Vista de sala de la exposición 'Encuentros de Pamplona 1972: Fin de fiesta del arte experimental', 2009

Vista de sala de la exposición 'Encuentros de Pamplona 1972: Fin de fiesta del arte experimental', 2009

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Críticas, coches bomba y jolgorio: el caos fecundo de los Encuentros de Pamplona

Año 1972, una ciudad de provincias, más de 300 artistas y el mecenazgo de una familia. Las ganas y el momento lograron lo imposible: un festival internacional para celebrar la vanguardia y el arte vivo. Sucedió hace 50 años

José Díaz Cuyás Francesc Torres
27 junio, 2022 02:17
José Díaz Cuyás

José Díaz Cuyás

José Díaz Cuyás
Co-comisario de Encuentros de Pamplona 1972: Fin de fiesta del arte experimental (2009), en el Museo Reina Sofía

Alumbrados por el espíritu de John Cage

¿Qué celebrar de los Encuentros cincuenta años después? Es significativo que entonces coincidiera con el 60 cumpleaños de John Cage, “cuyo espíritu”, decía el catálogo, “está tan presente en gran cantidad de manifestaciones de estos Encuentros”. Todo empezó, de hecho, como una celebración en homenaje a Félix Huarte Goñi, vicepresidente de la Diputación Foral desde 1963 hasta su muerte en 1971. Quiso ser un regalo “muy gordo” que los Huarte, familia de constructores bien relacionada con el régimen y principales mecenas de las tendencias más dinámicas del arte español, donaron al pueblo de Pamplona.

El carácter festivo y la financiación privada de aquel acontecimiento, con más de 350 artistas, internacionales en su mayoría, que se desplegó por las calles y salas de la ciudad durante ocho días, ayuda a entender las múltiples contradicciones que entonces se destaparon y, también, las que se mantuvieron y todavía perviven en su relato histórico.

Había demasiada excitación, demasiadas ganas de “salir” para que los acontecimientos siguieran el cauce programado. Lo singular de la celebración fue el modo en que la gente jaleó aquellas obras

¿Es pronto todavía para una gran exposición en la que se reconozca el papel insoslayable de estos empresarios (“¿franquistas?”) en las tendencias más vivas y experimentales del momento? Puede haber modos diversos de contar lo que pasó, pero todos tendrán que asumir el hecho de que fue una familia “oficialista” la que invitó al “espíritu” de Cage, maoísta y homosexual, máximo exponente de la fusión arte-vida, de la dispersión de la obra en el acontecer y de las prácticas situadas entre los medios, a un país sumido en una dictadura nacionalcatolicista.

La presencia tumultuosa de aquel espíritu, compartida por gran parte de los artistas y por una nueva generación de jóvenes contraculturales, fue permitida con recelo por el régimen, pero también criticada como “elitista” por la Asamblea de Artistas vascos; acusada por el PCE de ofrecer una imagen exterior distorsionada; denunciada por el obispo como despilfarro; boicoteada desde Cataluña por el entorno de Portabella y Tàpies al ser una iniciativa de Madrid-Estado; vandalizada con dos atentados-bomba de ETA por arte burgués; subvertida desde dentro por artistas patrios por fallar la “comunicación”; y ninguneada por Oteiza, quien consideraba a Cage un payaso, por falta de protagonismo de la Escuela de Deba.

Y a pesar de toda esta tensión, o mejor, gracias a ella, los dos artistas que asumieron la tarea inusual de organizar aquellos Encuentros, Luis de Pablo y José Luis Alexanco, no sólo lograron tomar el pulso al arte del momento, sino que, dejándose llevar por su espíritu, pusieron las condiciones para que aquel arte radical del acontecer fuera desbordado en el espacio público como fiesta popular. Como jolgorio y bullicio de cuerpos alborotados. Había demasiada excitación, demasiadas ganas de “salir”, en aquella España del 72, para que los acontecimientos siguieran el cauce programado.

Muchas de aquellas obras son históricas, pero lo singular de aquella celebración fue el modo en que la gente las jaleó y las dotó de nuevos usos en la bulla. Los experimentos conceptuales nunca habían sido recibidos con tanta jarana. Es ese plus, fuera de programa, lo que los Encuentros nos invitan a celebrar.

Francesc Torres

Francesc Torres

Francesc Torres
Artista plástico participante en los Encuentros de Pamplona de 1972

Estructuras neumáticas

El año 1972 fue de aúpa por más de una razón. Lo más tangible en lo personal era que estaba haciendo maletas para marcharme a Estados Unidos y, mentalmente, ya me encontraba con un pie fuera de España. Barcelona era como un limbo permeado por una militancia política surrealista y la certeza de que tenía que salir zumbando si no quería acabar mal. En aquel momento estaba en contacto con un grupo informal de artistas y poetas que compartían estudio en el barrio de Gracia.

Fue entonces cuando se empezó a hablar de los Encuentros de Pamplona que nadie se tomó en serio al principio porque no estaba el horno para bollos en el País Vasco, políticamente hablando, y porque en la España de Franco estas cosas no pasaban y punto. Pero el certamen seguía cogiendo impulso y no cejaba. Se empezaba a invitar a gente, el abanico era internacional y en Barcelona pilló al mundo de la cultura con el paso cambiado.

Lo que realmente escocía era que la iniciativa se hubiera cocido en Madrid de la doble mano de José Luis Alexanco y Luis de Pablo mientras en Cataluña la intelligentsia se miraba el ombligo

En aquel momento Barcelona era un lugar donde pasaban cosas que no sucedían en el resto de España, Barcelona era Europa, ¡qué puñetas! De ahí que la oposición crítica catalana a los Encuentros fuera casi unánime. Todo ello articulado con una argumentación política de corte marxista como correspondía a la época a caballo del hecho sorprendente de que todo el sarao estuviese financiado por la familia Huarte, de conocido pedigrí franquista.

Hubo un boicot catalán evidente, ideológicamente articulado, aunque –y se trata de una opinión estrictamente personal– lo que realmente escocía era que la iniciativa se hubiera cocido en Madrid de la doble mano de José Luis Alexanco y Luis de Pablo mientras en Cataluña la intelligentsia se miraba el ombligo. Resultó que los del grupo de Gracia fuimos invitados y todos aceptamos, claro. En medio de la sequía general para los jóvenes “no alineados” con ningún mandarinato vivo, decir no a un certamen en el que iban a estar Dennis Oppenheim, Steve Reich, John Cage y otras figuras del mismo calibre de todo el mundo era difícil de digerir.

Fuimos y empezó la traca. Literal, porque ETA y el entorno abertzale por otras razones muy suyas, estaban en contra de lo que se avecinaba y la posibilidad de acabar con la cara llena de hostias no era una broma. De hecho, volaron un par de coches durante los Encuentros de los que nos enteramos por la prensa, porque los participantes estábamos demasiado enloquecidos intentando realizar nuestras propuestas en medio de un caos considerable.

Pero tengo recuerdos indelebles, como el fantástico concierto de Steve Reich en un polideportivo con las figuras de cartón pintado de agentes de la Brigada Político-Social del Equipo Crónica repartidos entre la audiencia; el concierto de Txalaparta o las danzas del grupo Kathakali de Kerala. Todo extraordinario.

Fue memorable por muchas razones, pero pienso que no se le podían pedir peras al olmo y que al final el fallo de los compresores que mantenían erguido el palacio hinchable de Prada Poole, con el correspondiente desplome, proporcionaron la precisa metáfora para una manera de estar en el mundo incompatible con una dictadura a la que aún le faltaban tres años para empezar, también, a deshincharse.

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