María Teresa Álvarez. Foto: M.R.

No sorprende la variada gama de oficios representada en este Ellas mismas. Religiosas, reinas, artistas, bienhechoras de la Humanidad son algunos de los papeles que la sociedad occidental viene reservando a la mujer a lo largo de los siglos.

De ellos se ha nutrido una amplia literatura sobre "mujeres famosas", cuyo tono alterna la frivolidad que predomina en los retratos de cortesanas y "mujeres galantes" con la ejemplaridad que pretenden los consagrados a santas y heroínas. Sólo la corrección política imperante ha logrado introducir alguna variación: hoy día, la vida de una cortesana influyente ha de ser presentada como la de una mujer que usaba, en bien propio, las únicas armas permitidas a su sexo; y de beatas y artistas suele decirse que dedicaron sus energías a campos en los que no regía el tradicional veto masculino.

El libro que hoy nos ocupa es un buen ejemplo de esto último. A celebridades ya viejas en esta clase de literatura (la princesa de Éboli, Teresa Cabarrús) se unen otras que sólo recientemente han accedido a este peculiar santoral, tales como María Lejárraga o Clara Campoamor. Casi todas, se insiste, llevaron a cabo sus logros en contra de una sociedad que las despreciaba o condenaba a tareas menores. Poco se dice, sin embargo, sobre la cotidianidad de estas vidas, sobre los lugares en que transcurrieron o las costumbres y convenciones sociales que las moldearon. Todo queda en un plano de distante generalidad, propia de los guiones televisivos en los que se basan estos textos. Los mejores, por eso, son los que se apoyan en documentos autobiográficos, por ser los únicos en los que leemos directamente, sin filtros, lo que pensaron y dijeron algunas de estas mujeres. De lo que no cabe duda es de que todas fueron notables. Y que por ello merecen ser recordadas.