Fleur Jaeggy. Foto: Basso Cannarsa opale/Bridgeman images.

Fleur Jaeggy. Foto: Basso Cannarsa opale/Bridgeman images.

Novela

Dos novelas de Fleur Jaeggy para recorrer las grietas de una Europa en decadencia

Tusquets reúne en un volumen las dos primeras obras de la autora suiza: 'El dedo en la boca' y 'Las estatuas de agua', ambas ambientadas en la posguerra. 

Más información: 'Europa encadenada', de Sami Naïr: el desafío de construir una identidad racional para un continente en apuros

Publicada

Segunda mitad del siglo XX. Europa es una Arcadia arrasada. Todos saben, todos silban, miran hacia otro lado, mientras tratan de tapar las grietas de una civilización en ruinas, que es lo mismo que decir que una casa amenaza con derrumbarse. Casa aquí significa sociedad y también familia. Casa es la ley del padre y la moral puritana. Cubertería de plata. Cháchara intrascendente. Jardines y meriendas a la sombra. Civilidad.

El dedo en la boca y Las estatuas de agua

Fleur Jaeggy

Traducción de Mª Ángeles Cabré. Tusquets, 2025. 224 páginas. 19,90€

Pero no hay donde agarrarse después de la Segunda Guerra Mundial: he aquí el espíritu de las dos primeras novelas de Fleur Jaeggy (Zúrich, Suiza, 1940). Un aliento de pérdida irreparable circula por debajo de sus textos y los impregna de languidez y de abulia, de tiempo ensimismado.

Tanto en el El dedo en la boca, de 1968, como en Las estatuas de agua, de 1980, la escritora en lengua italiana retrata una vieja Europa herida de muerte, a través de personajes que representan opuestos; bien se niegan a aceptar la decadencia del mundo, bien la acogen y la encarnan con odio entusiasmado en sus vidas pequeñas, en sus lánguidos anhelos y los vínculos enclenques que establecen con los otros.

Tanto Lung, la protagonista de El dedo en la boca, como Beeklam, el héroe de Las estatuas de agua, son las voces que se alzan para contar, a través de sus vivencias, que el siglo XX está herido y que tal vez, por qué no, habría que celebrarlo.

Lung está chalada y se chupa el dedo pulgar pese a tener veinte años. Beeklam vive aislado entre las piedras talladas que atesora en su casa. En ambas historias, Jaeggy elabora unas voces narradoras que sirven como sostén de tramas inexistentes. El hilo de las nouvelles son esas grietas abiertas entre existencia social y experiencia individual, entre el lujo burgués que se empeña en persistir y la ausencia de horizontes que proyecten un futuro esperanzado.

La autora apenas da asideros a los lectores; sus protagonistas se mueven con alegre naturalidad de la primera persona a la tercera, en un gesto que explica la experiencia fragmentada del individuo moderno; una técnica literaria puesta al servicio de una pregunta esencial: ¿dónde se traza el linde entre locura y cordura cuando no existe un sentido donde asirse y uno se siente perdido, porque nada es como era? De esta pregunta deriva la orfandad radical que exhiben las dos novelas, un vivir a la intemperie de donde emana un dulzor, melancólico y mohoso, un tono que no encaja con la supuesta frialdad de su estilo literario.

Con su humor perturbador y su inocencia perversa, las dos obras de Jaeggy alumbran la belleza del fin de un mundo

Su lenguaje no es distante ni desapegado; tan solo refleja de manera insoportable el frío del mundo, una textura glaciar que contrasta con el fuego interior que arde en sus personajes; de ahí esa locura que parecen habitar. Sus maneras dementes de estar en el mundo permiten acceder a la vida en su pureza y su desnudez, es decir, a la vida en su crudeza verdaderamente despiadada.

Así es el estilo Jaeggy: inaudito y salvaje. Por debajo de las vidas acomodadas, existe una fuerza bruta que late y que ahoga y que empuja a vivir a sus protagonistas. Como si defendiera que a la vida como abulia hay siempre que oponerle la vida como explosión.

Con su humor perturbador y su inocencia perversa, la autora suiza alumbra la belleza terminal del fin de un mundo; de ahí la textura onírica y cercana al mal sueño, de ahí el gusto por las ruinas, y las piedras, por la furia y por el odio: imágenes afiebradas, brutales y celestiales: una detonación.