
Carmen Fernández Rey. Foto: CMB.
'Mala yerba', de Carmen Fernández Rey: poesía llena de verdad
El segundo libro de la escritora sevillana es un excelente, delicado y sencillo poemario dedicado al maestro del verso José Mateos.
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Carmen Fernández Rey (Sevilla, 1979) publicó el año pasado su ópera prima: Blanco roto, en una colección que dirigió José Mateos, a quien dedica esta segunda entrega, calificándolo de “maestro”. Algunas lecciones ha aprendido del poeta. La de la sencillez, sobre todas. La exquisita edición se abre con un prólogo de Rocío Arana donde alude a su inocencia, a su “extraña misericordia”, a su delicadeza.
Subraya su faceta contemplativa (“No vemos más / de lo que ven los ojos”). Su poesía, afirma, “se abre a la trascendencia”. Resume con tres palabras (una por cada parte) los temas del libro: “Dios, el dolor, la poesía”. No podría haber mejor entrada en materia que “La hora”. Ahí, la sobriedad, el misterio, la herida, la religiosidad.
“La ronda”, como “Suele pasarme”, se refiere a los otros. A la compasión y al cuidado. “En la mesilla” se inspira en la cotidianidad. La noche, “lo negro”, “el inframundo de los sueños” o el desvelo giran en torno a la oscuridad como metáfora: “¿Soy yo la oscuridad?”. “En lo oculto se fragua nuestra vida”, escribe. Eso sí, “a pesar del desorden hay un hilo / que lo atraviesa todo”.
Más desasosegante es la segunda sección. Donde están “Cloacas” o “Carcoma”. En “La balanza” leemos: “Si se pudiera / pesar el alma humana, / tu alma pesaría toneladas de muertos”. En “Los contrarios” se acerca a “lo que mueve la existencia”, ese simbiótico juego del adentro y el afuera.
La última parte proyecta una poética. En “Vaso de agua”, por ejemplo. Paradigmático de su particular manera de decir. “Todo pierde su nombre / en el silencio / que arrulla cada cosa / suavemente”. “He preferido / quedarme cobijada en esta sombra”, confiesa en el poema final, que da título a este excelente libro lleno de verdad.