objetivo de la realidad. Sin embargo, un análisis cuidadoso permite conectar estas imágenes con una larga tradición visual. Por poner otro ejemplo de fotografía bélica, la imagen de una madre con un hijo ensangrentado en los brazos compositivamente es idéntica a la Pietà de Miguel Angel. El editor que elige la foto de portada, como el lector que recoge la edición en el quiosco, tienen un enorme bagaje iconográfico. Nuestras elecciones visuales tienden a incidir en las temáticas centrales de las narrativas maestras que han dominado nuestra cultura occidental judeocristiana. Si nos desprendemos de la responsabilidad de autoría del relato visual, es la cultura la que habla por nosotros. O nos posicionamos, o se nos posiciona, pero el relato nunca nos permite ser neutrales.

El mito de la objetividad fotográfica ha quitado demasiada responsabilidad al fotógrafo. Parecía que era la realidad la que estaba creando las imágenes, como si éstas aparecieran por generación espontánea sin autor. Contar historias visuales es una cuestión ética. Los amantes de la imagen tenemos la responsabilidad de tomar las riendas de las herramientas que utilizamos, para adentrarnos en sus densos tejidos semánticos, su rica y compleja polifonía ideológica, y su infinita capacidad poética. Tener conciencia de que hay una mirada que construye y articula con imágenes fotográficas nos otorga un profundo compromiso. Como constructores de relatos visuales, ¿qué es lo que realmente queremos contar? ¿Qué historias son más auténticas que otras? ¿Cuáles son las narrativas que debemos generar? Situémonos como creadores y lectores activos de nuestras historias.

Daniel Canogar es fotógrafo


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