Image: El sueño de los espejos

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Novela

El sueño de los espejos

Joaquín Rubio Tovar

3 abril, 2008 02:00

Joaquín Rubio Tovar. Foto: Archivo del autor

Ed. de Discreta. Madrid, 2007. 173 páginas, 12 euros.

Hace unos tres años el filólogo medievalista Joaquín Rubio Tovar (Madrid, 1954) publicó su primer libro de cuentos, El dolor de las cosas (2004), compuesto por veinte relatos de profundas emociones estéticas propiciadas por el alma letraherida de un autor con muchas lecturas de clásicos y modernos entre sus múltiples estudios literarios. Muchos aspectos de aquellos cuentos reaparecen ahora en la primera novela del autor, El sueño de los espejos, concebida como un divertimento en el que se combinan elementos de la narrativa policíaca y del relato fantástico.

La intriga está creada por el robo en un piso lleno de libros en la madrileña calle Ayala y la extraña desaparición de un viejo profesor universitario. La investigación corre a cargo del comisario Carrasco, un albañil cabezota que se hizo policía, aficionado a los pájaros y a pasear por algunos parques de Madrid. Su ayudante también ha desaparecido, inmerso en fantásticas incursiones en el mundo de los sueños. Sus misteriosas apariciones y revelaciones potencian la doble naturaleza del espacio novelado. Por un lado, se impone la realidad de una geografía madrileña perfectamente reconocible. Y por el otro, surge la revelación de otro mundo pararreal por el que se puede viajar a través de los espejos y los sueños (a ello apunta el título de la novela).

Ambas vertientes espaciales favorecen el despliegue de inquietudes, decepciones y reflexiones muy queridas del autor. Así, en el plano real, su mirada crítica se centra en la degradación de la ciudad, que ha pasado del añorado Madrid habitable de la infancia del comisario Carrasco al tráfago urbano del actual "Madré", lleno de suciedad, polvo y ruidos. El enfoque caricaturesco se intensifica en la visión humorística y satírica del mundillo universitario, donde ya no quedan apenas viejos maestros, desplazados por profesores incompetentes o corruptos (o las dos cosas a la vez), que aquí encuentran su deformación esperpéntica en una banda de filólogos ladrones de libros raros y curiosos. Si la deformación caricaturesca predomina en el plano real, en el fantástico, en cambio, proyecta el autor algunas de sus filias de estudioso y erudito, como, por ejemplo, su amor a los libros (plasmado en la cuidadosa descripción de algunos ejemplares antiguos) y su interés por todo lo relacionado con la alquimia, la magia, la brujería, el mundo artúrico y el arte y la literatura en general.
Con tales ingredientes de las historias policíacas y fantásticas, a caballo entre la realidad y los sueños, Rubio Tovar ha completado una novela divertida, con narraciones interpoladas al modo cervantino (y la confusión en el apellido del ayudante, Manolín: "álvarez" en la página 169, "Sánchez" en la 136) y que se complace en su condición de artefacto lúdico.