Poesía
La poesía de José Hierro
Jesús María Barrajón
11 julio, 1999 02:00En el prólogo a sus Obras completas de 1962, Hierro se definió como "poeta testimonial", en la acepción machadiana que supone la inserción en el tiempo histórico, pero distinguió esta actitud de la de los poetas "políticos", y con ello estamos ante la segunda razón de su singularidad: haber escapado a la gran trampa que la dictadura española tendió a las letras, degradándolas en las dos formas de servicio que son el asentimiento y la oposición. La "poesía social" estuvo siempre a su alrededor, pues sus manifestaciones iniciales se dieron en la revista Espadaña. Quinta del 42 (1952) es un libro tan intimista como los anteriores; incluye un poema ("Aparición") que reflexiona juanramonianamente sobre la Belleza (con mayúscula), y lleva citas de Rubén Darío y del Machado simbolista, el preocupado por el "alma de las cosas" en la estela de Baudelaire, el Machado que recuerda los jardines de Santiago Rusiñol, no el del soneto a Líster. En ese libro de 1952 se encuentra el poema "para un esteta", tan citado como mal comprendido, pues se limita a condenar la retórica emocional desprovista de verdad íntima, la de los "versificadores de escalafón que visten una idea sin calor", a los que aludió Hierro en su poética a la Antología consultada de aquel mismo año y a quienes dio una acertada réplica en la meditación que sobre el amor, como comunicación y conocimiento, es Con las piedras, con el viento (1950). Su aproximación a la poesía social consistió tanto en una identificación cordial semejante a la del Aleixandre de Retratos con nombre, como en la asunción de un compromiso nunca reducido a la supuesta eficacia de la denuncia o la consigna, sino brotado de la misma vibración emocional que reclamaban Prados, Miguel Hernández y Gil Albert en la ponencia colectiva que presentaron, en la Valencia de 1937, al II Congreso Internacional en defensa de la cultura, rechazando el dogma del Realismo Socialista exigido por el comunismo ortodoxo desde el congreso de Jarkov (1930). Con dificultad pudo rebañar Hierro 7 poemas para incluirlos en la Antología de la poesía social de Leopoldo de Luis (1965), en la que confesaba que la suya era "demasiado intimista para ser llamada social", y lamentaba que la buena intención política condujera a hablar "para débiles mentales".
En su poética de 1962, Hierro dividió sus poemas en "reportajes" y "alucinaciones": "en el primer caso trato, de una manera directa, narrativa, un tema; en el segundo, todo aparece como envuelto en niebla". La doble orientación, hacia el realismo y el irracionalismo, se impone así necesariamente en el estudio de su obra, teniendo en cuenta que "el misterio ha de ser abordado con claridad de expresión", como él mismo afirmó en la Consultada. El rechazo de la oscuridad y la apuesta por el misterio sencillamente expresado, noción no ajena a la formación juanramoniana de Hierro, es cuestión que el lector encontrará en el estudio de Barrajón. Sin duda hay que quitar hierro a ese irracionalismo desvinculándolo de una posible herencia superrealista, ya que el Simbolismo lo justifica suficientemente. La práctica de la metapoesía y el culturalismo son también afrontados en este libro, rastreándolos desde Cuanto sé de mí y Quinta del 42, con atención especial, en lo que toca al segundo, a Estatuas yacentes (1955).
Aun siendo una tesis doctoral refundida, La poesía de José Hierro se lee con agrado y sin fatiga. Es lástima que falte en el libro el estudio de Cuaderno de Nueva York, último eslabón hasta ahora de la trayectoria de un poeta que evitó, al atravesar tiempos no especialmente felices para las Letras, las peores palabras de la tribu.
Guillermo CARNERO
PARA UN ESTETA
Tú que hueles la flor de la bella palabra
acaso no comprendas las mías sin aroma.
Tú que buscas el agua que corre transparente
no has de beber mis aguas rojas.
Tú que sigues el vuelo de la belleza, acaso
nunca jamás pensaste cómo la muerte ronda
ni cómo vida y muerte -agua y fuego- hermanadas
van socavando nuestra roca.