Alfonso Alegre Heitzmann. Foto: Tusquets.

Alfonso Alegre Heitzmann. Foto: Tusquets.

Poesía

'Hueso en astilla', de Alfonso Alegre Heitzmann: poesía tras la oscura huella de San Juan de la Cruz

El poeta catalán presenta un poemario escrito en estado de gracia, que sigue la tradición del mayor poeta de nuestra lengua. 

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Condición del poeta: percibir lo que no se manifiesta. Así lo dicen estos versos casi del inicio de este libro: “el silencio canta […] fresco / esplendor / del ser / que escucha”. Y casi en el final (“Hablamos para hacer sensible la inteligibilidad del silencio”) lo refrenda. Y quien conoce la poesía de Alfonso Alegre Heitzmann (Barcelona, 1955) sabe que escucha, sabe que sus poemas son poesía de verdad.

Hueso en astilla

Alfonso Alegre Heitzmann

Tusquets, 2024. 192 páginas. 17€

Que el libro se abra con “Oh, cristalina fuente”, verso de san Juan de la Cruz, es toda una señal de en qué tradición se habla, la del mayor poeta de nuestra lengua, reiterado el aviso en “fuente de noche oscura”, otra huella del carmelita que se lee más adelante. Un aviso y un reto, claro, del que Alegre Heitzmann sale más que airoso.

Como en san Juan, en estos poemas hay una búsqueda en lo oscuro –“Hay otra noche en la noche”–, una búsqueda que es a la vez una afirmación, la del ser –“En el libro arde el ser”–, y se puede decir que ahí la metáfora se deshace y que esas palabras se leen en su sentido literal.

Si el ser es la permanencia, la contrapartida parecería ser el tiempo, pero en el singular modo de percepción y de decir de este poeta no hay tal, al quebrarse la distinción entre pasado, presente y futuro. Así, por ejemplo, la visión de la nieve anuncia lo que aún no está: “Pureza, el tiempo, / el manto de la nieve, / el mirlo que vendrá”, o, tras nombrar la casa, las nubes, etc., elementos cotidianos, escribe: “Imágenes que hablan / sin sujetarse al hilo / de siempre, aquel que narra / y borra, al mismo tiempo, / el tiempo […] ayer es hoy mañana”.

Visión o éxtasis en la permanencia, idea reiterada en “la duración es el instante” y la función de la escritura poética será el fijar el instante en palabras: “Cada palabra es una huella de lo que una vez estuvo” o “traduzco un texto del tiempo, / fulge el lugar en el siempre”.

El estado de gracia desde el que está escrito Hueso en la astilla encuentra uno de sus modos de expresión en la sinestesia, como en “apenas un oír se ve, / un no ver se oye”, “el ruido del sol”. Una figura tan típica de Juan Ramón Jiménez, cuya obra en América cuenta, por cierto, con una excelente edición de Alfonso Alegre Heitzmann.

El estado de gracia desde el que está escrito Hueso en la astilla encuentra uno de sus modos de expresión en la sinestesia

También oxímoros que dicen bien cómo la poesía expresa lo inexpresable: “Corporeidad invisible […] aurora de lo sensible / que ahora quiere concretarse / letra a letra, hasta alumbrarse / entre signos el rumor / que hace el silencio fulgor” o “El caer de las letras al alba / es un rumor inaudible”.

Este decir iluminado suena siempre a música, ya sea en verso o en prosa. En cuanto a las formas, merecen una mención los poemas breves de la sección “Tinta y pinceles”, excelentes como todos los otros. Están entre el haiku y el aforismo y son imágenes plásticas, memorables, entre ellos, “El verso del poema / raya en el horizonte / solo una línea” está diciendo cómo mundo y escritura se imbrican y hacen que lo uno sea lo otro. El mundo está ahí para ser leído, naturalmente por quien posee el don de la poesía y lo regala al lector: “Tantear la noche, ceguera. / Del libro del cielo, / hojear de las páginas”.

Que el libro se cierre con “El sueño de Jacob”, reescritura del pasaje del Génesis, es en verdad un colofón magnífico, pues el sueño, “el sueño que es vigilia siendo sueño” –un oxímoron más–, la intuición poética si se prefiere, permite ver lo invisible y decirlo en una voz que al escucharla revive en el lector la experiencia poética.